No es exactamente una canción nueva. Tampoco es, del todo, un recuerdo. El hit de Internet es otra cosa: una pieza musical que no responde a su fecha de edición, a su éxito original ni a la lógica clásica del ranking, sino a su capacidad de aparecer, reaparecer y circular en el ecosistema digital.
Uno lo nota en escenas muy concretas. Un viaje en auto. Niños atrás. Un teléfono que va pasando de mano en mano. YouTube encendido. TikTok funcionando como radio infinita. Y de pronto, sin aviso ni contexto, suena Pretty Little Baby. No porque alguien haya decidido escucharla, sino porque apareció. Porque alguien la usó. Porque el algoritmo la empujó de vuelta a la vida.
Ahí está el fenómeno: canciones que no se presentan, no se explican, no piden permiso. Simplemente vuelven. Y lo hacen desligadas de su autor, de su época y, muchas veces, de su historia. El hit de Internet no se reconoce por quién lo canta, sino por haber sido viral.
En 2025, esta tendencia ya no es anecdótica. Está consolidada. Tan visible que incluso las plataformas le pusieron nombre. Basta abrir Spotify para encontrar playlists llamadas, sin complejos, Hits de Internet. No por género. No por década. Por procedencia digital.
Pero ¿qué define realmente a un hit de Internet?
No es la novedad ni el talento. Es su capacidad de ser reutilizado. Funciona como fondo de un video, como remate de un chiste, como atmósfera emocional en quince segundos. Son canciones que resisten el corte, el loop, la edición. Que sobreviven fragmentadas. Que no exigen atención completa, pero se quedan.
Por eso pueden convivir sin conflicto artistas y épocas que jamás dialogaron entre sí. Una balada pop de los años sesenta junto a la psicodelia elegante de Tame Impala. Música “de adultos”, “de nicho” o “fuera de época”, reconfigurada como material neutro, disponible, compartible. El algoritmo no distingue jerarquías: mide reacción.
Y en esa mezcla improbable aparece algo interesante: el hit de Internet es transgeneracional. Lo escuchan niños que no saben quién canta. Adultos que lo reconocen sin poder explicarlo. Adolescentes que lo asocian a un video, no a una canción completa. Es un éxito sin biografía.
Eso también dice algo incómodo sobre nuestra relación actual con la música. El hit de Internet no se impone por repetición programada, sino por adaptabilidad emocional. Funciona porque sirve y acompaña. Porque traduce una sensación rápida: ternura, ironía, melancolía, euforia breve. No se escucha: se usa.
¿Es una degradación del valor musical? No necesariamente. Es, más bien, un cambio de función. La canción deja de ser un objeto cerrado y se transforma en materia prima narrativa. En sonido utilitario. En lenguaje compartido.
Y sin embargo, en esa lógica pragmática ocurre algo inesperado: canciones que parecían definitivamente archivadas vuelven a circular. No por nostalgia, sino por eficiencia emocional. No porque alguien las defendiera, sino porque alguien las necesitó para contar algo.
El hit de Internet no quiere ser clásico. No aspira a himno. Quiere ser útil. Y en ese gesto está escribiendo una nueva forma de memoria musical. Más frágil, más fragmentada, pero también más libre.
Vuelvo al auto. Al viaje. A los niños tarareando una canción que no saben de cuándo es. Yo sí lo sé. Pero no importa. Ahora todos la conocemos, pero de distinta manera.