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21 de Octubre de 2014

Labbé, el culpable que nadie quería culpar

La voz tajante de Labbé circuló durante años una vez terminada la tiranía. Hablaba y, una vez fallecido el dictador, era él la representación más concreta del autoritarismo. Sin ir más lejos mucha gente votó varias veces por su robusta y pesada figura para que siguiera manteniendo ese reducto ideológico desde el que hablaba, que era la comuna de Providencia.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

La noticia sobre la detención de Cristián Labbé por el delito de “asociación ilícita” en el marco del caso Tejas Verdes, ha llenado en pocas horas las redes sociales y  las ha plagado de opiniones. Y es que no es para menos, se ha detenido, finalmente, a quien todos veían como culpable de muchas de las atrocidades en dictadura, pero también al que nadie se atrevía a culpar. Era como si los secretos de la cada vez más cuestionada transición a la democracia hubiera carcomido nuestros principios y hubiera aumentado nuestros miedos. Nuestros interminables miedos.

La voz tajante de Labbé circuló durante años una vez terminada la tiranía. Hablaba y, una vez fallecido el dictador, era él la representación más concreta del autoritarismo. Sin ir más lejos mucha gente votó varias veces por su robusta y pesada figura para que siguiera manteniendo ese reducto ideológico desde el que hablaba, que era la comuna de Providencia.

Cuando detuvieron a Pinochet en Londres, el otrora alcalde decidió no recogerle la basura a la embajada de España. Se mostró ante las cámaras de televisión como el gran defensor de un orden, dando señales de monarca en una república democrática, sin que nadie dijera nada. Al parecer era parte del pacto, de ese que ahorró muchas muertes a principios de los noventa, pero nos cambió la concepción de la moral.

Todos sabíamos la respuesta a la pregunta sobre quién era realmente Cristián Labbé. También sabíamos de dónde venía, pero no lo decíamos en voz alta para no arruinar nuestro progreso económico y nuestra maravillosa democracia de cartón. Era mejor mantener las apariencias antes de ver el fondo del asunto. Era menos riesgoso, pero también menos valiente. Porque si de algo carecieron los noventa fue de valentía, de manera justificada y no tanto.

Que recién en 2014 Cristián Labbé haya sido detenido, luego de haber sido sindicado por años como artífice de parte importante de los delitos que sustentaron los diecisiete años de Pinochet en el poder, nos habla de lo importante de replantearnos cómo vemos la democracia y nuestras instituciones. Porque si bien hay cierta lógica pausada y mesurada que con la pistola en la mesa en el retorno democrático es entendible, el haberla alargado suena, a estas alturas, casi un delito.

Fue la concesión que le hicimos a nuestros carceleros. O la que ellos nos hicieron a nosotros realmente. Fue la curiosa manera de liberarnos de sus formas teniéndolos presentes en nuestras vidas, incluso en cargos de alto poder aún hablando de sus valores a viva voz, revelándonos así que todo no había cambiado tanto y que ellos eran realmente los artífices de esa libertad que creímos ganar. Eran sus reglas del juego y nos dejaban jugar un ratito en el jardín, pero no hasta tan tarde.

Tal vez suena un poco tremendista lo que escribo, pero la noticia de la detención de una persona a la que sólo le faltaba que la justicia actuara para legitimar lo que se conversaba y se sabía en todas partes, nos habla muy mal de ese miedo que nos impidió apuntar con el dedo a los verdaderos responsables. Sobre todo cuando nos especializamos en indicar los defectos y los errores de personas que han hecho cosas mucho menores.

Es cierto, cayó uno de los últimos bastiones del terrorismo de Estado en Chile. Pero lo hizo tarde, luego de haber tenido que haber pasado años viéndolo en la televisión pontificando, dando discursos y siendo tratado como “autoridad”.  Y eso nos dice que Labbé, claramente, era el culpable que nadie se atrevía a culpar, el sospechoso que nadie tuvo las agallas, durante los noventa, a poner en evidencia. Es, en el fondo, un resultado más de una revisión histórica contemporánea poco justiciera, pero sí muy parlanchina.

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