
La escritora Gioconda Belli recuerda que, en medio de las celebraciones por el triunfo revolucionario sandinista en Nicaragua durante julio de 1979, ella se detuvo a conversar junto a sus hijas pequeñas en el lago que une su país con Costa Rica, donde las niñas habían vivido refugiadas mientras la madre combatía en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN):
—Me paré en la orilla del lago, mirando la llanura, y les dije: “Miren, quiero que estén claras de que los sueños son posibles”. Eso era lo que más me importaba, que ellas tuvieran esa claridad; esa era la enseñanza más bella que yo les podía entregar.
Sentada en un hotel de Santiago 45 años después, vuelve a esa escena para explicar el origen de Un silencio lleno de murmullos (2024, Seix Barral), su última novela: una historia protagonizada por una mujer llamada Penélope, hija de una ex guerrillera que debe viajar hasta España para hacerse cargo de los trámites legales tras la muerte de su mamá. En medio de esas diligencias la sorprenderá la pandemia del Covid, el enclaustramiento y el hallazgo de un diario que le mostrará una dimensión desconocida de su madre.
—Ha dicho que esta novela la ha hecho pensar en sus hijas. ¿Cómo nació esta historia?
—Esta novela surge de una necesidad de hablar de lo que pasó en Nicaragua, en el sentido de la desilusión, de cómo un proyecto que fue tan hermoso, que levantó la esperanza en América Latina e involucró a tantísima gente, pudo terminar en otra tiranía, que es la que tenemos ahora, que es tremenda, muy cruel, sin compasión, sin razón. Y como las novelas son un hurgar dentro de uno mismo, de repente me apareció la Penélope. Empecé a hablar de ella como la hija de una persona que había estado involucrada y que había muerto, pero que es una persona ficticia totalmente. Lo importante era mostrar los daños, las heridas que deja una lucha de esa magnitud. Siempre se piensa en los muertos, en la gente que se sacrificó, pero hay un montón de víctimas calladas, gente que da sacrificios que no se notan y de los que casi no se habla, que son los hijos.
—¿Fue tu caso personal?
—Por lo menos en mi caso, y en el de muchas otras amigas, teníamos un sentimiento de culpa. Hasta cierto punto esa culpa era matizada por el hecho de pensar: “Bueno, ellas están en el presente, teniendo esta sensación de abandono”, aunque yo no las dejé nunca, o sea, yo no estuve con ellas solo siete meses, cuando me tuve que ir al exilio en el ’75. Esa fue la parte más difícil para ellas y para mí.
—¿Qué edad tenían?
—Tenían 1 y 5 años. Fue horrible. Entonces, en esta novela traté de ponerme en los zapatos de la hija y de la madre. Además, porque creo que esas relaciones ya de por sí, sin que haya una guerra de por medio, siempre son complejas. Siempre las mujeres tenemos una sensación de culpa porque, como nos ha tocado el peso de la crianza y siempre tenemos que hacer otras cosas, nos queda esa tristeza.
Gioconda Belli, una feminista que ha consagrado parte de su obra en poesía y narrativa a los temas de género —El país de las mujeres (2010), El infinito en la palma de la mano (2008), El pergamino de la seducción (2005)—, dice que se sumó al Frente Sandinista cuando tenía 20 años, y por invitación de Camilo Ortega, hermano de quien hoy gobierna en su país con mano dura y quien la expulsó nuevamente, quitándole incluso la nacionalidad nicaragüense. Hoy Belli tiene pasaporte de España, donde reside actualmente, y norteamericano, por su matrimonio.
Da un par de vapeadas y continúa:
—Yo quería que mis hijas tuvieran la oportunidad de crecer, no como yo, que había crecido bajo una dictadura. Quería que no tuvieran miedo. Porque incluso cuando a mí me reclutaron me daba mucho miedo. Fue cuando empecé a escribir poesía, que me empecé a relacionar con artistas, con pintores, con escritores, y esa gente toda andaba conspirando. Pero yo ya tenía una hija y me daba miedo morir, faltarle. Camilo (Ortega) me dijo: “Hazlo por tu hija, porque si no lo haces, lo va a tener que hacer ella (luchar)”. Entonces eso me convenció, fíjate, mi gran ilusión fue que ellas vivieran en un país libre.
—Sin embargo, retratas el vínculo materno como ambivalente. La protagonista dice que ama, pero a la vez, odia a su madre. ¿Crees que la sociedad idealiza la maternidad?
—Totalmente, es así para las hijas y para las madres. Las madres tienen derecho a su independencia, y los hijos también. Cuando la mujer comenzó a independizarse, a trabajar, fue que empezó a decirse que la mujer tendría que estar en el hogar. Tuvimos que darnos cuenta de que era importante para los hijos también esa independencia materna.
—Como feminista, ¿qué te gustaría que pasara con este libro?
—Como feminista quiero generar la empatía entre madre e hija, quiero que se vea a la madre como mujer, porque muchas veces a las madres no las vemos como mujeres, sino solo como madres. O las idealizamos, o simplemente las tratamos mal.
—Como guerrillera, ¿crees que la revolución sandinista es la madre simbólica que a los ex combatientes les toca duelar?
—Absolutamente. Por eso esta novela fue un consuelo, porque fui entendiendo que no es que los sueños se acaben, sino que se postergan. Los sueños también tardan mucho en cumplirse. Y lo que nos pasó a nosotros en la juventud es que queríamos ver nuestros sueños cumplidos rápidamente y para siempre. Digamos que yo vi un pedacito de mi sueño cumplido, al ver el triunfo de la revolución. Pero para cambiar una situación social, una sociedad entera, realmente, se requiere más de una generación.