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1 de Septiembre de 2015

Gratuidad universitaria: un proyecto que no es reforma

Este gobierno fue electo por su promesa de acabar con la falta de oportunidades y la discriminación que sufren tantos estudiantes que, teniendo las capacidades, no pueden ingresar a la universidad por circunstancias que escapan de sus manos. Por eso, debemos preguntarnos ¿Qué es lo que reforma la reforma?

Por Ricardo Sande
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Ricardo Sande es Director ejecutivo ONG Empodera. Consejero político de Chile Vamos. Ex presidente FEUC.

Lamentablemente no tenemos idea. Casi todos los actores han transparentado sus posturas sobre educación superior, pero la verdad es que el gobierno no lo ha hecho. No conocemos su diagnóstico, las cosas que valora, las que rescataría y las falencias que considera más graves. Todo se pierde en la nebulosa del panfleto. ¿Cuáles son las cosas más perjudiciales que afectan a la sociedad y cuáles considera que son postergables para una reforma futura? Todo parece depender de las encuestas.

Para construir un sistema educativo más justo no basta solo con títulos pomposos, porque aunque el gobierno quiera que lo creamos, los titulares no son la reforma. El gobierno actual ha escondido deliberadamente la letra chica de su proyecto de manera recurrente e impresentable. Es vergonzoso que prometan un diálogo con los actores de la sociedad civil sabiendo que sin conocer íntegramente la propuesta de reforma tal diálogo es una farsa. Sólo nos queda opinar sobre lo poco que sabemos, esperando con los dedos cruzados que ojalá no vuelva a cambiar de aquí a la semana próxima.

Sin embargo, no todo es improvisación. Existe en el gobierno una senda casi definida en lo que significa la gratuidad para los privilegiados de siempre y su intromisión en la autonomía universitaria. Es incomprensible que una política pública privilegie de forma tan escandalosa a los estudiantes por el simple hecho de elegir una universidad del CRUCH o aquellas honrosas excepciones que entran al club. Esto se agrava por el empeño de utilizar los fondos públicos para obligar a las instituciones a parecerse a su visión particular de Universidad. En la práctica esto significa supeditar cualquier eventual virtud del sistema al afán uniformador de un evidente abuso de poder. ¿Es acaso más importante para el gobierno su proyecto ideológico que el futuro de miles de jóvenes que se han esforzado durante años para poder ingresar a la educación superior?

Todo esto ya se torna tragicómico cuando nos enteramos que esta reforma no será discutida como corresponde, sino que será impulsada por la puerta de atrás mediante la ley de presupuesto. Otra prueba más de que el gobierno además de su incapacidad de cumplir, tiene miedo a discutir.

Ante una reforma que profundiza desigualdades, privilegios e injusticias, amplificando considerablemente todos aquellos males que dice combatir y perpetuando las estructuras de inmovilidad que tanto daño hacen al sistema, no podemos seguir esperando milagros, o la mágica intervención de terceros. Debemos levantarnos hoy por la educación del mañana, esa que nos permitirá alcanzar el anhelo de un país más justo, libre y responsable.

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