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18 de Enero de 2015

La desgracia del Hebdo cae nuevamente sobre los musulmanes

Los muertos del Hebdo son una desgracia para todos, y no es al odio, el fanatismo o el populismo a los que le debemos dar la palabra. Ahora es el momento de la política, y ello implica reconocer que las sociedades de mayoría musulmana son y van a ser por largo tiempo actores fundamentales de un orden de estados que debe dejar de hacer equivalentes islam y muerte.

Por Modesto Gayo
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Modesto Gayo es Académico Escuela de Sociología UDP

Mientras Francia llora justamente la muerte de los trabajadores del semanario francés Hebdo, y los culpables materiales son juzgados públicamente por los crímenes que efectivamente cometieron, la sangre de las innumerables víctimas de esta tragedia histórica continúa alimentando un río de odio e incomprensión mutua, que oculta ante los ojos de la gran mayoría de los ciudadanos “occidentales” el descalabro provocado en las sociedades árabes por las potencias, y las sociedades, ávidas de petróleo.

La desgracia desgarradora de miles de familias musulmanas destrozadas por una guerra de invasión decidida por un enemigo geográficamente lejano parece no haberse ponderado suficientemente. Esta incapacidad para desarrollar empatía con el sufrimiento de seres humanos tan valiosos como cualquiera de nosotros, nos recuerda el odio que las potencias capitalistas y las dictaduras afines inocularon en las poblaciones de sus sociedades durante la segunda parte del siglo XX. Términos como “islamista o musulmán”, “terrorista” o “fanático”, parecen haber generado una trinidad que nos impide sentir, y menos pensar, que sus razones son justas. Al menos, tanto como lo son las nuestras.

Y no se trata de alegrarse del colapso de las torres gemelas en Nueva York, o de la voladura del tren de Madrid, o del atentado de las bombas de Londres, y ahora de la matanza de París. Muy por el contrario, y para que ello no ocurra, es imprescindible que entendamos el punto de vista del otro, que aceptemos su dolor, la justicia de su causa. Obviamente, eso obliga a evitar planteamientos maniqueos que dividen absurdamente el mundo en buenos y malos.

Uno de los actores que no ha hecho su trabajo, fomentando en las poblaciones odios irracionales, son los medios de comunicación de masas. La ínfima calidad y parcialidad con la que los programas televisivos y reportajes escritos tratan temáticas de tal envergadura, hacen a los medios cómplices del desarrollo de visiones populistas que a largo plazo sólo pueden tener como resultado la justificación de más muertes por ambos lados. Si los muertos norteamericanos de la guerra de Vietnam tienen un mural con sus nombres, si las personas asesinadas en el Hebdo tienen todos ocupación y apellidos, así igualmente debiese ser el caso de las familias iraquíes cuyo destino fue fracturado por la invasión estadounidense de 1990, así también debieran ser tratadas las familias sirias que han padecido la guerra civil durante los últimos años, así debiese suceder en Libia y en Egipto, en el Líbano al igual que en Palestina.

Es hora de que las sociedades árabes dejen de ser moneda de cambio de un orden internacional que las utiliza para satisfacer su desarrollo, y después las amenaza o las invade a favor de la justicia y la libertad. Es hora de que los musulmanes tengan nombres y apellidos, y dejemos a un lado el erróneo supuesto de que sus causas por naturaleza son irracionales o injustas. Los muertos del Hebdo son una desgracia para todos, y no es al odio, el fanatismo o el populismo a los que le debemos dar la palabra. Ahora es el momento de la política, y ello implica reconocer que las sociedades de mayoría musulmana son y van a ser por largo tiempo actores fundamentales de un orden de estados que debe dejar de hacer equivalentes islam y muerte.

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