Hace un año, Chile dio un paso importante al presentar la Política Nacional de Educación Artística 2024–2029. Fue una señal esperanzadora: por fin un documento oficial reconocía que el arte no es un adorno en la educación, sino una herramienta esencial para formar personas creativas, empáticas y participativas.
A un año de su lanzamiento, vale la pena preguntarse cuánto hemos avanzado. Porque aunque la política existe, y eso ya es un mérito, su implementación aún está en una etapa incipiente. Se han realizado jornadas de difusión, mesas regionales y encuentros con agentes culturales, pero todavía falta que esas conversaciones se traduzcan en acciones concretas dentro de las aulas, en programas estables de formación docente y en presupuestos que aseguren continuidad.
Chile tiene talento, sensibilidad y una comunidad artística dispuesta a aportar, pero la educación artística sigue dependiendo más del entusiasmo de algunos profesores o gestores que de una estructura sólida del Estado. No es suficiente contar con documentos oficiales; necesitamos mecanismos claros, financiamiento sostenido y coordinación entre ministerios, municipios, comunidades educativas y actores también privados.
Esta política abre una oportunidad única para reconectar cultura y educación, dos mundos que en algún momento se separaron en nuestro país. Es hora de que la sensibilidad artística tenga el mismo valor que la competencia técnica. El arte enseña a observar, pensar, analizar y crear, capacidades indispensables en un mundo cada vez más automatizado y tecnologizado.
El gran desafío ahora es poner en marcha el camino trazado por la Política Nacional de Educación Artística 2024–2029. Su valor real dependerá de la rapidez y profundidad con que logremos avanzar desde la planificación hacia la implementación. Necesitamos hoy voluntad de ejecución. La Política Nacional de Educación Artística ya marcó un rumbo claro y ahora corresponde convertirla en práctica. Si queremos que el arte deje de ser un “discurso inspirador” y se vuelva una herramienta cotidiana de aprendizaje, debemos actuar con decisión y coherencia. Sólo así la educación artística podrá dejar de ser una promesa y transformarse en una realidad que cambie vidas.