Habitar el espacio público: los nuevos murales que se han tomado la ciudad
Cuatro artistas chilenos reflexionan acerca de los elementos que aportan los murales, siendo el más transformador la manera en que las personas se relacionan con el lugar intervenido.
Por Consuelo Olguín
En sus inicios, el mural estuvo ligado a la propaganda política en lugares periféricos de la ciudad, siendo la década de los 60 el inicio de las brigadas muralistas. En esa época era frecuente ver paredes dibujadas y pintadas en apoyo de candidaturas presidenciales, como la de Salvador Allende, con imágenes de trabajadores con el puño en alto. En ese entonces se hacía de manera clandestina y sus autores no lo veían tanto como una expresión artística como sí una declaración de principios.
Ahora el escenario es diferente: se ven más murales, tanto en el centro como en sectores alejados y muchos tienen otros fines a los políticos. Algunos pretenden embellecer el lugar desde una dimensión estética mientras que otros hacer dialogar a la comunidad con una zona en particular. Lo que sí tienen en común todos es que, de una u otra forma, cambian la manera en que las personas habitan el espacio público urbano. En esa línea, cuatro artistas chilenos reflexionan sobre qué elementos aportan con sus trabajos.
Dasic Fernández
Una antigua fábrica de textiles a medio abandonar en San Joaquín fue el último trabajo que hizo en Chile Dasic Fernández, muralista radicado en Estados Unidos. En él, quiso representar el vínculo entre la comunidad de la fábrica y la industria en la que habían trabajado por años.
“Considerando el tratamiento del mural y tomando en cuenta las condiciones donde está ubicado, claro que puede incidir la forma en que la gente habita ese lugar. El mural puede transformar un espacio y convertirlo en un lugar que logra tener una identidad y un espíritu. Con eso ya cambia cómo la gente se aproxima a ese espacio y ahora pasa por un lugar que es reconocible”, dice.
Javier Barriga
Todas sus protagonistas son mujeres. La mayoría de ellas está de espaldas, cubren su identidad y buscan hacer justicia ante el abuso del hombre. Ese es el tema de cada obra de Javier Barriga, dueño de murales ubicados en Providencia y Santiago Centro.
Para Barriga, pintar en la calle se trata de un acto político en sí mismo, más allá del objeto que se represente.”Las personas se encariñan con los murales y éstos redefinen sus recorridos, mejorando levemente la calidad de vida del transeúnte. Se traslada la experiencia artística del museo a la calle, en donde cualquiera que se sienta tocado por la obra va a poder experimentar un momento de introspección y reflexión”, señala y agrega: “Un mural debería despertar un sueño en nuestro inconsciente y plantear preguntas”.
Valentina Clave
Fue una de las mujeres muralistas que participó en la renovación de varios cerros de Valparaíso en 2016. Valentina Clave se enfoca en la proyección de lo femenino, mezclando elementos, colores y personajes desconocidos, que podrían ser la vecina, la prima o bien ella misma.
“El mural genera una escala de cosas positivas. Por ejemplo, pintar un block en un sector alto de Valparaíso va a generar que los vecinos se junten, se organicen. Uno se va de ahí después de pintar el mural, pero la gente luego genera eventos, habita el espacio“, dice.
Basco Vazko
En plena Vicuña Mackenna está el mural del Museo de Violeta Parra que hizo Basco Vazko, en un año que se cumple un siglo del natalicio de la prolífica cantautora. Enfocado en la dimensión estética del trabajo de Violeta Parra, el muralista lo combinó con la vida urbana de esa avenida junto con el graffitti y el rayado que abunda en el sector.
Con una visión más crítica, Basco Vazko indica que si bien los murales contribuyen a revitalizar espacios abandonados “las temáticas parecieran ser más estéticas que con un discurso social o político fuerte. Creo que eso ha servido para que el sector privado utilice el mural con fines económicos, como por ejemplo generar una publicidad alternativa a la habitual”.
