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¿Quién salva al Mercado de Viña?

Los mercados a los que estamos habituados en Chile, y también en buena parte del extranjero, constituyen un regadero de vida para sus visitantes. Los separa del mundo una puerta y tras ella se dibuja un ambiente repleto de colores, olores, códigos ininteligibles, historias felices o trágicas, hábitos de habla que se construyen y destruyen cada mañana. El léxico muta, y el ritmo del trabajo aflora con una libertad envidiable. Los mercados son eso: humanidad envasada que se mueve con velocidad inaudita frente a nuestros ojos. Sin embargo, el Mercado Municipal de Viña Del Mar, no. Hoy no respira vida, sino silencio.

Em calle Arlegui, a solo metros del Mercado de Viña, un perro rubio y otro moreno se baten a duelo por un trozo de pescado frito. Si fuésemos más específicos deberíamos aclarar que, más que una apetitosa muestra de la merluza apanada que vende la señora de nacionalidad extranjera en la esquina que está a solo metros del Mercado, lo que realmente se disputan aquellos cuadrúpedos son un par de vísceras y una cola, que hurtaron desde el basurero.

La ira que estos animales exponen es completamente despro}porcionada al botín. Pero eso no los amilana. Su sangre no se enfría y la batalla es a muerte. De la misma forma en que están a punto de matarse dos personas de vida de calle que, paralelamente, se disputan una sidra contenida en una botella de plástico sin etiqueta.

Quizás la metáfora más contundente de la falta de vida del Mercado de Viña sea justamente esa, la sin razón de las batallas que se libran en sus alrededores. Cuando por primera vez traspasas el umbral que divide al actual mercado del mundo, la muerte es lo primero que se te aparece: el retrato del difunto don Panchito y su mujer yacen sobre el mesón principal del local más cercano a la entrada, con unas velitas ardientes y unas flores, ¿Qué podría constituirse más claramente como un imaginario mortuorio?

Además, lo que rodea al altar no le suma vida sino aún más muerte: la vitrina del difunto don Panchito no ofrece ni el más mínimo producto. Ni siquiera una jibia, un picoroco o un pejerrey. Los platitos de metal plateado, que antes rebosaban con la pesca del día, hoy lloran vacío y silencio.

A un costado de la Pescadería Panchito se encuentra estacionada una bicicleta oxidada de la década de los ochentas, y unas banderitas chilenas desteñidas, que cuelgan a modo de guirnaldas desde unas vigas del techo. Nada más compone la escena. La mayor parte del tiempo, al interior del Mercado no se escucha ni un alma. De los treinta y siete locales interiores que lo componen, más de la mitad están vacíos. Don Panchito no es el único fantasma. “Nos tienen completamente abandonados. El Mercado siempre ha sido la última colita para la municipalidad. El patio de atrás. Nunca se han preocupado de comenzar la restauración que necesitamos. Siempre está llegando a la ciudad gente de afuera, y no tenemos un mercado decente que ofrecerles. A veces me llega a dar vergüenza el estado en el que nos encontramos”, reclama la señora Patricia, quien lleva más de treinta años vendiendo flores en su local.

El deterioro del Mercado es tan evidente que la propia Municipalidad de Viña lo admite. Identifica que los mayores problemas son el abandono del edificio debido al cierre de casi la mitad de los locales por concesiones mal hechas y problemas graves de salubridad, con instalaciones sanitarias deficientes y deterioro del entorno circundante. “Estamos tan abandonados que no llega nadie. No hay servicio de Seguridad Ciudadana, y en las afueras se producen robos todo el día. Los concesionarios no han hecho los traspasos correspondientes a nuevos arrendatarios. Muchos han muerto y sus hijos no se han interesado en ser feriantes”.

La historia del Mercado Municipal de Viña es también la historia de gran parte del patrimonio arquitectónico chileno. Una dama linda que de un momento a otro pasa a convertirse en una especie de piedra en el zapato para la autoridad. Un elefante blanco de difícil acceso. Un expatriado del mapa turístico, porque si bien el Mercado Municipal de Viña cumple con todas las prerrogativas para ser protegido y declarado “patrimonio cultural”, aún no lo es: no cuenta con protección patrimonial bajo la ley 17.288 de Monumentos Nacionales.

“La primera medida que debiera adoptarse es la de protección. Es importante la normativa porque una vez que se protege un monumento, se genera casi automáticamente un plan donde se conjugan normativa y gestión. Cuando un patrimonio no se protege, queda a expensas del mejor postor, y puede venir cualquier empresa, en cualquier momento, a comprarle el terreno a la Municipalidad para demolerlo”, explica la Directora de la unidad de patrimonio de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, María Paulina Kaplan, quien, además, admite que pese a que el Mercado Municipal de Viña se encuentra en un estado de marcado deterioro, de igual manera continúa manteniendo un gran valor arquitectónico.

Al nivel de que la propia Municipalidad de Viña, en agosto del año 2024, generó un proyecto destinado a su remodelación a cargo de la empresa Rogelio Arancibia Palacios Arquitectura por un valor de 30.000.000 de pesos. El trabajo se realizaría en siete etapas y cada etapa marcaría un hito. Todo quedó firmado, oleado y sacramentado…pero aún no ha pasado nada.

Ninguno de los locatarios sostiene esperanzas en el proyecto. “Yo no voy a creer en ninguna remodelación hasta que la vea. Hasta que vea que hay gente que viene a trabajar aquí, y no a pintar el mono. Hasta ahora no he visto a nadie”, relata Patricia, quién asegura que lleva años escuchando promesas.

El pasado glorioso del Mercado de Viña

Viña del Mar fue siempre la ciudad de las flores, también de los relojes y de las damiselas frágiles y elegantes, de ascendencia inglesa o italiana, que a principios del siglo veinte paseaban por la costanera protegiéndose de los poderosos rayos de sol con sus sombrillas y sombreros de ala ancha. Huele a imagen idílica si pensamos en la actual calle Valparaíso que hoy hierve de tanto vendedor ambulante y ruina. La Quinta región, de hecho, detenta las mayores tasas de comercio informal, cesantía y victimización de Chile, después de Santiago e Iquique. Los colores antes eran tibios; el azul del mar, el celeste del cielo y la arena blanca que se combinaba con las descoloridas casonas de madera que miraban hacia los roqueríos.

En esa postal justamente nació el Mercado Municipal de Viña. La ciudad necesitaba uno, y el alcalde radical Sergio Prieto Nieto le encargó la confección de los planos, en 1938, al prestigioso arquitecto José Manuel Rojas. Su inauguración se convirtió en uno de los eventos más importantes de la historia de la ciudad. Incluso llegó el presidente Pedro Aguirre Cerda. “Antes aquí había mucha alegría. Se celebraban fiestas, aniversarios. Viña del Mar era pura vida. Venían a comprar las mejores familias, pero ahora nada, ya no se hace nada”, se lamenta Patricia.

Por otro lado, el doctor en historia contemporánea y profesor de la Universidad Católica de Valparaíso David Aceituno, ratifica el nivel de importancia que tenía Viña, explicando que los mercados siempre se constituyen como piedras angulares de ciudades ya sólidas, no de ciudades inacabadas. Así cumplen el rol de “estómagos” (porque conservan lo que las personas comen), a diferencia de las ferias que nacen espontáneamente, ramificándose como maleza. “El hecho de que se haya construido un mercado, habla de que Viña era una ciudad consolidada en términos urbanos. Refleja la mixtura del territorio. La existencia de industrias, trabajadores y la llegada del tren son elementos claves en su proceso de transformación.”

La experta en patrimonio Paulina Kaplan profundiza en la misma línea argumental. “Si nosotros entendemos el patrimonio como la memoria, como el “testigo histórico” que es el inmueble, podemos visualizar el significado del mercado para el viñamarino. Viña no fue solo un balneario. Como bien decía Benjamín Vicuña Mackenna, Viña del Mar fue hija de los rieles. Partió cuando empezó el ferrocarril y siempre fue conocida como una ciudad muy mediterránea. No todas las ciudades tienen mercados. Pero Viña lo tuvo, y mucho antes que varias ciudades de Chile. Hasta que perdió ese valor histórico que tenía: el lugar donde estaban las grandes casonas, el casino, la Quinta Vergara, las grandes industrias como la fundición Murphy o Ambrosoli”.

La remodelación que nunca llega

Cuando el sol se pone en la línea del horizonte, corre una ligera brisa en los bordes costeros de Viña del Mar. Se escucha el graznido de las gaviotas y también la bulla constante de los niños que se corretean en algarabías perpetuas antes de llegar a sus casas con sus cuerpos cubiertos- casi por completo- de arena y salinidad. Sus madres caminan con lentitud cuidándoles las espaldas. Es como si la ciudad se dividiera en dos. Por un lado el balneario, y por otro, la zona urbana-comercial, cuyo epicentro, en otra vida, fue el Mercado. Hoy nada de eso existe. La zona que rodea al Mercado es conocida actualmente como El barrio Rojo. Esto porque, según dicen, el perro que va a comer allí no es perro bueno, sino, muy por el contrario, del tipo que muestra los colmillos cuando se meten con su botín. Y para este tipo de perro todo lo que ve es parte de su botín. “Los asaltos son pan de cada día cuando uno sale del Mercado. Te meten cuchilla hasta por cien pesos”, cuenta Silvana, quién asegura que ya no queda casi nada por hacer. “Lo único bueno es que roban afuerita no más, porque cuando se atreven a hacerlo adentro, entre todos los perseguimos y los apaleamos”.

Patricia, en tanto, fija la mirada a media distancia de sus flores y luego con una voz bastante más baja que la de Silvana, cercana incluso a la afonía, comenta que una lacra todavía más dañina que el lanza es el vendedor informal. Asegura que son más de cien y que comercian de todo, desde productos de aseo hasta pescado frito, arepas con queso y artículos de escritorio. “Esta lleno de ambulantes, uno ya no puede ni caminar por aquí. Dicen que están en condición de calle, pero nada qué ver. Puras mentiras. Llegan con los medios camiones, bajan su mercadería y se apropian de la calle”, comenta Patricia con desdén.

El público objetivo que aún va al Mercado está compuesto, principalmente, por funcionarios del Hospital Gustavo Fricke y pequeños comerciantes de las tiendas cercanas. Es escaso, pero fiel. Van a servirse el menú del día, llenando cuatro o cinco mesas. “Todo el público que llega es el que una se ha hecho con los años no más. Ya no llega ningún turista como los que visitan otros mercados de Chile”, explica Silvana, quien lleva casi cuarenta años vendiendo comida pese a las vacas flacas. Más allá de los infortunios, lo único positivo es que el costo de su patente (equivalente al arriendo) es bastante más bajo en comparación al resto de los locales. Silvana, de hecho, paga 400.000 mil pesos por el derecho a usar tres locales con patente de alcohol. Quizás esa sea la única razón por la cual se mantiene allí.

La esperanza de un cambio se vislumbra como un anhelo cada vez más lejano. La prometida remodelación, de hecho, no se concreta ni muestra luces de comenzar. No solo no hay ningún avance tangible dentro del Mercado, sino que tampoco se ha publicado ningún tipo de avance en la página de la licitación oficial. El único proyecto adjudicado se encuentra ya con el contrato vencido y fuera de plazo. Además, los funcionarios municipales designados específicamente para revisar este trabajo y hacer cumplir los plazos, tampoco muestran señales de que estén fiscalizando. A la fecha, de hecho, pese a que ya se deberían ver resultados del trabajo de la compañía a cargo, solo vemos un gran letrero de tela ubicado en el muro de entrada, donde se lee: “PROYECTO DEL MUNICIPIO DE VIÑA DEL MAR PARA EL DISEÑO DE RESTAURACIÓN DEL MERCADO MUNICIPAL DE VIÑA DEL MAR”.

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