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En compás de espera

La pregunta no es solo qué QUIERE hacer Kast, sino qué PUEDE hacer Kast en un país con una historia reciente de trauma autoritario, con Fuerzas Armadas vigiladas por la memoria, con una sociedad civil alerta y con un sistema político que, aunque erosionado, no está dispuesto a suicidarse sin resistencia.

No es fácil describir el ambiente que ha instalado el triunfo de José Antonio Kast. Tras conocerse los resultados, cuando un progresista se encuentra con otro —uso este apelativo para abarcar desde izquierdistas a liberales de RN o Evópoli, aunque sabemos que algunos en la izquierda no lo son y otros de centro derecha, que pretenden serlo, tam-poco— el primer comentario finge algo así como una alarma, una desazón cómplice, un tono de consternación que no se condice con la calma que lo acompaña. Es una inquietud performativa, casi ritual, como si la gravedad de la hora exigiera un gesto que el cuerpo, sin embargo, no alcanza a sentir del todo. Hay preocupación, sin duda, pero no pánico.

Hay palabras gruesas —“retroceso”, “autoritarismo”, “amenaza democrática”— que circulan con rapidez, aunque todavía no terminan de encarnarse. Tal vez porque el triunfo de Kast, aún siendo contundente, no viene acompañado de un horizonte nítido sobre lo que realmente significa. Sabemos quién ganó, pero no sabemos todavía qué tipo de derecha devendrá en el poder.

La tentación inmediata es leer el resultado chileno como una réplica local del giro autoritario global. Orbán en Hungría, Bolsonaro en Brasil, Trump como fantasma persistente en Estados Unidos, Meloni en Italia. El libreto parece escrito de antemano: nacionalismo, orden, desconfianza hacia los derechos humanos, guerra cultural contra el feminismo, las minorías y el “progresismo”.

Kast, además, facilita esa lectura. Su biografía política, su pasado pinochetista incuestionado, su lenguaje moralizante y su apelación al miedo calzan con ese molde. Que viaje a Argentina y se abrace con Milei pocas horas después de ser electo no hacen sino confirmarlo.

Pero Chile rara vez calza del todo en moldes importados. Y esa es la zona de incertidumbre más relevante. No sabemos aún si este próximo gobierno será la traducción local de una ultraderecha refundacional, o si terminará siendo una derecha dura, conservadora y punitiva, pero obligada a operar dentro de marcos institucionales, culturales y sociales que la moderan más de lo que sus propias consignas prometen. La pregunta no es solo qué QUIERE hacer Kast, sino qué PUEDE hacer Kast en un país con una historia reciente de trauma autoritario, con Fuerzas Armadas vigiladas por la memoria, con una sociedad civil alerta y con un sistema político que, aunque erosionado, no está dispuesto a suicidarse sin resistencia.

Hay, además, una paradoja que incomoda a muchos progresistas: el triunfo de Kast no se explica solo por una derechización ideológica del país, sino también por el cansancio, el miedo y la frustración de amplios sectores que no se sienten representados por el lenguaje ni las prioridades de la izquierda. “Seguridad”, “migración”, “orden”, son palabras que la izquierda y el centro miraron con desconfianza o desdén, y que hoy regresan con fuerza, cargadas de un mandato electoral difícil de ignorar.

Eso no vuelve inocuo al nuevo gobierno. El riesgo de retrocesos en derechos, de estigmatización de minorías o de un uso abusivo del discurso del orden está ahí, latente. Pero tampoco permite dar por hecho que Chile haya abrazado sin matices una deriva autoritaria. Lo que se abre es un período de prueba, más que de sentencia. Un tiempo en que habrá que observar menos los discursos de campaña y más las decisiones concretas; menos las comparaciones automáticas y más las particularidades locales.

Quizás por eso la consternación es contenida. Porque, en el fondo, nadie sabe todavía con exactitud qué es lo que acaba de comenzar. Los nombres que elija para su gabinete serán la primera prueba de fuego. De momento, queda la incertidumbre, apaciguada por los gestos republicanos de la noche en que conocimos los resultados y exaltada por las declaraciones y motosierras de antes y después.

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