
Un equipo de astrónomos asegura haber encontrado el indicio más sólido de vida extraterrestre hasta la fecha, pero no en nuestro sistema solar, sino que en un enorme planeta denominado K2-18b, el cual se ubica a 120 años luz.
Según informó The New York Times, la pista clave tiene que ver con el hallazgo de una molécula que en nuestro planeta solo es producida por organismos vivos.
Bajo este contexto, el equipo que encabeza el astrónomo Nikku Madhusudhan, de la Universidad de Cambridge, se detectó la existencia de dimetil sulfuro (DMS), cuyo compuesto es producido en la Tierra únicamente por formas de vida como las algas marinas.
¿Señales de vida en otro planeta?
Por el momento, los investigadores sostienen que K2-18b podría ser un “planeta hicéano”, puesto que podría contar con océanos cálidos bajo una atmósfera cargada en hidrógeno y metano.
La primera pista sobre este “indicio de vida” se detectó en 2023, cuando otro instrumento del telescopio James Webb encontró una señal aún más certera del DMS. Esto se suma a la localización de dimetil disulfuro, lo cual refuerza la hipótesis de una posible existencia de vida.
En este sentido, Madhusudhan luego de la publicación de la investigación científica sostuvo: “Este es un momento revolucionario“. Esto, considerando que análisis del paso del exoplaneta frente a su estrella permitió deducir la composición química de su atmósfera por medio de los cambios en la luz.
“Con todo lo que sabemos sobre este planeta, un mundo hicéano con un océano repleto de vida es el escenario que mejor se ajusta a los datos disponibles”, planteó el astrónomo.
Pese a que los hallazgos son prometedores, expertos son cautelosos, ya que aún no se puede concluir que dicho planeta haya vida o sea habitable.
En verdad, no se descarta que K2-18b sea un planeta con océanos de magma y atmósfera abrasadora, lo que imposibilitaría que sea habitable.
“Es importante recordar que apenas estamos empezando a comprender la naturaleza de estos mundos exóticos”, expuso al citado medio el científico planetario de la Universidad de Maryland, Matthew Nixon, quien no participó en esta investigación.