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23 de Septiembre de 2014

Las niñas Quispe

Como en un drama existencial, donde se espera un evento que no llega, las tres hermanas ven pasar el tiempo como si no existiera. Excelentes actuaciones de Digna Quispe, Catalina Saavedra y Francisca Gavilán.

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

Jean Luc Goddard dijo: “La fotografía es verdad. Y el cine es verdad 24 veces por segundo”.

Tal vez por eso, en el cine, un largo plano-secuencia puede parecer eterno y sin sentido para un espectador acostumbrado a las películas de ficción donde en un segundo puede, incluso, haber 24 cambios.

Pero el verdadero plano-secuencia no es nunca gratuito. Pueden cambiar muchísimas cosas, sobre todos si – además de nuestra vista – dejamos trabajar a nuestros otros sentidos. En el caso de Las niñas Quispe, el oído es fundamental. Mientras se entiende poco o nada de lo que las protagonistas hablan, se escucha el sonido del viento, del balido de las cabras, el chisporroteo de la fogata y – por sobre todo – ¡el silencio! Porque el silencio en esta cinta no es el silencio urbano o campestre, que surge en algunos momentos, cuando los productores de sonidos callan. El silencio que presenta el director Sebastián Sepúlveda es un silencio ancestral, anterior incluso al origen del cosmos. Es ese silencio del infinito que inquietaba – por ejemplo – al gran poeta italiano Giacomo Leopardi: “e sovrumani / silenzi, e profondissima quïete / io nel pensier mi fingo / ove per poco il cor non si spaura” (y sobrehumanos silencios, y profundísima quietud / yo en el pensamiento me construyo / donde por poco el corazón no se aterroriza).

Como en un drama existencial, donde se espera un evento que no llega, las tres hermanas ven pasar el tiempo como si no existiera. Todo es un presente en el que se limitan a hablar acerca de por qué no vienen a comprar los quesos. El contacto con “el mundo” es el vendedor de ropa (Segundo Araya), que trae malas noticias acerca de las medidas que está tomando ese nuevo gobierno del que han oído hablar. El paso de un fugitivo hacia Argentina (un cameo de Alfredo Castro) recuerda al público que es el “olvidable” año 1974: incluso deja escrito un papel, cuyo contenido nunca conoceremos. El pasado es fuente de recuerdos desagradables: una violación, la hermana que se fue para no volver, la muerte del padre, los vejámenes al ir a sacar carnet a Copiapó.

El futuro no existe: un vestido, una ilusión de salir de allí, a pesar de que lo más probable será quedarse en la desierta cordillera para siempre, incluso después de la muerte.

Justa, Lucía y Luciana (excelentes actuaciones de Digna Quispe, sobrina real de las pastoras; Catalina Saavedra, “La nana”; Francisca Gavilán, “Violeta se fue a los cielos”), que tienen rango de heroínas de tragedia griega, pertenecen al casi desconocido pueblo kolla (poco más de 3.000 representantes en Chile), viven en una cueva, sus vidas siguen el ritmo de la naturaleza, como en la prehistoria. Se protegen así de lo que llamamos “civilización”.

La fotografía de Inti Briones es impecable. De los grandes planos generales pasa a los primeros planos, entregando un relato visivo, que va más allá del drama Las brutas de Juan Radrigán. Como escribió Neruda en Farewell: “Ni la palabra que aromó tu boca, ni lo que no dijeron las palabras”.

(Las niñas Quispe, Chile 2013)

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