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25 de Abril de 2015

Levantar el norte: una obligación de los estudiantes voluntarios de Chile

En todos esos procesos de limpieza y reconstrucción, los universitarios hemos sido actores activos, tanto por la ayuda como por el acompañamiento a un pueblo emocionalmente abatido. Sin embargo, la presencia universitaria es aún insuficiente. En ese sentido, es nuestra obligación como dirigentes de federaciones estudiantiles, mantener en alto la bandera del voluntariado; una bandera que acumule el interés, la fuerza y el ímpetu de nuestros compañeros para establecer un trabajo permanente, con más carreras y especialidades presentes, que posibilite forjar vínculos firmes hacia el futuro.

Por Javiera Reyes
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Javiera Reyes es Economista U. de Chile, estudiante de magister, Presidenta Ceic 2014 y vicepresidenta FECh 2015 y 2016.

Desde el sábado 18 de abril, más de treinta estudiantes de la Universidad de Chile trabajamos en la comuna de Diego de Almagro, una de las más afectadas en la región de Atacama por los aluviones que en marzo remecieron al norte del país. Son jóvenes que sin mayor ambición que la colaboración en la reconstrucción de las viviendas y los recintos públicos de los más desposeídos de su pueblo, cumplen con una de las responsabilidades primordiales de un estudiante de educación superior comprometido con el progreso de su país: el desarrollo potente de un trabajo voluntario cuando nuestros compatriotas lo necesitan.

En Diego de Almagro, pequeña comuna de 16 mil habitantes, las necesidades son múltiples y urgentes. Faltan brazos, palas y víveres que puedan llegar hasta los rincones más apartados del pueblo, mucho de los cuales todavía se mantienen en labores de limpieza que permitan pensar en normalizar la vida. Son cientos las familias que quedaron sin un puesto laboral, que perdieron talleres mecánicos o pequeños almacenes. Son decenas las mujeres que perdieron los hornitos que les otorgaban el ingreso mensual para subsistir, y son cientos también los niños que no han podido reiniciar sus clases debido al colapso de sus establecimientos.

En la Escuela Básica Sara Cortés, donde se concentró gran parte del trabajo de los estudiantes de la Chile, el barro aún cubría medio metro de altura de las salas, a cinco semanas de la mayor tragedia en la historia de la región. Esto sólo señala que la ayuda proveniente de la misma región de Atacama, del Injuv y de múltiples organizaciones privadas, no ha sido suficiente. En una provincia donde son miles las familias que necesitan la reconstrucción de sus casas, y en una comuna que tardará seis meses en recuperar las cañerías del agua potable, hoy no está garantizada la cantidad de voluntarios que se requieren en las próximas semanas. He ahí la necesidad urgente de recordarnos entre los propios estudiantes que no debemos olvidar el norte, que el entusiasmo inicial propiciado por la devastación mostrada por televisión, debe mantenerse cuando la cobertura morbosa deja de ser beneficiosa para los medios.

Es impactante pensar que hay mucha gente que va a vivir por meses, o quizás años, con condiciones de vida muy precarias, bañándose con tarros y caminando kilómetros para encontrar agua. Es preocupante, también, el riesgo de enfermedades a largo plazo que puede producir la situación insalubre que propicia el convivir con un entorno de aguas servidas y estancadas. Sin ir más lejos, el sector de Paipote, en Copiapó, deja ver escenas dramáticas de familias con casas destruidas por el lodo, con hombres y mujeres que por no dejarlas solas no se alejan de las calles inundadas aún de desechos tóxicos provenientes de los relaves mineros.

En todos esos procesos de limpieza y reconstrucción, los universitarios hemos sido actores activos, tanto por la ayuda como por el acompañamiento a un pueblo emocionalmente abatido. Sin embargo, la presencia universitaria es aún insuficiente. En ese sentido, es nuestra obligación como dirigentes de federaciones estudiantiles, mantener en alto la bandera del voluntariado; una bandera que acumule el interés, la fuerza y el ímpetu de nuestros compañeros para establecer un trabajo permanente, con más carreras y especialidades presentes, que posibilite forjar vínculos firmes hacia el futuro. Ese rol más obligatorio es cuando se constata que el resto del país parece seguir implacable su rutina habitual olvidando que la tragedia sigue ahí, casi igual que cuando todo el mundo estaba pendiente. Precisamente de eso se trata el voluntariado, de estar donde no hay nadie. Es ahí donde las manos de los jóvenes empeñosos se hacen únicas.

La de esta semana es recién la primera intervención de los voluntarios de la Universidad de Chile en Atacama. El objetivo es no perder la memoria, y a veterinarios, trabajadores sociales, sicólogos y arquitectos, sumar médicos, ingenieros, periodistas, enfermeras y toda la diversidad disciplinaria de nuestros compañeros para no sólo convertirnos en un aporte significativo e indisoluble de nuestros hermanos del norte, sino también para ratificar que en la nueva concepción de educación por la que luchamos día a día, la solidaridad con la integralidad de nuestro pueblo es indispensable. Se vienen más trabajos, estables y prolongados. Lo único que necesitamos es que se sumen todos los que se puedan sumar.

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