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15 de Julio de 2014

Futebol, el amortiguador social

Necesitamos al fútbol para contener tensiones sociales, pero a la vez nos sirve de terapia para liberar el stress de la vida moderna y soñar que pese a nuestras dificultades cotidianas, durante 90 minutos, somos ganadores.

Por Andres Parra Lopez
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Andres Parra Lopez es Sociólogo Deportivo, ha trabajado en IND e INAF. Autor de "La Pelota se Tiñe de rosa". @andparralopez

El fútbol desde sus inicios cumple con una función social difícil de explicar e impregnar de objetividad, cuando se trata de la emocionalidad del pueblo. El último mundial de Brasil nos deja varios ejemplos, y como suele suceder con el fútbol como metáfora de la vida, más de alguna enseñanza.

¿Pueden afectar aspectos sociales, económicos y políticos en el desempeño de un equipo? Desde algún punto de vista, sí. Brasil es una potencia económica mundial, la 7ª economía del mundo. Es el gigante sudamericano que ha progresado hacia niveles de economía de manufactura con una industria fuerte. Pero progreso no es desarrollo. Instalar industrias transnacionales en tu país para ensamblar o construir automóviles, buses y vagones para los trenes del metro, ciertamente es un progreso (más aun visto desde Chile que continuamos exportando materias primas), pero implica aceptar las condiciones de la economía de mercado, lo que incluye mano de obra barata para la transnacional.

En otros términos, Brasil no se ha desarrollado. Esa economía pujante de primera línea mundial no ha ido de la mano con el desarrollo social en temas tan sensibles como salud y educación, de ahí que los indignados se manifiesten antes, durante y después del mundial, por las profundas necesidades de una población que vive en la pobreza sin las condiciones básicas, y que ve cómo se entregan miles de millones de dólares para la construcción de estadios, dicho sea de paso, dineros no rendidos que terminaron en los bolsillos de vaya a saber quién, porque las obras no fueron terminadas en un 100%.

Esto ha afectado a un Brasil, que ha hecho de la venta de jugadores una industria, cuya velocidad no permite la maduración futbolística de los jugadores, quienes parten como niños a Europa, truncando su desarrollo emocional y técnico. En síntesis, los jugadores brasileños han ido perdiendo su identidad, porque la alegría de jugar es un vago recuerdo de niños, más bien la selección de hoy representa a “europeos nacidos en #BRA”, con un juego más físico y defensivo, que de posesión y rotación del balón. Esa identidad tan rica y admirada por todo el mundo se extravió este 2014, cuando ni siquiera en la ceremonia de inauguración estuvo presente el carnaval, su música, y cultura, en el país considerado por el resto del orbe, como el país de la fiesta y la alegría.

Mientras que en Chile, el fútbol siempre nos unió cuando más separados estábamos, en las crisis políticas, económicas y sociales. El fútbol nos permitió sentarnos en la misma mesa, pues es este el deporte que nos ha dado la asociatividad cuando las pugnas políticas dividen al país y los presidentes se suicidan, las agudas crisis económicas y la sociedad chilena entra en crisis. A finales del siglo XIX, entre 1920-1930, y la década de los ‘70, más clubes de fútbol se fundaron, como clubes sociales y deportivos (mayor detalle en artículo publicado en revista de Ciencias del Deporte), precisamente los momentos más complejos de nuestra historia.

Necesitamos al fútbol para contener tensiones sociales, pero a la vez nos sirve de terapia para liberar el stress de la vida moderna y soñar que pese a nuestras dificultades cotidianas, durante 90 minutos, somos ganadores. Sin embargo, el fútbol es el último espacio de comunicación social, el último lugar que reúne masiva y ecuménicamente a la sociedad y permite manifestar su emoción, ya sea en la alegría o la derrota, por esto ciertos grupos aprovechan estas instancias para manifestar su descontento o impotencia con “el sistema”.

La marginación social refleja las consecuencias adversas del llamado “progreso” que va dejando a su paso individuos molestos o resentidos con un sistema que los oprime, y que eventualmente aparecen en el marco de estas celebraciones en la vía pública para destruir todo lo que odian y manifestar su descontento, sin un discurso claro ni organizado por grupos, para simplemente acabar con el transporte público que los maltrata diariamente, como ejemplo de focalización de esa rabia contra el sistema.

Estos individuos sólo se manifestaban a través de la música, el hip hop o el punk marginal, y grafittis o rayados en muros que sólo se ven desde la autopista, pero siempre lejanos, como “anti-sociales”, expulsados de una sociedad en que no encajan, porque no pueden o no quieren seguir las reglas y códigos que el sistema requiere, para ser catalogado como ciudadano normal.

Por esta necesidad recíproca, de deporte y sociedad, el mercado y sus lógicas no debe privatizar el acceso al fútbol, encareciendo y elitizando un deporte que siempre ha sido popular y responde a las aspiraciones de todos grupos socioeconómicos. Se requieren más canchas y lugares públicos donde practicar este deporte, así como una televisión comprometida con la función social del fútbol, y no ésta que incluso privatiza la posibilidad de ver los goles del fin de semana.

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