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23 de Abril de 2015

Las mujeres escriben una contracultura solidaria

No deja de sorprenderme: cada año, la gran mayoría de las personas que hacen voluntariado América Solidaria son mujeres. Más que un dato a la causa, creo que esto encierra una expresión contracultural donde lo femenino nos señala caminos de sostenibilidad y bien común que debiéramos transitar.

Por Sebastian Zulueta
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Sebastian Zulueta es Director Ejecutivo América Solidaria Internacional

En mi constante trabajo de entusiasmar personas a que sean voluntarios/as por un año en otros países de nuestro continente, es común encontrarme con hombres que rechazan la invitación dando este tipo de respuestas: “Quiero entrar de inmediato a trabajar”; “no puedo salirme de mi trabajo… Podría perder la oportunidad de avanzar más en mi empresa”; “estoy juntando mis pesitos para poder hacer un proyecto”; “tengo que pensar en mi futura familia”. Si bien no se puede generalizar ya que hemos tenido decenas de voluntarios hombres, me gustaría aventurar algunas hipótesis de qué puede estar detrás de este tipo de respuestas, y que pueden ofrecernos algunas claves de por qué las mujeres son más proclives a ser voluntarias.

Una primera hipótesis es que nuestra sociedad exitista va generando incentivos para formar individuos “maximizadores de ingresos”, productivos, y con una gran capacidad de consumo. Es así como los sistemas de pensión contributiva incentivan a cotizar desde joven para alcanzar una mejor jubilación; los seguros de salud privado incentivan a tener remuneraciones más altas para acceder a una mejor cobertura; en la medida que se opta por carreras ligadas a lo productivo, la expectativa de sueldo será mayor y se podrá acceder a mayores y mejores bienes de consumo.

Una segunda hipótesis es que nuestra sociedad patriarcal genera incentivos para formar individuos proveedores, con capacidad de trabajar jornadas extensas y ausentes del ámbito familiar. Las personas que cumplen con estas características, generalmente son hombres, y son “recompensados”. Económicamente, se ofrece mejores sueldos a hombres que a mujeres; reputacionalmente, se ofrece mejores cargos a los hombres en cargos públicos, directorios e incluso en el escalafón eclesiástico de distintas religiones; socialmente se genera sobre los hombres una expectativa de proveer de todos los recursos necesarios para la sobrevivencia del hogar (expectativa que contrasta con las altas tasas de abandono familiar por parte de esposos y padres de familia).

En resumen, las características exitistas y patriarcales de nuestra sociedad generan tentadores incentivos para que los individuos se alineen en torno a un rol históricamente asociado a lo “masculino”, con el fin de aumentar el bienestar social a partir de su bienestar individual. Sin embargo, son estos mismos incentivos los que van marginando a aquellas personas que no pueden cumplir –o, en algunos casos, que eligen no cumplir- con estos roles más asociados a lo “femenino” (madres, madres adolescentes, cuidadoras de familiares, dueñas de casa, trabajos y profesiones no ligadas a la industria…). Y se van generando las bases de la desigualdad de género, que termina golpeando fuertemente a las mujeres, muchas veces sumiéndolas en la pobreza y en distintos tipos de exclusión.

Es cuestión de que echemos un vistazo por la ventana de nuestros países y nuestro continente, para darnos cuenta de lo que hablo. Es sabido que en nuestro continente la pobreza “tiene rostro de mujer”. Por ejemplo, en Chile, el 87% de los Ninis (jóvenes que no estudian ni trabajan) son mujeres, lo que se explica principalmente por “su dedicación al cuidado de los hijos y a labores domésticas” (INJUV, 2014). O, como señala la CEPAL, la pobreza latinoamérica es 1,15 veces mayor en mujeres que en hombres (CEPAL 2009), existiendo marcadas brechas en la tasa de empleo (la tasa de empleo femenino en América Latina y el Caribe, representa el 65% de la tasa de empleo masculina), y en las tasas de ingresos (CEPAL 2014).

La gran mayoría de las mujeres que viven este tipo de exclusión, no puede elegir otra realidad, y son víctimas de una condena injusta. Sin embargo, hay otras que, pudiendo elegir, no aceptan moldearse por lo que nuestra sociedad muestra como “modelo” de persona. Y, al hacerlo, demuestran que el bien común no se construye necesariamente desde la sumatoria del bienestar individual de las personas, sino que se puede construir desde el bien familiar, comunitario y social.

Y tal vez sea por lo difícil de no caer en el hechizo de estos incentivos, la razón por la cual me sorprende que en el mundo haya tantas mujeres que, aún pudiendo elegir otra realidad, eligen ser madres, estar más tiempo en la casa, participar activamente en la formación de sus hijas e hijos, articular las familias extensas, ser líderes comunitarias. Y, en el caso de América Solidaria, el que haya tantas mujeres que optan por ser voluntarias, entregando un año de su trabajo y compromiso.

Nuestra sociedad debiera generar incentivos para que este tipo de roles femeninos sean más valorados socialmente, reflejándose en las políticas tanto públicas como privadas. A modo de ejemplos, y en sintonía con los foros mundiales de juventud y género (CEPAL 2014), se debiera buscar formas de compatibilizar empleo y maternidad, reconocer el trabajo doméstico no remunerado y la economía del cuidado, promover la corresponsabilidad de hombres y mujeres en la vida familiar, promocionar trabajos protegidos para madres y padres, entre otros. Sólo así podremos equilibrar la balanza de una sociedad hipermasculinizada, que ha llevado a sus extremos la exaltación de los valores ligados al tener y al hacer.

Necesitamos sociedades más equilibradas. El bien común se construye desde lo masculino y lo femenino, ambos tanto en hombres y mujeres. Es por esto que es necesario redoblar los esfuerzos para revertir la realidad de aquellas mujeres víctimas de la exclusión de género. Pero, a su vez, debemos agradecer por aquellas mujeres que son el reflejo de una expresión contracultural, en la que valientemente nos dicen que los valores son importantes, que la familia es importante, que la comunidad es importante, que la sociedad civil es importante, que el voluntariado es importante…y que no se transan. Y predican con el ejemplo que el ser y el estar, son tan importantes como el tener y el hacer.

Por mi parte, doy gracias a las mujeres voluntarias de América Solidaria, por la clase magistral que nos dan, año a año, con su ejemplo de solidaridad.

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