Cristián Donoso habla de la madera como otros hablan de las personas o de religión: con respeto, paciencia y con una suerte de complicidad silenciosa. Ebanista de oficio, encontró en este material vivo un interlocutor que le permite contar historias, transmitir emociones y, sobre todo, construir permanencia en un mundo que le parece cada día más fugaz. Por eso, su atelier es un refugio donde la nobleza de la materia prima se transforma en objetos que trascienden lo funcional para convertirse en piezas cargadas de identidad y belleza.
Podría haberse quedado con eso, tallando a pulso una y otra vez. Pero Donoso no se conformó con el silencio de su oficio de ebanista. Su curiosidad lo llevó a explorar otras formas de hospitalidad y abrir el oficio hacia la vida cotidiana. De esa inquietud nació La Clé, una cafetería y bistró, en Vitacura, que lleva su sello desde la elección del nombre hasta los pequeños gestos que conforman la experiencia. La Clé —“la llave”, en francés— es, en palabras de Donoso, la apertura a un universo donde la belleza se manifiesta en múltiples dimensiones: en la textura de una mesa hecha a mano, en la geometría de una silla, en la calidez de la luz que se posa sobre la madera, en el aroma del café recién molido o en las plantas y flores que inundan el espacio. En La Clé no hay objetos al azar ni decisiones improvisadas; todo responde a la idea de coherencia estética y emocional.
“Quería que fuera un lugar donde uno sintiera que cada elemento tiene una razón, donde nada es accesorio”, explica. Y esa visión se traduce en un ambiente que seduce a quienes buscan algo más que un punto de encuentro gastronómico: es un espacio que invita a detenerse, a mirar, a escuchar, a habitar. De hecho, fue el lugar elegido por el equipo del presidente francés Emmanuel Macron para ofrecer una comida en su visita oficial en 2024.
Pero La Clé es también un concepto: un espacio que no es del todo público ni del todo privado, sino un territorio en sí mismo. “Es como llegar a un país nuevo, donde hay una puerta de entrada y que tiene sus propios códigos”, explica su creador.
—¿Cuáles son esos códigos?
—Primero que nada: que todo sea lindo. Armónico, alegre. No perfecto —porque la perfección puede ser rígida—, pero sí con gracia. Esa es la palabra más importante en La Clé: la gracia. Nada puede ser feo ni descuidado. En la corte, tener “la gracia” del rey era un privilegio único y codiciado; aquí se traduce en atmósfera, en pequeños detalles, en sentir que todo está en su lugar. La Clé también es un antídoto frente a lo digital. Aquí casi no se mira el teléfono y no se permiten fotos ni videos. Es un espacio para conversar, disfrutar, celebrar, reconectar. No se viene a discutir problemas, sino a brindar porque ya se resolvieron. Esa diferencia lo cambia todo: convierte cada encuentro en un ritual íntimo y alegre. En La Clé existe una armonía buscada y cuidada, y nuestro trabajo es custodiar que todo fluya para que esa armonía sea posible.
El espacio, que nació como una mueblería en Vitacura, cerca de Tabancura, y que hoy se esconde en un pasaje de Alonso de Córdova, fue transformándose poco a poco en un lugar vivo. Lo hizo gracias a una suma de detalles que parecen sencillos, pero que en conjunto crean magia: flores frescas que cambian cada semana, una música que se adapta al día o incluso al clima, y la calidez de un equipo que recibe a cada visitante con nombre y apellido. Nada es impostado, nada es falso. “Las flores son de verdad, la gente es de verdad y lo que ocurre es de verdad”, resume Donoso.
La historia de La Clé está íntimamente ligada a la de su creador: un ebanista que descubrió en la cocina un complemento perfecto para su oficio. “El trabajo de un ebanista y el de un chef tienen mucho en común: la habilidad manual, la elección de la materia prima, la dedicación, la presentación”. Esa mirada permitió que lo que alguna vez fue solo una sala de exhibición de muebles se convirtiera en un espacio de experiencias, donde cada pieza y cada plato cuentan una historia y se habitan de verdad.
—¿Cualquiera puede venir?
—Sí, claro, cualquiera. Pero no todos conectan. Y si no conectas, hay otros lugares. La clave está en sentirse de la casa.
Aunque cualquier persona puede llegar a tomar desayuno, almorzar o tomarse un café, La Clé también ha ido evolucionando y hoy el acceso se organiza a través de un sistema de membresía, al estilo Cristián Donoso. El símbolo es una llave que no es tal, sino que un prendedor diseñado por la joyera Victoria Oddó, su mujer hace 25 años. “La llave es un símbolo de ser de la casa. Cuando la entrego, no te estoy dando acceso a mi casa, sino a la tuya. Significa que encontraste un lugar al que perteneces”.
-¿Fue un proceso gradual o existió un punto de inflexión en que dijiste: esto es La Clé?
-Fue algo paulatino, casi natural. El espacio estaba amoblado y decorado, pero el único que lo habitaba era yo. Cuando recibía a algún cliente —un arquitecto, una decoradora— empecé a acompañar esas reuniones con algo para comer o tomar. Poco a poco, ese simple gesto transformó el encargo de un mueble en una experiencia más entretenida, más humana. Después vinieron los cumpleaños, los encuentros espontáneos, y sin darme cuenta el lugar comenzó a llenarse de vida. De a poco, dejó de ser solo un showroom y se convirtió en un espacio vivido.
-Esas primeras veces que invitabas gente, o que venía la gente, ¿qué les dabas? ¿Champán, café?
-No, siempre he ofrecido lo que me queda bien. No tengo ni una hora de estudio gastronómico, pero sí una vida comiendo. Soy básicamente un ebanista y soy… sí, soy cocinero. Pero me gusta mirarlo como un concepto más integral. Yo soy el encargado de La Clé, esa es mi mejor definición. Si lo quieres poner un poco más elegante puedes decir que soy el director creativo. Pero hay que entender que dedicarse a diseñar y desarrollar una colección de muebles, un menú, generar ambiente, vivencias con la gente, tiene mucho de terrenal. La Clé no se manda sola. Una parte es la creativa y otra es la operativa. Si no entiendes que te dedicas al servicio, puedes llegar a tener un lugar correcto, y nada más. Hay alguien que se tiene que deber a la gente que viene. Y preocuparse por eso.
-Chile no es especialmente reconocido por el buen servicio, ni en las tiendas ni en los restoranes…
-El servicio es súper bonito y muy mal entendido entre los chilenos. Hay muy pocos que dicen con orgullo que son garzones. En Chile no es una profesión. Es un huevón que está sin pega no más. Y eso es una estupidez. Si eres enfermera, garzón, no sé, si eres sacerdote, estás entregando un servicio a tu prójimo. Y pasa también por el dueño del restaurante. En Chile es difícil ver a un dueño de restaurante o a un chef levantando un plato. En La Clé yo te estoy invitando a mi casa, a tu casa. En este espacio las personas puedan detenerse, balancear lo humano, lo digital y lo espiritual, y salir un poco más felices.
Después de una tarde en La Clé, cuando se iba yendo, un cliente le dijo a Cristián: “Misión cumplida. Llegué molesto, me voy feliz”.
-Ya, pero tú eres el centro de La Clé…
-Las personas que tienen oficios o profesiones creativas muchas veces se quedan en la diferenciación, en el ego, en el ser el centro de lo que están haciendo. Por el contrario, yo me siento solo el encargado de La Clé, alguien que está ocupado de vivir en una pausa, en balance, y en tratar compartir esa mirada con los que quieran venir. Pienso que esto es el futuro. ¿Por qué hay tanta gente hoy en talleres de manualidades? Porque lo digital nos va a atrofiar los dedos, la cabeza y el corazón.
Encontrar el camino
Cristián Donoso cuenta que su camino no fue lineal ni fácil. El año 82 egresó del Saint George sin un plan a seguir, al mismo tiempo que su padre quebraba fruto de la crisis económica de la época. Dice que a los 18 años contaba con dos herramientas que en ese momento no sabía -ni él ni nadie- para qué le servirían: habilidades manuales (“que no es lo mismo que un dote artístico”), y afinidad con la estética.
“Me perdí durante un buen tiempo tratando de encontrar algo qué hacer y cada día me fui confundiendo más conmigo mismo. Porque si uno no tiene un propósito, es muy difícil realizarte como persona. Tenía muchas habilidades manuales. Es como el tipo seco para los deportes, o el seco para las matemáticas. La estupidez es que la habilidad matemática se lee como inteligencia y la habilidad manual no. Es como una afición. Tienen distinta categoría”.
Salido del colegio se dio todas las vueltas posibles, trató de hacer varias cosas y, dice, sin pudores, que en todas le fue pésimo. Con un futuro incierto en Chile, colapsó y se fue a la India “a buscar al monje de barba blanca”, dice irónico. Allí, entre búsquedas y silencios, encontró un sentido: “Descubrí que era mueblista. No lo pensé, surgió. Y desde entonces nunca lo puse en duda”.
En La India estuvo varios años sobreviviendo. “No hice mucho, pero, no sé, de repente me fui encontrando, me fui deshaciendo de ciertos estereotipos, como los del colegio, me fui liberando y, de repente -no me gusta ponerle nombre, porque suena pretencioso-, en un instante de mucha reflexión, pero intuitivo, me dije que lo mío eran los muebles. Estaba arriba de una azotea en Nepal, mirando unos pájaros, y surgió una coherencia entre las manualidades, la naturaleza, la estética. Todo confluyó en un oficio que era ser mueblista.
-¿Te gustaron los muebles que veías en ese país, estabas trabajando con un maestro mueblista?
-No… simplemente salió de la intuición, de un estado de paz. Surge algo que está en ti y que tu mente y tu ego no te han permitido ver. Estaba adentro. Simplemente, en ese instante, supe que era un mueblista y que tenía que generar la experiencia para convertir me en lo que ya era. Por eso el proceso operativo después fue muy fácil: trabajar en una mueblería, ir a estudiar en algún lado. Nunca más un temor. Nunca, en ningún instante en toda mi vida, desde que surgió, lo puse en duda. Al día siguiente me volví a Chile.
-¿Así no más?
-Sí, después de tres años. No tenía nada más que hacer ahí. Al final de cuentas lo que uno hace o no en la vida tiene que ver con el ego. No hablo de la autoestima que es súper necesaria. Hablo del ego, que es una suerte de personaje que está dentro de uno, que siempre se está comparando y proyectando o recriminando, y que ahoga esa otra parte de ti y te confunde y te frena para hacer lo que siempre has querido.
-¿Tus padres sufrían contigo?
-No, o sea, siempre fui un niño raro, pero… No tuve mucha ocasión de hablarlo con ellos. Antes de morir, ambos, estaban contentos de que me hubiera encontrado y estuviera realizando mi quehacer. Tener un oficio es como tener una religión. Te acoge, te da propósito.
A los 25 años, Donoso se fue a Ecuador a estudiar ebanistería, a la Escuela de Artes y Oficios de Quito, donde estuvo diez años. El resto de la historia es la que estamos contando aquí.
No todos tienen la llave
Cristián Donoso, con su doble oficio de ebanista y cocinero/encargado, encarna la figura de un creador de atmósferas, alguien que entiende que la belleza no es un accesorio, sino una forma de estar en el mundo. En su trabajo, ya sea tallando la madera o curando los detalles de La Clé, se advierte la misma pulsión: construir espacios donde lo esencial recupere protagonismo. Y donde las cosas buenas permanezcan y se hagan carne en tiempos convulsionados como los de hoy.
-Tengo mucha suerte porque estoy a cargo de un lugar en que pasan puras cosas bonitas y puras cosas buenas, y algo de eso queda para mí y el equipo.
-¿Estás feliz?
-Muy. Pero hay también otra mirada. Además de las dos habilidades que mencioné, la manual y la estética, o de mis inquietudes e intereses, soy una persona muy sensible. Me gusta la estética, las cosas lindas, que las cosas tengan gracia -como hablamos hace un rato- y, lamentablemente, eso no se ve muy a menudo, no ocurre en el mundo, no ocurre en Chile. Como seres humanos tenemos una cantidad enorme de conflictos, hay gente muriendo por ritualidades de otras épocas, porque se disputan lugares “sagrados”. Está la deforestación… tantas cosas negativas que me hacen ruido, que me duelen mucho. Me afecta, siempre me afectó, siempre fui débil en ese sentido, sensible frente a situaciones que me parece que no tienen razón de ser.
-Y de Chile, ¿cuál es tu mirada?
-Al país lo veo igual que al mundo. Conflictuado, dividido, sin identidad. Deberíamos saber convivir y convertirnos en un Chile 2.0 que los contemple a todos. Por un lado, tengo amigos que sufrieron atrocidades familiares con el gobierno militar. Y otros amigos que se sintieron acogidos y salvados por Pinochet. Y todos son buenas personas, chilenos, pero les tocó vivir la misma situación de otra forma. Y los sentimientos son válidos en ambos casos. ¿Cómo hacemos para netearnos y reinventarnos frente a
esa realidad? A pesar de los años los dolores siguen ahí… pero como chilenos debemos tener una identidad. Así como un restaurante necesita tener una propuesta, como país necesitamos tener una identidad. Y esa identidad es una consecuencia de todo lo que nos ha pasado, de una larga historia con buenos y malos momentos. Eso hoy no existe, y es muy triste.
-¿Tu trabajo te da una especie de consuelo?
-Claro, para mí hay una cuestión mucho más espiritual, que tiene que ver con el convivir en armonía con el resto de la gente. Eso es lo que busco y lo que me mueve. Esto no tiene que ver con la plata, tiene que ver con a qué te dedicas. Igual hay que ganar plata, porque si no, ¿cómo lo haces? Pero, por ejemplo, cuando le presentamos el plan de negocios al dueño de este lugar, para arrendarlo, decía: Vamos a hacer un lugar tan lindo, tan lindo, tan agradable, tan armonioso, que solo cosas buenas pasarán. Ése era el plan de negocios, no había ni un número. Cuando lo leyó no le quedó más que reírse. Pero esa era nuestra motivación. Y es lo que ha ido pasando.
En este sentido, vuelve el tema de “la llave” que -dice- “significa que eres de la casa”. Es un símbolo. “Como el lugar es pequeño, mientras más hayas venido más de la casa eres. Al final es como un club, con la diferencia de que aquí no se paga por pertenecer ni se distingue por alcurnia ni por patrimonio. Puedes volver si te gustó y si sentiste una armonía con el lugar, de lado y lado. La gente que valora lo que proponemos tiene la llave. Hay quienes no lo valoran, lo encuentran aburrido, y para eso está lleno de otros lugares donde poder ir”, dice.
-¿Cuánta gente tiene la llave?
-Muy poca. Muy poca. Si la entrego a todos pierde la gracia.
-¿Quiénes son los asiduos a La Clé?
-La gente que viene para acá es gente esteta, es gente interesante, es gente sensible, es gente humana. Y los que no vienen es porque les parece anticuado, fome. Además, como no puedes llegar en auto y no te puedes estacionar al frente, no pueden mostrar el último auto que se compraron. Es muy divertido, pero es así. Este lugar no es pretencioso, es gracioso, son dos cosas súper distintas. No tenemos ninguna pretensión, la comida que te proponemos es de casa. Bien hecha, sabrosa, bonita, pero no buscamos demostrar nada a nadie, en ningún aspecto. Los muebles no son baratos, pero son una opción distendida, relajada, no tienen nada de sofisticado, no hay luces ni brillos.
-Es un lujo distinto.
-Es un concepto de lujo contrapuesto. El buen vivir, el buen pasar, el disfrutar, el tener tiempo.
Cristián Donoso se levanta de la mesa redonda de caoba donde estaba dando esta entrevista y comienza a recorrer su lugar.
Miembros de su equipo ya están armando las mesas para recibir a los amigos de La Clé. Ajusta una flor que se inclinó más de la cuenta, endereza un respaldo. Todo parece estar en su sitio, pero su mirada atenta busca esos pequeños gestos invisibles que hacen la diferencia. Acomoda cubiertos, servilletas, luego muestra los maceteros llenos de verde que dan vida a la entrada de La Clé. Y se despide casi en silencio. Ensimismado. En su mundo.