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22 de Diciembre de 2015

El dañino personalismo de Marco Enríquez

Si uno se detiene a pensar en las ideas que ha venido repitiendo por años el eterno presidenciable, habrá acuerdo en que lo que en algún momento pudo haber dejado de ser un díscolo enojo treintañero para transformarse en un proyecto serio, hoy está en el limbo; en la ambigüedad de la nada, ya que el líder de esas ideas no puede hablar sin que le pregunten por SQM.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Todo lo sucedido en torno a Marco Enríquez-Ominami en las últimas semanas ha dado para un sinfín de especulaciones con respecto a su futuro. Algunos convenientemente dicen que su candidatura terminará por convertirse en una mala broma progresista, mientras otros, con un tono más grave, lo condenan por haber recibido dinero del yerno de la cabeza del régimen que mató a su padre. Es cierto, son muchas frases, demasiadas aseveraciones categóricas las que giran en alrededor de esta figura que, al parecer, muchos quieren ver caer. Mal que mal fue uno de los principales rostros de la centroizquierda en estos últimos meses, además de-digámoslo- no comportarse como un hueso fácil de roer para los tótems del oficialismo, quienes no han sabido cómo enfrentar sus constantes dardos y sus negativas a someterse en una lógica de negociación con ellos.

Al parecer las esperanzas de algunos de ver derribado al hijo de Miguel Enríquez se han transformado ya en números. Independiente de la credibilidad que pueda o no tener un lugar como el CEP en estos días, lo cierto es que ya en sus encuestas la aprobación hacia la persona de ME-O ha caído varios puntos, lo que para los medios es claramente un gran motivo para celebrar con editoriales críticas y chorreantes de moralina electoral. Ya que ésta es la única manera en que ciertos poderes políticos pueden manifestar sus intereses: escondiéndolos.

Pero tal vez lo que muchos no han notado con respecto a lo que sucede en este caso, es la fragilidad de Marco y su proyecto. Si uno se detiene a pensar en las ideas que ha venido repitiendo por años el eterno presidenciable, habrá acuerdo en que lo que en algún momento pudo haber dejado de ser un díscolo enojo treintañero para transformarse en un proyecto serio, hoy está en el limbo; en la ambigüedad de la nada, ya que el líder de esas ideas no puede hablar sin que le pregunten por SQM. Y eso radica en que cuando las esperanzas no pueden encaminarse en proyectos masivos y comunes, terminan siendo lindos aderezos que endulzan un personalismo.

Marco no fue capaz de construir un proyecto que convocara realmente a electores más allá de su postura anti “lo mismo”. Los que votaron por él en las dos elecciones a las que se presentó, lo hicieron porque era lo menos malo, lo menos añejo, pero nunca se comprometieron con sus perspectivas país. Y no lo hicieron porque estas perspectivas fueran malas, sino porque con el tiempo fueron quedando ante los ojos de los votantes únicamente como las suyas; como una linda manera en la que él transmitía sus ideas, sus ganas de cambiar Chile, nunca así creando una cultura de cambio alrededor, debido a su excesivo aroma a caudillismo. Debido a que sus candidaturas nos fueron pareciendo algo más parecido a intentos de lidiar con su pasado y sus “tíos políticos”, que un real impulso por reformar este injusto Chile.

Por eso es que hoy con líder en cuestionamiento, el Partido Progresista se queda sin futuro. No se sabe quién podrá ahora hablar e indicar a la cámara con el dedo. Si bien hay una directiva y personas que creen en los postulados progresistas, lo cierto es que sin Marco parecen no tener voz. Parecen esos niños perdidos en el supermercado en búsqueda de una mano parecida a la de su padre con los ojos llorosos. Y así no se hace política. Los militantes de un partido no pueden ser niños perdidos en un supermercado. Tienen que ser personas empoderadas que tengan cargos de relevancia pública y participativa en una democracia necesitada de fortalecimiento como la nuestra.

El proyecto del PRO, lamentablemente parece algo que se diluye entremedio de cada silencio que Enriquez-Ominami muestra ante las cámaras y ante cualquier pregunta que parece incómoda. Una vez él callado, pareciera que todo en esa colectividad se vuelve oscuro.

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