
“Estuve en varias despedidas en mi vida, en Chile y afuera, pero ninguna como esa. Ninguna”, dice hasta el día de hoy Lizardo Garrido, el Chano, lateral derecho de la selección chilena en el Mundial de 1982 y líbero de Colo Colo 1991, el único equipo que fue capaz de ganar la Copa Libertadores de América en nuestra historia.
Tiene razón, Garrido. Yo también estuve ahí esa noche, como público, debajo del marcador porque no quedaban entradas al otro lado, y fue impresionante. Un acto de catarsis, por decir lo menos. Una misa ecuménica, un recital, una concentración política, un partido de fútbol lleno de estrellas, de emociones, de risas, de lágrimas. Todo al mismo tiempo.
Sábado. Noche. 12 de octubre de 1985. Cinco meses después de su despedida de la selección…pero ya hablaremos de eso más adelante. Nadie quiso transmitir en directo. Ni TVN, ni Canal 13, ni el canal 11. Más que no querer, se los prohibieron desde el gobierno por todo lo que significaba políticamente Caszely y porque presumían que podía pasar lo que pasó: la galería norte estaba llena de letreros de las Juventudes Comunistas, afuera y adentro del estadio hubo más de algún altercado entre opositores y Carabineros y, por primera vez desde 1973, una masa gigantesca de gente, por largos minutos, con libertad absoluta, gritó “Y va a caer” hasta quedar afónica. Los que estábamos ahí no podíamos creerlo. Sabíamos -al igual que quienes siguieron todo por Radio Cooperativa, la única que se atrevió a transmitir en directo- que era algo histórico, que habría un antes y un después de esa noche, que se abriría una compuerta hasta entonces cerrada a machete y a fusil.

Fue la primera vez que gritos políticos sonaron en un estadio en dictadura. Y mira que yo fui siempre al estadio esos años. Todos los fines de semana. La primera vez, sin duda alguna. ¿La barra de la U? Mentira. Nadie gritó contra Pinochet en un estadio antes de esa noche. Nadie se atrevió. Las cosas por su nombre. Así como Pinochet jamás ayudó a Colo Colo a construir el Monumental. Anote para que nunca más traten de engañarlo: el terreno se adquirió en 1956 (tengo boletas de mi abuelo por la compra de asientos en 1957 que lo comprueban), la base de cemento se armó en 1975 para la primera inauguración y los supuestos millones aportados en 1989 jamás llegaron: sólo fue un engaño burdo para atraer votos para el Si una semana antes del plebiscito. ¿El famoso titular de la Tercera de los 300 millones? La promesa hecha por Pinochet ante Dragicevic, Menichetti y Vergara (todos hinchas de don Augusto) ante decenas de cámaras. Publicidad engañosa, le llamarían hoy. Luego, como se sabe, el general corrió solo, perdió… y nunca más de acordó de la promesa. No es necesario seguir mintiendo: los que estábamos vivos y ya éramos periodistas en esa época conocemos bien la verdadera historia. El estadio se terminó de construir, en rigor de remozar, con las platas de la venta de Hugo Rubio al Bologna. Y como dice mi mujer, la Teresita, no te estoy preguntando, te estoy contando. Me enojé, caramba.
Bueno, volvamos a esa noche. Aún tengo guardada la entrada, junto a otras credenciales importantes. “Mi despedida la organicé yo mismo, porque nadie más se atrevió a hacerlo”, diría después el propio Caszely. Aunque parezca exagerado, entre 85 y 90 mil personas llegaron ese sábado a un estadio Nacional que lucía no sólo abarrotado, sino literalmente desbordado; “hasta las banderas” como se decía antes porque en la parte más alta del estadio se ponían decenas de mástiles con banderas chilenas. Escaleras llenas, gente apiñada contra las rejas, centenares en el terreno de juego, fuegos artificiales y las primeras bengalas que empezaban a ponerse de moda en los estadios reemplazando a las antiguas antorchas de papel. Avisaje al borde de la cancha de Cerveza Cristal, Good Year, Polla Gol y Davis Autos.
Al principio, como suele ocurrir, se le entregaron distintas medallas, placas recordatorias y trofeos al festejado. Homenaje de la Federación de Fútbol de Chile, a cargo de Miguel Nasur; de Colo Colo, a cargo de su presidente Nain Rostión y de Alejandro Ascuí y del plantel de la Selección Chilena en pleno, que participaba en esos momentos en las clasificatorias para México 86 (dónde no iríamos porque nos dejó afuera Uruguay). Con buzo azul, uno a uno pasaron a abrazarlo, entre una nube de fotógrafos, camarógrafos y colados. El capitán Roberto Rojas, que le entregó un trofeo enorme, Mario Soto, Rubén Espinoza, Sergio Salgado, el Pindinga Muñoz, el Mocho Gómez, el Ligua Puebla, Pato Mardones, el Chano Garrido, Miguel Angel Neira, el Arica Hurtado, Juan Carlos Letelier y Leonel Contreras, quien le regaló una camiseta de Chile firmada por todos. Resulta raro que haya sido él, el más joven, sin jinetas, sin historia junto al crack, pero así no más fue.
Jugaron de preliminar un equipo de artistas (el Pollo Fuentes, Buddy Richard, Wildo, Pepe Tapia y Jorge Eduardo, entre los que me acuerdo) contra uno de periodistas deportivos (el Toño Prieto, Igor Ochoa, Harold Mayne Nicholls, Lucho Urrutia, Julio Salviat, el chino Pérez, qué se yo, los que jugaban siempre). No sé quién ganó ni cuál fue el resultado final, pero nunca se me va a olvidar -aunque alguna vez creí que lo había soñado- que esa noche Ochoa hizo un gol de palomita en el arco norte ante el aplauso de la concurrencia.
De fondo, claro, jugaban “Colo Colo de Siempre”, con camiseta blanca de Puma y un puñado de grandes jugadores que incluía al Gringo Nef, Daniel Díaz, Mario Galindo, el coco Rubilar, Chamaco Valdés, Leonel Herrera, Yeyo Inoztroza, Nain Rostión jr -que no era tan bueno, pero era hijo del presidente- el pollo Véliz y obviamente Caszely, contra una selección de estrellas sudamericanas de todos los tiempos, que vestía camiseta celeste y que incluía a Elías Figueroa, Jairzinho, Valderrama y el nene Cubillas, entre otros.
Ya iniciado el partido pasó algo gracioso. O triste. Inesperado al menos. Le hicieron un penal a Caszely en el arco sur y se puso frente a la pelota el Chino entre los aplausos y la ansiedad generalizada. Era la opción de marcar en el último partido, de cerrar todo con broche de oro. Pero, tal como en el 82 ante Austria, donde también le habían hecho a él el penal, casi con calco, Caszely pateó rasante, pegado al palo…y la pelota se fue afuera. Otra vez. En la despedida. Los hinchas no sabíamos si reírnos o llorar, pero más bien nos reímos.
En el segundo tiempo hizo un gol de cabeza el Lolo Saavedra, que había entrado en Colo Colo junto a Juan Gutiérrez. Este último pasó a la historia por reemplazar a Caszely justo antes de terminar los primeros 45 minutos, lo que desató la locura en el estadio. Se apagaron las luces y hubo vuelta olímpica acompañada de una canción que sonaba por los parlantes con voces masculinas y femeninas del momento, entre ellas la del Negro Piñera que partía con frases como “cada domingo lo vemos correr, la alegría del fútbol en su piel” y terminaba con un rítmico coro sincopado que decía “Cas-ze-ly, Cas-ze-ly”.
Todo esta locura bajo un escenario montado en pocos minutos en medio de la cancha y una vuelta olímpica que empezó antes de tiempo y que incluía el tradicional seguimiento con focos a Caszely, la estrella de la noche, quien rápidamente se hizo invisible entre una nube de personas que no dejaban ver nada, lo que, por supuesto, indignó al Sapito Livingstone cuando revisó la jornada al otro día en el Zoom Deportivo.
Increíblemente, al terminar ese primer tiempo se fue Caszely. No sólo de la cancha: del estadio. Transpirado, vestido aún con pantalón corto y la camiseta de Colo Colo, partió piolita a su casa para evitar problemas en un auto viejo que manejaba un amigo y que se abrió paso entre la multitud gracias a un puñado de Carabineros que debía ser antagonista políticos en esos momentos pero que, como gente de pueblo, más bien idolatraba al goleador.
Notable jornada. Tanto como la vivida pocos meses antes, cuando el Chino jugó por última vez con la camiseta de la Selección. Fue en el mismo estadio Nacional, un 21 de mayo, ante 21 mil personas y se le ganó 2-1 a Brasil (tres veces veintiuno). Esa tarde sí hubo transmisión para todo el país por TVN y Caszely marcó un golazo, cerrando el primer tiempo. El número 42 en su carrera con la Roja si sumamos partidos oficiales y amistosos ante países y clubes que, contra lo que dice la FIFA, es lo que corresponde y pondría a Caszely, en el reino de las estadísticas, como el tercer máximo goleador de la Roja en la historia tras Alexis Sánchez y Eduardo Vargas. Por sobre Salas, Zamorano y Vidal.

¿Por qué corresponde? Porque desde fines de la década del sesenta y hasta bien entrados los ochentas (cuando fue figura Caszely la selección chilena, para poder jugar más seguido, organizaba variados amistosos frente a clubes. Fue así como Peñarol, Santos, Boca Juniors, River Plate, Vasas de Hungría, Internazionale de Milán, Paris Saint Germain, Fluminense, Dinamo y Bayern Munich, entre otros, pasaron por Santiago. No como ahora, cuando se viaja en avión por todo el mundo y a cada rato para jugar, o que hay hasta tres torneos al año de selecciones. No era así antes y en esos partidos ante clubes, los únicos que jugaba la selección en materia de amistosos, Caszely hizo muchos goles. 15. No se los cuentan, pero debieran contárselos. Yo al menos se los cuento.
Bueno, esa tarde de mayo, ante Brasil, arrancando desde la mitad de la cancha hacia el arco norte tras pared larga con Puebla, en su estilo, dejando botado al arquero Carlos Roberto Gallo con un amague de otro mundo, Caszely marcó el 2 a 0 para Chile. Había abierto la cuenta Hugo Rubio y en la segunda etapa descontaría Casagrande para la visita. Fue su último partido con la Roja, con la que jugó dos mundiales.

El segundo, España 82, donde perdió el famoso penal ante Austria, ese que según el comercial de TV con los años se le iba a olvidar a todo el mundo pero no se le olvidó nunca a nadie. Y el primero, Alemania 74, donde lo expulsaron – primera tarjeta roja en la historia de los mundiales- por hacerle un violento foul desde atrás al lateral derecho alemán Berti Vogts, que le habían pegado todo el partido. Algo que, más que rabia o natural desazón, en el Chile perverso de entonces generó una canallesca campaña en la que se acusó al jugador de hacerse expulsar para no jugar unos días después antes sus “camaradas” de la RDA. Absurdo y miserable. Era el mismo Caszely que nos había dado tanto, que fue estrella de la campaña de Colo Colo 73 hasta llegar a ser finalista de la Copa Libertadores transformándose en el goleador y el mejor jugador del torneo. El mismo que en esa época usaba la camiseta número tres, pese a ser delantero, porque cuando fueron a la Confederación Sudamericana para inscribir a los albos para la Libertadores, el encargado lo hizo en desorden, poniendo en la lista a los jugadores que primero se le venían a la cabeza: Nef el uno, Chamaco el dos, Caszely el tres…
El mismo Caszely que en 1979 fue elegido el mejor jugador de la Copa América, donde Chile también llegó a la final y perdió en partido de desempate, en el estadio de Vélez en Buenos Aires, ante Paraguay. Esa noche fue 0 a 0 y Chile estuvo más cerca (hubo un cabezazo de Yañez que el Gato Fernández sacó con la punta de los dedos cuando no quedaba nada), pero por diferencia de gol la copa fue para los guaraníes.
El mismo Cazely campeón el 70, 72, 79, 81 y 83 del torneo nacional y el 81, 82 y 85 de la Copa Chile con la camiseta de Colo Colo. El mismo que, hasta el día de hoy, es el máximo goleador histórico del club con 208 goles en 373 partidos. Dos más que los 206 de Chamaco Valdés en 413 partidos oficiales. El mismo Caszely que fue goleador tres años seguidos del torneo nacional: 79, 80 y 81. El gerente, el rey del metro cuadrado, el “de profesión ídolo”.
Figura principal, Caszely. Siempre. Donde estuviera. Hiciera lo que hiciera. Figura deportiva, política, social. En la televisión, donde no se perdía aparición en Sábados Gigantes, la Teletón y otros programas nocturnos. O en el cine, donde apareció en varias películas como “El ciudadano Kramer”, “Paseo de Oficina”, el estupendo documental “Los rebeldes del fútbol” junto a Cantoná, Sócrates, Pasic y Drogbá y en “Consuelo”, una película de Luis Vera filmó en Valparaíso, en la cual Caszely era un choro del puerto que compartía roles con Loreto Valenzuela y Sebastián Dahm. O en la música, grabando un par de discos. De hecho, hasta el día de hoy todos nos acordamos del “domingo por la mañana, temprano al estadio se va…”, con video grabado por Gonzalo Beltrán en la cancha central del estadio Nacional. El mismo Nacional donde dijo adiós esas noches inolvidables del 85.