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The Frick Collection: la gran joya de Manhattan

Después de más de cuatro años de trabajos y 220 millones de dólares de inversión, la Colección Frick de Nueva York reabrió sus puertas. La renovación de la mansión -ubicada en la Quinta Avenida con la 70th, considerada una de las más hermosas construcciones de la ciudad, perfecto ejemplo de arquitectura Beaux Arts- provocó enorme interés y algo de ansiedad entre los conservacionistas que temían que, en su intento de impulsar el museo hacia el futuro, se perdiera algo de su magnífico pasado. No fue así.

Una fabulosa cena, celebrada una noche que será recordada por el esplendor de la ocasión y la torrencial lluvia que cayó sobre Manhattan, fue el inicio de todo. Magnates, filántropos y socialites llegaron a bordo de SUV negros hasta la esquina de la Quinta Avenida y la calle 70 protegiendo sus smokings y joyas bajo enormes paraguas, y entraron a este museo que no será el MET, ni el Guggenheim ni el Whitney, pero es tanto o más prestigioso que ellos y el hogar de los Rembrandt, Manet, Degas, Renoir y Vermeer que forman parte de la estupenda colección creada hace más de un siglo por Henry Clay Frick, uno de los grandes barones de la Gilded Age americana, un personaje que parecía arrancado de las páginas de una novela de Edith Wharton.

Stephen Schwazman, CEO del grupo Blackstone y uno de los principales benefactores del Frick, y su mujer, Christine, su unieron a la modelo Ivy Getty, los coleccionistas Alexander Hankin y Tai-Heng Cheng, la editora de Vogue Lilah Ramzi y un centenar de otros invitados en un cóctel alrededor de la hermosa pileta la mansión -donde Aerin Lauder solía parar a menudo a admirar el jardín camino al colegio, según ha dicho-, y luego en una comida en la gran galería donde disfrutaron de un menú de pato en jugo de moras y oporto y un postre de galletas estampadas con pinturas de la colección permanente envueltas en un cajón de chocolate.

La noche recaudó 3.7 millones de dólares para la institución. La renovación de la mansión -ampliamente considerada una de las más hermosas de la ciudad y un perfecto ejemplo de arquitectura Beaux Arts- provocó enorme interés en Nueva York y algo de ansiedad entre algunos conservacionistas que temieron que, en su intento de impulsar el museo hacia el futuro, se perdiera algo de su magnífico pasado.

La casona original fue completada en 1914 y diseñada por Carrere y Hastings, los mismos responsables de la famosa Biblioteca Pública de la calle 42 en Manhattan. En forma y fondo, es un estupendo palacio que refleja no solo el éxito empresarial de Frick, sino también su profunda pasión por el arte en todas sus expresiones. Compitiendo contra otros influyentes multimillonarios de la época como J.P. Morgan o Isabella Stewart Gardner, Frick adquirió casi mil obras, muchas de ellas de grandes maestros europeos. Poco antes de morir, en 1919, determinó que la mansión donde había vivido con su mujer y sus dos hijos se convertiría en un museo abierto al público que albergaría su impresionante colección. En su testamento dejó 15 millones de dólares, una enorme fortuna en esos días, para la administración del museo, el que abrió oficialmente sus puertas en 1935.

Durante los últimos cinco años, mientras la mansión fue renovada, la colección fue trasladada al edificio Breuer en Madison Avenue donde hasta hace un tiempo funcionaba el museo Whitney y que dentro de poco servirá como cuartel central de Sotheby’s.

La reapertura de la colección Frick llegó, para alegría de todos, cubierta de buenos comentarios. En un artículo en The New York Times, el crítico Michael Kimmelman aseguró que el museo había sido renovado en forma “sensible”, que en ocasiones el diseño alcanzaba alturas “poéticas” y que ahora el edificio quedaba definitivamente instalado en el siglo 21.

La arquitecta alemana afincada en Nueva York Anabelle Selldorf estuvo a cargo del proyecto, trabajando junto a Beyer Blider Belle, otra firma arquitectónica de la ciudad, y al paisajista Lynden B. Miller, a cargo de los jardines. El equipo incluyó además a algunos prestigiosos artesanos que aportaron, entre otras cosas, pasamanarías de Paris, lámparas de Brooklyn y muros de terciopelo de Lyon. El efecto total es impactante, y eso explica las largas colas de visitantes que se forman diariamente a las puertas del edificio desde su reinauguración oficial.

Aunque el museo perdió su pequeña pero muy admirada sala de música, ganó, en su nueva versión, un eficiente y atractivo auditorio con capacidad para más de 200 personas. Una bellísima escalera de mármol de Breccia Aurora une ahora el área de la recepción en el primer piso con las galerías del segundo y un nuevo café, que rápidamente se ha convertido en uno de los más populares en el Upper East Side.

Sin embargo, más allá de cualquier prodigio arquitectónico, las pinturas y objetos de la Colección Frick continúan siendo las verdaderas estrellas: un autorretrato de Rembrandt; San Francisco en el desierto, de Bellini; retratos de Tiziano, Sargent y Hans Holbein; el exquisito Oficial y joven sonriendo, de Vermeer; paisajes de Turner; matadores de Manet, y la cautivadora Condesa de Haussonville, de Ingres, están entre las piezas más admiradas que, presentadas junto a numerosas esculturas, porcelanas, grabados, platerías y objetos decorativos en la hermosa mansión, rodeada de plácidos jardines, ofrecen un espectáculo único y maravilloso.

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