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18 de Diciembre de 2010

El “cruising” del barrio alto, por Santiago Maco

El plan era almorzar con mis dos buenos amigos Felipe y Rodrigo. Habíamos quedado de juntarnos en esa famosa pizzería frente a la Plaza Perú que, a esa hora, parece mercado turco. “Rodrigo no va a llegar –es lo primero que me dice Felipe mientras esperamos una mesa-, mandó un mensaje. Acaba de pinchar con un tipo en la plaza y, en lugar de comer, se va a follar con él al baño de la cafetería”. Mira que saltarse una comida por un polvito con un extraño. “Por eso este hueón está tan flaco”, le digo.

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El plan era almorzar con mis dos buenos amigos Felipe y Rodrigo. Habíamos quedado de juntarnos en esa famosa pizzería frente a la Plaza Perú que, a esa hora, parece mercado turco. “Rodrigo no va a llegar –es lo primero que me dice Felipe mientras esperamos una mesa-, mandó un mensaje. Acaba de pinchar con un tipo en la plaza y, en lugar de comer, se va a follar con él al baño de la cafetería”. Mira que saltarse una comida por un polvito con un extraño. “Por eso este hueón está tan flaco”, le digo.

Una vez sentados, Felipe me cuenta que la Plaza Perú ya es un lugar de “cruising” consolidado en la ciudad. Pero tengo que partir por lo primero. Es probable que muchos heterosexuales estén ajenos al significado del concepto “cruising”. En resumen, se trata de una palabra utilizada en el mundo entero por los gays para referirse a los encuentros casuales con extraños para tener sexo. No tengo claro si el origen vendrá de los “cruceros” que van parando en distintos puertos, así como los gays van de boca en boca en un parque público. “Qué moderna está Santiago”, le comento.

 

Señoras bien de El Golf, sépanlo: en la misma plaza donde sus nanas sacan a jugar a sus hijos, hay homosexuales de traje y corbata que, después de un par de miradas cómplices y una ridícula persecución, se van a follar a algún baño, a un motel o a cualquier parte. Eso es lo de menos.

 

Yo no estaba al tanto que el fenómeno cruising había llegado tan al este del mapa santiaguino y a pleno sol. Porque hasta hace unos 10 años, el lugar de miradas clandestinas de los maricas ABC1 era el supermercado que está en Apoquindo con Tobalaba. Ahí, entre los tomates y la palta, se cruzaban los ojos de los gays desesperados por amar a otro hombre. “Tú no estás enterado de nada, Santiago. Ese supermercado murió como cruising hace rato”, me explica Felipe.

 

Es cierto. Cinco años de pololeo le quitan a uno el axioma homosexual: la promiscuidad al aire libre. ¿Dónde me quedé, entonces? Lo último que recuerdo es cuando salía a correr los sábados por la tarde al cerro San Cristóbal. De pronto, como un espejismo, me parecía vislumbrar un poto pelado inmerso en el follaje de las plantas. Tal cual, ante los ojos de la misma virgen del cerro. “Esos son todos hombres casados”, dice Felipe. “Esos que no pueden ir a conocer gente a un bar gay”.

 

Puede ser. Pero es sorprendente cómo estos lugares de encuentros clandestinos proliferan en la ciudad. “De hecho, tengo un amigo que está organizando un nuevo cruising en el Parque Bicentenario”, le comento. Ése sí que se va a llenar de padres de familia. “Mi amor, me voy a pasear al perro al parque”. Y de paso, sexo en un árbol.

 
A los 20 minutos, mensaje de Rodrigo: “Nenas, llego al postre. Un tiramisú, por favor. Mi amante tenía sólo media hora para almorzar”.

 

 

(*) Santiago Maco es un publicista gay de 30 años, trabaja en Santiago en una de las agencias más importantes del mundo. Fue a un colegio católico/británico y durante dos años vivió en Italia, mientras estudiaba arte. No deja de ser conservador: ha tenido sólo dos relaciones largas en su vida y ahora lleva cinco años de noviazgo con Manuel, un catalán.  

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