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Verónica Villarroel: “Estuve muchos años enojada con mi profesión”

La soprano más internacional del país está de regreso en el Teatro Municipal para debutar como régisseur con Madama Butterfly, uno de sus roles más icónicos. Sensible, enfática, divertida, en esta entrevista cuenta por qué su talento fue, para ella, una fatalidad que logró resignificar gracias a terapias y grandes amistades.

Verónica Villarroel transita por los pasillos del Teatro Municipal de Santiago como una chiquilla, como una niña que no quiere dejar ni de reír, ni de jugar. A sus 62 años, la joven de Estación Central que llegó a audicionar para la ópera sin saber leer música ni hablar otra lengua que el español, sube y baja los pisos del señorial edificio sin más dificultad que un dolor lumbar que, a veces —y para sorpresa de nadie— la obliga a descender por los escalones dando pasos hacia atrás. Genio y figura. Así es ella.

—En mi juventud me deslizaba por acá —dice sonriente—, pasando la mano por la baranda de madera de la señorial escala que conecta los pisos subterráneos, donde se ubican los talleres, con los más altos, donde están las oficinas y salas de ensayo de los cuerpos artísticos que, día a día, trabajan en el lugar.

“Maestra, ¿cómo está?”, la saludan, besan y abrazan al pasar. Hace un mes, Verónica comenzó a trabajar en uno de los desafíos más grandes de su carrera: debutar como régisseur de la ópera Madama Butterfly, que se estrenará el 3 de julio. Será su primera dirección escénica, su primera apuesta conceptual para un espectáculo lírico de gran magnitud.

La obra de Puccini no le es ajena. Es más, le resulta tan familiar que le cuesta precisar cuántas veces ha sido Cio-Cio-San:

—No recuerdo cuántas veces la he interpretado. Solo sé cuánto he sufrido con ella. Butterfly me ha desgarrado muchas veces. Siempre hay algo nuevo que me toca el alma. Ha sido una constante en mi vida.

Debutó en el papel en 1990 bajo la dirección de Bo Wilson y fue la primera cantante no japonesa en interpretarlo en el Tokio Opera House. En las notas del aria Un bel dì vedremo se la ha visto perder la mirada enamorada en el horizonte de la Quinta Vergara, en pleno Festival de Viña del Mar, y también en
el Metropolitan Opera House de Nueva York. Públicos de París, Venecia, Stuttgart se han conmovido con su desenlace.

—Como todos sus roles: cantaba a Cio-Cio-San con mucha emoción y sensibilidad —describe Carmen Gloria Larenas, directora ejecutiva del Municipal, quien la invitó a debutar comorégie—. Verónica siempre cantaba con una gran carga emocional, y eso se percibía más allá del escenario. Es una mujer muy sensible, y esa cualidad siempre la transmitía a sus personajes. Eso gustaba mucho de ella, más allá de los aspectos técnicos de su voz. Su manera de interpretar era muy honesta, muy sentida.

“Verónica, haz lo que tú quieras”, fue lo que la soprano recuerda que le dijo Carmen Gloria cuando la invitó. La elección no era fácil para una soprano que ha pisado los escenarios más importantes del mundo; que maravilló a Renata Scotto con su talento natural, al punto que la amadrinó para estudiar en Juilliard; que se consagró como veinteañera en La Scala de Milán y tuvo la carrera más prolongada para una soprano en el Met. Ha sido Carmen, Tosca, Desdémona, Mimì, Rosina… en fin.

—¿Por qué, entonces, elegir Madama Butterfly?
—Fue algo que surgió de mi entorno, más que de mí. Lo consulté con mi almohada, con Pablito Núñez (amigo y diseñador de vestuario), que fue quien me enseñó a escuchar ópera, y con algunas opiniones más… Fui como guiada hacia allá. Me dijeron: “Tú has sido un gran referente de Butterfly, tiene que ser esa”. Así se dio.

“Es verdad. Yo le enseñaba de ópera a Verónica porque, aunque ella ya sabía escuchar, le decía qué le venía bien, qué podía cantar”, recuerda Pablo Núñez, figura esencial en la creación teatral, quien este año celebra 40 años de trayectoria. “Ella tenía una voz colocada naturalmente, pero claro que necesitaba aprender técnica, bel canto, respiración… En eso Renata Scotto fue fundamental. Siempre la veía regularmente para supervisar su progreso. Y, de hecho, Renata cantó su última Madama Butterfly en el Met, que ella misma dirigió. Me acuerdo que después de la función hubo una comida, y Renata presentó a Verónica como la futura gran Butterfly. Eso me emocionó mucho. Si tú has ido a ver a Madonna o Lady Gaga, imagina cómo era para nosotros verla y oírla decir cosas así”.

BÁRBARA SAN MARTÍN.

La tragedia de la ópera

Verónica Villarroel —y el mundo que la rodea— es pura emoción. Cuando habla, interpreta. Sus manos no dejan de gesticular cada acción que verbaliza. Sus pestañas marcan el ritmo de cada oración. Es cierto que ha encarnado a todas las heroínas de la lírica, pero más cierto es que la propia ópera ha sido la tragedia más marcada de su vida:

“Yo no sabía que me iba a convertir en cantante de ópera”, dice. “Las cosas fueron sucediendo. Personas como Scotto o como otros grandes artistas chilenos me decían: Mira, tienes que ir por ahí. Todo y todos me empujaban. Entonces aprendí con dolor, porque, si bien no tenía preparación musical ni técnica, tenía una voz natural. Todo lo aprendía de oído, pero a mí me marcó mucho la emoción. Me costó mucho separarme de mi familia. Estuve enojada por muchos años con mi carrera, porque no la busqué. Pero con el tiempo uno va aprendiendo, descubriendo otros lenguajes, otras dimensiones. Siempre he sido curiosa. Y esa curiosidad me salvó y ha sido buena para este proceso que estoy viviendo ahora”.

—¿Cómo es eso de tener rabia por tu carrera?
—Tenía hasta dos personalidades.

—¿Por qué?
—Porque siempre quería volver a ser la Verónica de antes, la alegre, la que iba a las discos. No la que tenía que ser para tener una carrera en la ópera.

—¿Cuándo empezaste a amar la ópera?
—Muchos años después.

—¿Después de debutar en La Scala?
—Sí, mucho después. Tuve muchas terapias, psicológicas y psiquiátricas. Intenté abandonar la carrera. Siempre actuaba en contra de mí misma. No me trataba bien, pero sabía que tenía que continuar, porque yo era un instrumento y estaba aprendiendo mi labor.

—¿Aceptando tu propio destino trágico?
—Creo que sí. Y al final lo acepté porque, a través de esto, pude ayudar a mi familia, a mis padres aunque hace poco fallecieron—. ¿Qué consuelo me queda? La satisfacción de haberles mostrado un poco de mundo y no haber estado tan sola. Eso me da justificaciones, tal vez.

—¿Y ahora, en este nuevo desafío, cómo te sientes?
—Inmensamente feliz. Hay un trato que se ha desarrollado con los años y un entusiasmo que siento hoy. Por supuesto que siempre tengo presión, porque estoy muy emocionada, pero es un privilegio para mí.

—¿Antes el trato no era así?
—No. Cuando entré al coro en el 85, era diferente. A mí siempre me importaron las personas por igual. Tenía amigos sastres, amigos del coro y de la portería. Había un salón después del baño, como una cantina, donde bebíamos y comíamos sándwiches.

—¿Te sentías discriminada por no venir del mundo del arte?
—Sí, claro. Hasta vergüenza me daba decir dónde vivía. Porque nací en Estación Central y después nos mudamos a Ñuñoa, a la Villa Frei. Ahí sentía la diferencia, especialmente cuando iba a la escuela de publicidad. Acá (en el teatro), lo que pasaba era que no se me tenía fe… Ni yo misma confiaba, porque no sabía nada. Se decía: “Esta niñita…”. Y era verdad, yo era una niña. Pero tú sientes los diferentes tonos. Hay muchas cosas que uno vive, siente, ve, y que te dan vergüenza.

—¿Qué cosas?
—No, no te las voy a decir -dice con gesto, casi operático, de misterio.

—¿Por lo mismo, es importante para ti que la ópera llegue a nuevos públicos?
—Por supuesto. Yo sigo cantando, hago mis conciertos y son totalmente crossover: canto lírico, popular, romántico. Canto boleros y piezas de ópera también. Hay que llegar a más público, porque mucha gente dice: “La ópera es aburrida”, “La ópera es muy larga”. Pero si presentas un repertorio más amable, más cercano, eso cambia.

BÁRBARA SAN MARTÍN.

Un país sin mecenas

Otra persona clave en la propuesta de Madama Butterfly que hará Verónica Villarroel es el director titular de la Orquesta Filarmónica, Paolo Bortolameolli. El músico creció viendo a Verónica como parte del círculo de amistades de su padre, un melómano amante de la ópera que fue fundamental en su formación.

Bortolameolli acaba de tomar la batuta en la ópera de Puccini para la exitosa puesta del Gran Teatro del Liceu de Barcelona, y ahora se declara expectante por lo que saldrá de esta oportunidad de trabajar con la musa de sus años de niñez y juventud: “Se conocieron con mi padre desde que eran súper jóvenes. Pero no nos habíamos cruzado antes porque, cuando Vero estaba en su pleno auge, yo todavía me estaba formando como músico. Es una historia muy linda, donde también está Pablo (Núñez), otro gran amigo de mi papá. Que estemos trabajando los tres juntos, además en una obra tan significativa, en un papel icónico en su carrera, es un sueño que ocurre en el mejor lugar posible: el Teatro Municipal, que para nosotros —para mí, para Pablo y para Verónica— es un lugar que no solo nos vio nacer como artistas, sino que es un espacio donde reafirmamos ese vínculo artístico y humano. Es un gran sueño, la verdad”, dice el director.

“Verónica, haz lo que tú quieras”, resonaba una y otra vez en la cabeza de Villarroel. Ya sabía que la elección sería la trágica historia de amor de la joven geisha que se casa con un oficial estadounidense, quien la abandona y luego regresa con su nueva esposa para llevarse al hijo que tuvo con Butterfly. Ahora
solo le quedaba definir cómo sería su versión. Las opciones iban desde un montaje tradicional, como el que protagonizó en Japón en una puesta de Franco Zeffirelli (donde fue iniciada en el kitsuke, el arte de vestir el kimono: “Imagínate, yo sola con mi body sobre un tatami de junco, y estos japoneses vistiéndome”), hasta montajes más modernos como el que hizo bajo la dirección de Bob Wilson: “Yo era como una marioneta, quieta, por 20 minutos”, describe.

¿Su decisión? La más tradicional.

“Pregunté qué producción anterior se había hecho acá y me dijeron que había sido una moderna. Dije: Ok, entonces vayamos a lo tradicional, pero realista. O sea, quiero hacerla todavía más humana, más real. Con cosas que puedo añadir de cómo percibiría la vida en Nagasaki, de cómo sería Cio Cio San… Imagínate todo lo que he aprendido con mi curiosidad. Desde cómo vestían hasta cómo maquillaban los artistas que trabajaron para Akira Kurosawa y que me vistieron y maquillaron a mí en la puesta de Zeffirelli. Todo eso lo quiero mostrar al público”.

—¿Estás en un momento de tu carrera en que ya piensas en dejar un legado?
—De alguna manera, al abrir la Academia de Canto Verónica Villarroel con mis hermanos, fue un pensamiento a futuro en ese sentido: “Va a llegar un momento en que Verónica va a dejar de cantar en el circuito internacional de teatros”. Porque, por edad, te sacan a los 50 años de los grandes escenarios. Entiendo eso. Ahora, uno tiene que luchar contra la corriente, porque uno todavía sirve. Todavía puedo cantar, y lo hago en mis conciertos. Pero como mis hermanos crecieron también conmigo en la música, aprendieron este gusto por las artes que venía de mi madre, que era una gran artista aficionada: escultora, pintora, nos hacía reír, nos contaba cuentos… Y nos embarcamos en una academia, y sin ninguna ayuda.

—¿Falta mecenazgo en Chile?
—¡Hay cerooo! Casi cero. Aquí, en Madama, están los Ibáñez Atkinson y nadie más.

—¿Por qué crees que pasa esto en este país?
—Es difícil expresarlo… He tenido reuniones con muchas personas en distintos lugares. Nunca ha salido nada. Y no es que las personas a cargo no quieran hacerlo, más bien son las personas que son la mano derecha o izquierda las que te detienen, ¿me entiendes? Son decisiones egoístas y envidiosas. Por eso yo mejor digo: “Pastelero a tus pasteles”: yo sé de canto, de la vida del artista, de la emoción. No sé de política ni de administración y no me interesa… El arte es lo que es, y es para todos. Ese es mi interés.

—¿Qué le dirías a un empresario sobre lo que gana si apoya el arte?
—Prestigio —dice, y da un golpe enfático sobre el tapiz del sofá—. Preocupación por su país. Y, claro, también pienso que los que apoyan deben ser recompensados. Por ejemplo, a mí los amigos del Teatro Municipal me becaron con mucho esfuerzo, y en algún momento de mi vida pensé: “Tendré que devolver esa mano, no irme y abandonarlos ni desconocerlos”. Eso pasa con muchos artistas que se olvidan de dónde vienen y de la ayuda recibida. Yo no. Hay que reconocerlo. Por eso estoy aquí.

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