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16 de Abril de 2015

El Bosque de Karadima

Vistos bajo una luz absolutamente terrenal, el catolicismo está repleto de manipuladores que supieron rodearse de secuaces capaces de asesinar y de mal aconsejar en nombre de Dios. Un solo ejemplo: la cruzada contra los albigenses. De los seguidores de Karadima, varios ingresaron a la misma orden a la que pertenece el Papa Francisco, fundada por un soldado, que impuso su metodología militar. Y es que lo castrense es afín con lo clerical en todos los aspectos, incluso los peores.

Por José Blanco J.
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José Blanco J. es Profesor de Estado (Universidad de Chile), Doctor en Filosofía y Doctor en Materias Literarias (Universidad de Florencia, Italia). Se ha dedicado a la filología medioeval y humanista, dando especial importancia a Dante, Petrarca y Boccaccio sobre los que ha escrito numerosos libros y ensayos. Ha traducido al castellano textos de cronistas florentinos que vivieron en América en los siglos XVI y XVII. También ha publicado libros de historietas de dibujantes chilenos.

Antes de entrar a la exhibición privada de El bosque de Karadima, de Matías Lira, tuve que firmar un Documento de Confidencialidad, “con el fin de no divulgar información sobre el contenido del material audiovisual visionado”.

En mis más de cuarenta años de actividad profesional, me ha parecido siempre más importante la palabra dada que la tan cacareada “libertad de expresión” y, por lo tanto, respeto la condición que acepté.

Me voy a limitar – como muchas otras veces – a los “efectos colaterales” de la película y no voy a esperar su estreno para exponerlos.

La historia de Fernando Karadima, nieto de un inmigrante griego, es vastamente conocida por los medios escritos y audiovisuales. Sobre todo, en lo que se refiere a su judicialización y a los fallos en su contra. Este filme es la precuela de lo ocurrido y se basa en el testimonio de una de las víctimas (interpretado por Benjamín Vicuña y Pedro Campos, en dos etapas de su vida).

Siempre se ha denunciado que el acoso sexual es el resultado de una subordinación. Y, cuando ésta es el resultado de un acto voluntario, puede tomar un cariz masoquista. Tal vez, el ejemplo literario y cinematográfico más notable es la Histoire d’O. Una vocación religiosa y la ausencia del padre pueden detonar situaciones peligrosas. Acrecentadas por el católico sacramento de la confesión y la institución del guía espiritual.

En el mundo delincuencial y mafioso, ser testigos de un delito transforma en cómplices y catapulta en un mundo tenebroso del que no se puede salir. En un clásico pornográfico de mis tiempos liceanos, Las memorias de una princesa rusa, la concupiscente protagonista tiene sexo con el hermano de su sirvienta y después la obliga a hacerlo con él para sellar sus labios.

Vistos bajo una luz absolutamente terrenal, el catolicismo está repleto de manipuladores que supieron rodearse de secuaces capaces de asesinar y de mal aconsejar en nombre de Dios. Un solo ejemplo: la cruzada contra los albigenses. De los seguidores de Karadima, varios ingresaron a la misma orden a la que pertenece el Papa Francisco, fundada por un soldado, que impuso su metodología militar. Y es que lo castrense es afín con lo clerical en todos los aspectos, incluso los peores.

Sin divulgar información acerca del contenido de la película, me permito referirme a algunos aspectos de su confección.

La fotografía es impecable, como asimismo el montaje (la secuencia inicial me recordó Huracán de pasiones, de John Huston) y la escenografía (es recurrente la imagen de un santo nacional). Luis Gnecco está impecable: su personaje sobreactúa constantemente, pero, en los pocos momentos que lo vemos solo, la máscara cae.

Los espectadores podrán dar su opinión. En mi caso, pasar por la iglesia de El Bosque o toparme con un sacerdote ya no será lo mismo. Si el director quiso obtener ese efecto, lo logró.

Hace muchos años, oí decir que la canción Cura de mi pueblo recordaba el origen de la homosexualidad de su autor, Nicanor Molinare (“dime si es pecado, si amar es delito”). Y, por pura casualidad, en jerga sexual se le dice “greco” a la relación sodomítica.

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