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8 de Agosto de 2015

Lectura en los niños: ¿velocidad o comprensión lectora?

Un diario tituló su portada con la siguiente frase: “¿Cómo saber si mi hijo entiende lo que lee? Cuente y cronometre: en primero básico lo aconsejable es 56 palabras por minuto”. En su interior se desarrolla un artículo en el que se aborda la comprensión lectora, pero sin embargo gran parte de su contenido, además del título en portada, apunta a la fluidez y velocidad lectora. ¿Por qué esto es un problema? Por varios motivos.

Por Trinidad Castro
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Trinidad Castro es Coordinadora de Redes Fundación Educacional Oportunidad

El desarrollo de la comprensión tanto oral como escrita ha sido ampliamente estudiado, y hace varios años se ha venido planteando algo en lo que, a estas alturas, todos aquellos que trabajan en educación deberían concordar: leer no es solo decodificar. Leer es comprender, y comprender es una habilidad de orden superior, que no se da sólo porque un niño sea capaz de juntar letras y palabras o de respetar la puntuación, sino que involucra procesos más complejos.

Si bien la fluidez y la velocidad lectora son elementos que deben considerarse, si promovemos que se evalúe el número de palabras que puede leer un niño por minuto, estamos concentrándonos sólo en la velocidad lectora y no necesariamente en la comprensión. Si lo pensamos, la relación entre comprensión lectora y velocidad va a depender de varios factores, incluso en lectores adultos “expertos”.

Así, por ejemplo, si leemos un texto con palabras que nunca antes habíamos escuchado, o de un tema muy complejo, o completamente nuevo para nosotros, es probable que podamos leerlo de forma veloz, respetando reglas de puntuación sin problema. ¿Pero estaremos comprendiendo? No necesariamente. Como adultos, muchas veces al encontrarnos frente a un texto complejo y con vocabulario desconocido, nos vemos en la obligación de releer una o dos líneas, volver atrás, repasar, para realmente poder comprender esa lectura, y ser capaces de llevarla un nivel más allá, como resumir, conectar lo leído con nuestras propias experiencias, interpretar u opinar de aquello que hemos leído. Y en la práctica, eso puede disminuir la cantidad de palabras que leemos por minuto, pero en beneficio de nuestra comprensión.

En el caso de los niños, muchas veces estos procesos de comprensión se desarrollan de forma natural, y muchas otras hay que apoyarlos desde la escuela y el hogar para reforzarlos. Pero nuevamente, como fundación creemos que este apoyo no debe centrarse en la cantidad de palabras que son capaces de leer, sino en otros elementos.

Por nuestra experiencia en terreno a través del proyecto “Un Buen Comienzo”, creemos que sólo lograremos que nuestros niños comprendan lo que leen cuando se sientan motivados hacia la lectura, cuando las situaciones y personajes les sean significativos, y cuando se refuercen estrategias específicas de comprensión, como resumir, predecir y hacer conexiones.

Lograremos que comprendan cuando ampliemos su vocabulario, cuando puedan conversar sobre lo que están leyendo, y no sólo contar las palabras que han leído, sobre todo si sabemos que cada niño tiene su propio ritmo y su forma de adquirir estos aprendizajes. Como menciona Alejandra Meneses en el artículo citado, conversar antes, durante y después de la lectura, la enriquece, y a través de preguntas al texto, los niños pueden comprender los procesos que vive cada lector cuando se enfrenta a un libro.

Ciertamente la fluidez lectora facilita la comprensión, pero no necesariamente la define. Primero, generemos interés por los cuentos. Luego, trabajemos en la comprensión lectora. Si logramos esto, probablemente la fluidez y la velocidad vendrán por sí solas.

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