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17 de Julio de 2014

Decime que se siente

Siempre le digo a mis amigos chilenos: No esperen el futuro de Vidal ni de Alexis, disfruten de Neruda, Gabriela, Victor Jara, de Pancho Varela o de Maturana. Que son los grandes de verdad y por lo que los admiramos. No corran por mendigar un éxito si ya hubo gloria. Agrándense con la grandeza…

Por Guillermo Bilancio
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Guillermo Bilancio es Profesor de Dirección General en la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez. Consultor en Política Empresarial.

Salir subcampeón en un mundial de fútbol es una mezcla de gloria y fracaso. Depende del observador.

Acaso nada es blanco ó negro. La única realidad es que La Argentina perdió la final, pero volvió a ser protagonista, tal vez fiel a la historia. Pero perdió. Y punto.

Siento esa rara sensación de frustración y a la vez orgullo, pero es sólo un procesamiento de sentimientos de este observador, claramente imparcial como todo observador.

Puedo ser neutral en el análisis del sentir de otros…

¿Qué siente Brasil que su eterno rival jugó la final en el Maracaná y que por folclore futbolero tiñó su camiseta con un resabio alemán? Es muy raro que después de tener adentro 7 goles alguien se ponga la camiseta de su vencedor. Pero el fútbol todo lo puede.

¿Qué siente gran parte de Latinoamérica al ver caer a los “agrandados” y “soberbios” argentinos? Seguramente satisfacción o indiferencia.

No imaginan qué rara sensación para mí, escuchar bocinazos de euforia en Perú cuando Argentina gana la semifinal, y que rara sensación escuchar el grito de gol en Santiago cuándo Goetze pudo hacer con su clase lo que Higuaín o Palacio no pudieron por su torpeza…

Ya nadie duda que el fútbol es mucho más que una pelota, es casi un sentimiento que mezcla la cultura país y revela las emociones más miserables y más positivas a la vez. Como son las emociones.

El odio y la pasión, la envidia y la compasión…Todo reflejado en un juego estelar que cuando pasa por procesos mentales alterados se transforma en lo más primitivo.

Esta nueva final de Argentina (tuve el privilegio de vivir para contar las últimas cuatro), me deja sensaciones que quiero reflexionar. Son dos:

Claro que la primera es de notable frustración, queriendo ganar sabiendo que era posible. La historia de por medio, 2 mundiales, 5 finales, 14 copas américa, dos de los cuatro mejores jugadores de la historia, el mejor del mundo hoy…había con qué. Y en el medio la pasión futbolera que nos torna intolerables, a punto tal que desde mi cómodo sillón le gritaba al mejor arquero del mundo “Putooooo!!!!” cada vez que sacaba desde el arco. Ojo, nunca le grité nazi…

Qué linda es la pasión futbolera y vivirla así, como protagonista. Pero perdimos otra vez…lpqlp!!!

Así es ese sentimiento de frustración de querer y ese día no poder.

Pero esa frustración se equilibra con el sentimiento de orgullo. Así como un querido amigo me habla de fracaso, yo le responde que vivo orgulloso de la historia.

Claro que algún desprevenido (o envidioso como me escribió sabiamente Felipe Bianchi), puede confundir mi orgullo con agrande.

Pero aclaro que el orgullo es por tener grandes, no por ser agrandado.

Me gustaría explicarle eso a esa entrañable amiga que en la cafetería de la universidad me dice que “voy por Suiza, después por Bélgica y después por Holanda y voy con las banderas de Alemania…es que ustedes no pueden tener tanto…”

No tengo la culpa de los grandes.

No es soberbia ni agrande argentino. Porque los grandes, desde Borges hasta Ginóbili, pasando por Charly, Leloir, Favaloro, Sábato, Cortázar…que se yo cuántos, no hubiesen sido grandes si no hubiesen sido humildes de darse cuenta desde donde partían para saber adonde llegar. Sin humildad no hay grandeza.

Siempre le digo a mis amigos chilenos: No esperen el futuro de Vidal ni de Alexis, disfruten de Neruda, Gabriela, Victor Jara, de Pancho Varela o  de Maturana. Que son los grandes de verdad y por lo que los admiramos. No corran por mendigar un éxito si ya hubo gloria. Agrándense con la grandeza…

Agrandados y soberbios hay en todas partes.

Por eso me encanta el folclore del fútbol cuando nos chicaneamos con brasileños y uruguayos, nuestros eternos clásicos que terminan siempre en Copacabana, Punta del Este o en Bariloche con abrazos de amigos, mate y caipirihna.

Como me gusta ese folclore que no mezcla guerras, ni odios, ni falsedades. Pero sé que no se puede pedir más.

Queridos amigos, estoy frustrado y orgulloso, una sensación por un partido y un resultado que ni quiero recordar, y la otra que dura toda la vida. No es agrande ni soberbia. Solo es emoción.

Vos, decime que se siente…

 

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