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Gabriel León: “Muchos hombres de mi edad solo aprendieron a expresar rabia”

El bioquímico y divulgador científico detrás de la exitosa saga “La ciencia pop”, publica “¿Qué son las emociones?” donde reivindica la importancia de nombrar lo que sentimos y abrir conversaciones desde la infancia. “Crecí escuchando que los hombres no lloran. Eso es devastador”, explica.

Divulgador científico en libros, TV, charlas y plataformas digitales.

Gabriel León era un niño curioso. Cuenta que en su casa nunca faltaron instrumentos y herramientas como osciloscopios, testers y destornilladores. Su padre era técnico electrónico y él los tomaba para jugar: “Desarmaba todo lo que pillaba, desde radios hasta relojes, y nunca me retaron por eso”, recuerda. Dice que fue un artículo en la desaparecida revista Muy Interesante sobre ingeniería genética lo que le voló la cabeza en la adolescencia. “Decidí que quería ser ingeniero genético, aunque en Chile no existía esa carrera. Un tío profesor me orientó hacia Bioquímica y me enamoré”.
Tras más de una década en la Universidad Católica, donde hizo pregrado y doctorado, y otros diez años como académico en la Andrés Bello, su vida dio un vuelco inesperado. Una lesión jugando fútbol lo obligó a descansar. Ese accidente abrió el camino de la escritura y la divulgación.

A través de una videollamada, El Dínamo conversó con Gabriel León quien atiende desde su casa, donde tiene montado un verdadero estudio. Un equipo de iluminación y sonido, con audífonos y micrófono profesional, dan cuenta del nuevo laboratorio del científico.

–¿Cómo fue el paso de los tubos de ensayo a las cámaras y a los libros?

–Pasaron dos cosas. Siempre me gustó mucho leer y escribir, pero el 2011 me corté el tendón de Aquiles jugando fútbol y tuve que estar dos meses en cama. Pensé en escribir una novela policial, no resultó, y empecé a escribir de ciencia en un blog que llamó la atención. Ese blog fue la puerta de entrada a la radio, a la tele y después a los libros. En 2017 publiqué La ciencia pop y pensé que sería el único, pero al mes la editorial me ofreció contrato por dos más. Ahí me di cuenta de que podía tener un camino fuera del mundo académico.
–¿Qué era lo que te molestaba del mundo académico?
–Creo que tenía una visión muy romántica de la ciencia. Hoy depende de parámetros de Excel: cuántos papers publicas, dónde, cuántos proyectos, cuánta plata. Mis colegas lo entienden y lo sufren, pero yo no estaba preparado. Soy medio rebelde. Cerré el laboratorio en 2015, antes de publicar La ciencia pop, y decidí dedicarme a comunicar ciencia.

NACEN LAS PREGUNTAS RARAS

La saga La ciencia pop (Sudamericana) ya acumula tres títulos. En ellos, Gabriel toma eventos de la vida cotidiana para darles una bajada explicativa o relata cómo se produjeron descubrimientos. Mezclando anécdotas con investigaciones en áreas tan diversas como la química, la física, la biología, la genética o la neurociencia relata -por ejemplo- cómo se inventó el microondas cuando un ingeniero notó que una barra de chocolate se le derritió en el bolsillo mientras trabajaba cerca de un radar.

Sus libros están escritos en forma tan amena que parece que estuviera contando el último chisme que hay que conocer. Su público han sido adultos y jóvenes, pero el éxito lo llevó a incursionar en una serie de libros para los más chicos: Preguntas raras que hago a veces (B de block).

“Un día mi hija, tomando un baño de tina, me preguntó por qué se arrugan los dedos en el agua. No tenía idea y me puse a investigar. Le expliqué la respuesta y ella me dijo: ‘Papá, deberías escribir un libro sobre las cosas raras que le pasan al cuerpo’. Ahí nació la idea”, cuenta.
–Usas la voz de una niña como narradora. ¿Por qué?
–Fue gracias a mi editora, Camila Figueroa, que me dijo que la protagonista debía ser la niña, no el papá. Yo nunca había sido una niña de ocho años, pero vivo con una. Tomé elementos de su personalidad, su sentido del humor, y me puse en sus zapatos. Así nació Patxi. Hoy ya hemos publicado siete u ocho libros de esa saga y a mi hija Antonia le encanta.

LA EDUCACIÓN EMOCIONAL

¿Qué son los mocos?, ¿Por qué los perros mueven la cola? y ¿Cuánto mide un metro? son algunos títulos de la serie Preguntas raras que hago a veces. En su último libro, ¿Qué son las emociones?, Gabriel León pone el foco en la psicoeducación y, de paso, ayuda en la ruptura de los estereotipos de género. Con capítulos como Monstruos en el armario (para el miedo) o Como tomate (para la vergüenza), la obra mezcla neurociencia, fisiología y psicología en relatos donde la voz infantil Patxi va conversando con su papá.

–¿Por qué decidiste abordar las emociones en esta nueva entrega?
–Hay dos elementos. Primero, escuchar frases con las crecí: “los hombres no lloran”. Eso es devastador. Muchos hombres de mi edad solo aprendieron a expresar rabia, y terminan enojándose por todo: si tienen pena, hambre o frío, se enojan. Quise darles a niños y niñas un lenguaje para entender lo que sienten. Segundo, muchos niños se sienten extraños al no saber por qué sienten lo que sienten. Me pareció importante explicar que hay una base cerebral y fisiológica, que las emociones son inevitables y que conversarlas es fundamental.

–¿Cómo encontraste las palabras para traducir conceptos complejos al mundo infantil?
–Gracias a los niños de Chile. En estos 12 años he visitado unos 200 colegios. Tengo una caja llena de preguntas que me dejan en papelitos. Sus comparaciones –como sentirse rojo como tomate– nutren a Patxi y sus amigos. Es un destilado de todas esas personalidades. Más que creación, es una adaptación. Y con un propósito: hablar de emociones, de lo lindo que es sentir todo, hasta la pena, y que no hay que sentirse culpable por sentir.

CIENCIA EN TELEVISIÓN

–Este año empezaste con un programa en el canal infantil NTV. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Fue precioso. Grabamos La ciencia pop desde Arica a Puerto Montt, con investigadores, experimentos en plazas y universidades. El canal cultural permite llegar a un público familiar, que es justamente el que me interesa. Fue un trabajo de tres años y quedé feliz con el resultado.

–¿Qué esperas que pase con todo lo que estás sembrando?
–No quiero que todos los niños sean científicos, el mundo sería aburrido. Necesitamos de todo. Pero sí me gustaría que pensaran como científicos: que discutan con argumentos, que aprendan a decir “me equivoqué” sin verlo como derrota. Ya me ocurre que estudiantes universitarios me cuentan que eligieron bioquímica o medicina tras una charla mía en su colegio. Eso me da una alegría inmensa.
Con emoción, Gabriel León recuerda a un estudiante que lo sorprendió años después en la universidad. “Lo conocí cuando era un niño en una escuela rural y me lo encontré estudiando Química y Farmacia. Eso me genera una enorme satisfacción. No porque sean científicos, sino por haberles mostrado un aspecto del mundo del que se enamoraron”.
Al terminar la conversación, se queda con una imagen: “Como decía Papelucho, lo que siento es una agüita tibia que baja por la garganta”. Una forma sencilla de nombrar la emoción que lo acompaña desde niño: la alegría de descubrir y compartir ciencia.

“No quiero que todos los niños sean científicos, el mundo sería aburrido. Necesitamos de todo. Pero sí me gustaría que pensaran como científicos: que discutan con argumentos, que aprendan a decir “me equivoqué” sin verlo como derrota”.

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