
Dentro de los porcentajes e índices que pue- den salir de la boca de un economista, el número que más repite por estos días en el discurso de Ignacio Briones es el cero. La nada. El académico de la UAI, ex ministro de Hacienda de Sebastián Piñera, ex pre- candidato presidencial de Evópoli y hoy asesor del programa económico de Evelyn Matthei, dice que el aumento del presupuesto fiscal en cero para el próximo año y la implementación de un esquema de “permisología de base cero” son parte de la ecuación que Chile necesita frente al complejo momento que se vive a nivel mundial.
Provocador, disruptivo, audaz y poco apegado al establishment, Briones acaba de ser convocado por sus ideas a integrar el transversal Consejo de Alto Nivel para la Respuesta Estratégica de Política Económica y Financiera Internacional (CPEFI), creado por el gobierno justa- mente para enfrentar la incertidumbre instalada en los mercados por la admnistración Trump.
La guerra arancelaria con China, la incertidumbre respecto de la continuidad de los tratados de libre comercio y el enfrentamiento con instituciones como la Reserva Federal (FED) han transforma- do los primeros 100 días del gobernante nortemericano en una revuelta que, según varios expertos, es solo el prólogo de una gran recesión.
—La candidata Matthei habla de que viene un terremoto grado 10. ¿Está de acuerdo?
—Hay que prepararse para un movimiento telúrico. Está ese riesgo. Lo que sabemos de todas las turbulencias internacionales pasadas es que nos pegan, y es obvio, porque Chile es un país pequeño y súper abierto. Cuando el mundo se enferma, nosotros nos contagiamos. Hoy día enfrentamos una pandemia. Y, haciendo la analogía con la pandemia sanitaria, que nos obligó a anticiparnos y tomar medidas audaces como las vacunas, acá hay que hacer lo mismo. Es importante tomar medidas pro crecimiento ahora, porque se viene una pandemia económica.
—El Gobierno está mirando a India como nuevo mercado. ¿Es una salida?
—Me parece bien. Bienvenido. Pero no nos perdamos. Eso no mueve la aguja. ¿Por qué? Porque Chile ya es un país extremadamente abierto, uno de los más abiertos del mundo, con un arancel promedio de 0,7% y tratados con más del 90 o 95% de la economía global. Avanzar con India está bien, pero hoy representa solo el 1,5% de nuestras exportaciones, el 2,5% del comercio mundial y el 4% del PIB global. Es un player, sí, pero Estados Unidos es el principal, y China es nuestro mayor socio comercial. Lo que hay que entender es que en Chile tenemos problemas internos. Tenemos mucho que hacer para lanzar la economía, y eso requiere una mirada de Estado, ambiciosa, un pacto de desarrollo donde nos pongamos de acuerdo sobre lo valioso que tenemos como país para que cuando todo esto pase, tengamos algo construido, como los estadios que se levantaron para los Juegos Panamericanos. Ese estadio ya va a estar ahí.
—¿Pasará? La tendencia pareciera ir hacia gobiernos más proteccionistas.
—El mundo está revuelto, sin duda, pero cuando entendamos bien la incertidumbre encontraremos un nuevo equilibrio. Porque el problema de fondo es jus- tamente la incertidumbre. ¿Quién va a invertir así? Hay que acotarla. Y nosotros podemos hacer cosas. Como dice Evelyn Matthei, hay que estar preparados para un escenario de riesgo. Nadie duda de eso. Tenemos que parar el endeuda- miento, ajustar el gasto y recomponer los ahorros, que hoy están bajos. Hay que apretarse el cinturón para hacer el ajuste fiscal que el Consejo Fiscal Autónomo le pidió al Gobierno. Tenemos que hacer lo imposible para dar incentivos a la inversión. Eso no anula el mensaje pro crecimiento prepandemia. Al revés: lo refuerza.
Es en esa propuesta de hacer lo imposible donde la cifra cero aparece:
“Afortunadamente ya está instalada la necesidad de avanzar en permisología. Y este gobierno tiene un proyecto en ese sentido. Pero no basta. A mí me gusta la idea de un esquema de permisología base cero. ¿Qué significa? Se define el estándar ambiental, patrimonial, de impacto comunitario y luego se re- visa toda la regulación en función de si es afín a ese estándar. La que lo cumple, se queda. La que no, se elimina. Así, los proyectos llegan conociendo las reglas y no necesitan permisos para operar. ¿Quién podría oponerse? Esa es una agenda de Estado. No es automática, pero es urgente y requiere ambición en este contexto de turbulencia externa”, asegura.
Otro ámbito donde el cero es clave para Briones es el presupuesto nacional: “Tenemos que hacer un acuerdo de presupuesto a 4 años, con una meta clara: equilibrar las cuentas fiscales. Eso implica que el próximo gobierno debería tener un presupuesto que, en términos reales, crezca cero. Nunca ha ocurrido. Es difícil, pero necesario. Se requiere un acuerdo para que, quien sea gobierno, esté dispuesto a recortar y reasignar a áreas prioritarias como es el gasto social”.
Bajar el impuesto corporativo, impulsar las energías renovables creando una línea de transmisión e importando la demanda mediante -por ejemplo- la instalación de datacenters son otras propuestas. Ofrecer seguros de invariabilidad tributaria a los inversores extranjeros y modernizar el Estado mediante el ajuste de empleo público, también integran su esquema de vacunación.
—Junto a la seguridad, hoy el crecimiento es el gran tema de la campaña presidencial. ¿Acaso no es populismo económico prometerlo en este escenario?
—Más que prometer crecimiento, hay que prometer medidas pro crecimiento. Ese es el gran esfuerzo que tene- mos que hacer.
“NO ME CUESTA NADA DECIR QUE NO”
Cuenta Ignacio Briones, segundo de cinco hermanos, que fue lo más cercano a la oveja negra de una familia con ambos padres arquitectos y hermanos ligados al arte, la arquitectura y el diseño. También está casado con una arquitecta, y es padre de tres hijos de entre 8 y 16 años. Dice que era bueno para los números, para hacer negocios de verano como vender duraznos u organizar campeonatos de tenis, y que por eso entró a Ingeniería Comercial. Su sensibilidad humanista lo llevó a estudiar posgrados en Ciencias Políticas y, contrario al espíritu de su generación, a cursar su doctorado en París y no en Estados Unidos, donde la Universidad de Chicago era el destino obligado de quienes, a mediados de los 90, querían manejar las arcas de un país que comenzaba a despegar del subdesarrollo.
“Podría haber ido a Chicago, me habían aceptado. Pero durante el pregrado ya había hecho un intercambio en París y me había gustado precisamente la mezcla de Economía y Ciencias Políticas. De nuevo estaba la posibilidad de unir lo humanista con lo más matemático. Chicago, quizás, era un enfoque más tradicional”, cuenta el doctor en Economía, que a su regreso a Chile alcanzó a trabajar un par de años —junto a un amigo— como crítico gastronómico en la desaparecida revista Cosas, bajo el seudónimo Eugenio de la Cruz. “Me echaron por ser muy crítico, algunos restaurantes reclamaron”, dice, sin querer detallar.
Tampoco da demasiados detalles de su actual rol como miembro del directorio de Tenpo, un neobanco que busca revolucionar la banca tradicional con una oferta de servicios totalmente digital, sin ventanillas, papeletas ni sucursales pre- senciales. “La competencia genera innovación, y la innovación hace que algunos actores sean reemplazados o desafiados por otros. Esta es una empresa tecnológica, esencialmente, con un gran accionista como Credicorp detrás. No tengo ninguna duda de que va a ser un aporte. Pero ahora estamos en medio del proceso regulatorio para obtener la licencia bancaria. No puedo decir cuándo parte, pero sí que será súper disruptivo”.
Lo disruptivo se le nota hasta en el look. Con su melena de rulos, mochila amarilla y bufandas de colores, es fácilmente reconocible por quienes lo divisan en el café de Vitacura donde da esta entrevista. “Mi candidato”, le gritan al pasar. Él saluda, enrolla un par de tabacos y recuerda sus años de mayor exposición.
—¿De verdad quiso ser presidente en 2021? ¿O era de esas candidaturas para asegurar cupos parlamentarios?
—En realidad, nunca he hecho cosas que no quiero. A mí no me cuesta nada decir que no. Me siento una persona muy libre, en mis opiniones, en mis convicciones. Cuando decido algo y tengo buenos argumentos, voy de frente. Esto no fue la excepción. Sabía que las chances eran bajas, pero también veía que era un momento bien difícil del país, donde había un deterioro insti- tucional muy grande y donde poner ideas que pudieran servir tenía un valor en sí mismo. Esa fue la apuesta. Creo que no me equivoqué. Por otro lado, para mí fue una experiencia humana superior, gratificante, porque yo nunca había sido candidato a nada. Probablemente no lo sea nunca más.
Recuerda que parte de su campaña consistió en sentarse en las plazas del país con un letrero que decía: “Pregúnteme lo que quiera”: “Me decían: ¡Estás loco! Te van a tirar piedras. Y no, yo estaba seguro de ir a meterme a las patas de los caballos. Tuve conversaciones preciosas que recuerdo hasta el día de hoy y que permiten humanizar ciertos principios, ciertas creencias, como el valor de las oportunidades, el valor de la libertad”.
—¿Cambió su mirada sobre la importancia de lo técnico con la experiencia de los más vulnerables?
—Por supuesto que cambia. Se juntan las dos cosas, pero también se confirman ciertos argumentos técnicos, aunque parezca contradictorio. Fue clave ver la importancia del crecimiento, que en esa época era una palabra depreciada. Hoy día, afortunadamente, es una palabra que está de vuelta.
—¿Devaluada porque se leía como sinónimo de desigualdad?
—Porque la izquierda tenía una mirada muy acotada, muy infantil del crecimiento. En el sentido más benévolo, pensa- ban que era con piloto automático; y en el peor, había quienes decían que había que decrecer. Eso lo vimos con fuerza en la primera Convención Constitucional. Pero cuando conversas con las personas comunes y corrientes, te das cuenta de que, número uno, no son politizadas. Quieren que les den seguridad, que el Estado los atienda con dignidad, que sus hijos tengan una chance justa a través de la educación. Y valoran mucho el esfuerzo. Muchas personas me decían: “Me saco la mugre todo el día y a mí no me llega tal beneficio… En cambio, al otro, que muchas veces incluso falsea información, le llega. Soy de clase media, soy muy rico para el Estado y muy pobre para el privado”.
Entre tabaco y tabaco, el exministro de Hacienda del gobierno de Piñera se emociona. Vuelve a los diálogos que le sirvieron para entender cómo se llegó al estallido social de octubre de 2019 y lo que vino después.
“Parte importante del malestar del estallido tiene que ver con que Chile se achanchó. En los últimos diez años dejó de crecer al ritmo que traíamos. Teníamos esta paradoja de un malestar que ocurre en un Chile que, pese a todo, seguía creciendo y tenía los mejores indicadores de bienestar y econó- micos de la región, a mucha distancia de varios países. ¿Cómo era posible que ese malestar ocurriera? Bueno, esto se jugaba en las expectativas: la gente decía que, por más que su nivel individual siguiera siendo bastante bueno, esperaba que fuera mucho mejor. Veníamos acostumbrados a una economía que crecía al 4 o 5%, y el proyecto futuro, la renta, el emprendimiento individual, venía con ese viento de cola que se acabó. El malestar del estallido fue una confirmación muy relevante de por qué era tan importante crecer, crecer y crecer”.
—Luego le tocó la pandemia y se opuso fuertemente a los retiros de las AFP. ¿Cómo lo mira en retrospectiva?
—He pensado mucho en esto. Siempre dije que los retiros eran imparables, porque una vez abierta la puerta, no se cerraba más. Aquellos que lo promovían y decían que era una única vez, lo hicieron dos y tres veces. Afortunadamente la cuarta se paró. Y en este Gobierno creo que ya han sido dos o tres intentos. Se hizo mucho daño. Fíjate tú que el primer retiro ocurre 40 días después de que nosotros hicimos el acuerdo COVID con la oposición para mejorar el IFE. Llegamos a un acuerdo de 12 mil millones de dólares, que en esa época se criticaba porque era una salvajada. Pero cada retiro costaba 20 mil millones de dólares… Hoy estoy convencido de que siempre fue una herramienta electoral. Y la prueba está en que hubo uno, dos, tres… Para el cuarto ya estábamos en plena segunda vuelta presidencial ¡y hasta el mismo Presidente de la República lo apoyó! Eran imparables desde que se abrió la puerta populista, que era absolutamente electoral. Y aunque se ha di- cho poco, hoy es importante anclar las expectativas: la Reforma de Pensiones que se acaba de lograr, enhorabuena, porque empieza a meter más ahorros en las cuentas individuales, nos va a tener los próximos 15 años cubriendo los retiros. No va a ser para tener mejores pensiones. No nos engañemos.
—¿Alguna autocrítica de ese período?
—Me hubiera gustado llegar antes con el IFE, con las ayudas. Pero nos enfrentamos a una dificultad concreta, del mundo con guitarra, que ilustra bien la diferencia entre la voluntad, las ganas y la realidad. La voluntad estaba, pero no teníamos la información: ¿cómo íbamos a entregar la plata si teníamos el Registro Social de Hogares con 3 millones de personas y había que llegar a 15 millones? Para construir esa información había que pasar por los municipios, que estaban todos a media máquina, igual que el Estado. Me hubiera encantado llegar antes, pero no podíamos. Probablemente nos equivocamos en el primer IFE de $65.000, y lo corregimos al mes siguiente con el acuerdo, subiéndolo a $100.000. Pero me quedó claro que todo lo que uno hiciera era insuficiente frente a los retiros.
—Todavía lo emociona.
—Sí. Como te digo, nos hubiera gustado llegar antes, pero no podíamos, y eso generaba una impotencia tremenda, por- que no teníamos cómo. A mí se me apretaba la guata.
EL PROFE DE LA MOTONETA
El economista con sensibilidad social que es Ignacio Briones guarda un secreto. Cada semana se sube a su motoneta naranja —la misma que hizo célebre en su período de candidato y que maneja hace 15 años— para cruzar hacia el sector norte de la ciudad. Desde 2024, realiza un voluntariado con Enseña Chile como tutor de matemáticas para tercero y cuarto me- dio en un liceo subvencionado.
Prefiere no dar nombres ni especificar la comuna. No quiere exponer a los jóvenes que le han permitido confirmar en terreno otra premisa técnica:
“La investigación muestra que la in- versión más rentable socialmente, y donde tenemos una falencia inaceptable, es la educación escolar. Particularmente la preescolar. Aquí tenemos un gap y un hándicap enorme, un retraso y una falta de oportunidades que es impresionante. Y esto es porque en los últimos 15 años todo el debate ha estado centrado en la educación superior, lo cual es poner la carreta delante de los bueyes”, asegura.
—¿Nota las brechas de aprendizaje en sus alumnos?
—Algo pasa que hace que la brecha sea demasiado grande. Uno lo sabe, pero es distinto cuando conversa con cabros que son súper talentosos y que están desaprovechados, que no están sacando todo su potencial. Son personas con sueños, expectativas, esperanzas. Y para los que creemos en la libertad, es muy frustrante que no puedan desarrollar sus proyectos de vida. Así como uno cree que hay que ser súper ambicioso en materia económica, también en materia educacional. Pero es un proceso súper largo. No es de la noche a la mañana. Ahí hay un desafío muy grande.
Briones suspira. Y echa mano a una analogía que, pese a su modo atípico, le es muy familiar:
“No puedes centrar la discusión en la educación universi- taria, que es el tercer piso de este edificio, si los primeros pisos no son sólidos. Si un niño no tiene las competencias básicas, es una crueldad que pase de curso porque se encuentra con el segundo piso y choca contra un muro. Ni hablar de que lleguen a la universidad, porque, pese a que algunas tienen propedéuticos para nivelar, a gran costo, van a Rebotar. Esto no es tarea de un gobierno: es una mirada de Estado que no hemos tenido. Hace mucho rato que la discusión está muy politizada, muy ideologizada. Este tema es clave para el futuro social. Y es el futuro complementario de la economía, porque es capital humano avanzado. Tenemos que darles a estos cabros la libertad para desplegar sus proyectos de vida, darles un sentido de dignidad”.