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28 de Enero de 2016

Los Huevitos son patrimonio

Esta misma mañana fue lanzada la convocatoria ciudadana para devolver a la ciudad estos verdaderos íconos, ceremonia que se hizo en el acceso Pedro de Valdivia del Parque Metropolitano.

Por Rodrigo Guendelman
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La foto en el diario producía una inevitable melancolía. Un camión llevaba amarrados dos pares de cabinas del viejo teleférico, ese que funcionó hasta 2009 y que en el lenguaje popular fueron conocidas como “huevitos”. La lectura de la imagen decía que estaban siendo trasladados a unas bodegas del Serviu. Y que su destino aún no estaba definido. Que podría ser para un museo, para equipamiento urbano u otros fines turísticos.

A mediados del año pasado, cuando apareció esa noticia en los medios, había dudas acerca de cuál sería el futuro de estas depreciadas cabinas. Hoy, hay claridad. De hecho, esta misma mañana fue lanzada la convocatoria ciudadana para devolver a la ciudad estos verdaderos íconos, ceremonia que se hizo en el acceso Pedro de Valdivia del Parque Metropolitano. Bien por el Minvu y el Serviu, que escucharon a las organizaciones ciudadanas que nos acercamos a hablarles del tema y que de inmediato tuvieron la sensibilidad para entender que los huevitos son patrimonio.

De hecho, son parte de la historia de Santiago desde la inauguración del Teleférico, el 1 de abril de 1980. Ese día, 72 carros con forma de ovoide empezaron a desplazarse por los dos kilómetros que iban desde la base hasta la estación Cumbre, en un recorrido que duraba veinte minutos y que pasaba también por las estaciones Tupahue y Oasis. Sin duda, una atracción turística para locales y extranjeros que se transformó en postal obligada de la capital. Y que justo cuando estaba por cumplir tres décadas, el 7 de junio de 2009, dejó de funcionar por culpa de una falla mecánica.

Al igual que los letreros de neón de Monarch y Valdivieso, que hoy son Monumento Histórico, los huevitos son patrimonio tangible de nuestra historia. Basta verlos para transportarse a la infancia, a la adolescencia o a períodos de la vida adulta. Basta hablar de ellos para recordar paseos en familia, pololeos y cimarras. Como el arte, como la literatura, como lo que se escribe y se pinta acerca de un país, el viejo teleférico forma parte de nuestra cultura popular. Por eso, los huevitos merecen descansar en un lugar que enaltezca esos treinta años en que formaron parte de nuestra cotidianeidad.

Alegra profundamente que se haya decidido proponer un concurso público para definir su destino. Y que ese concurso haya pensado en dejar los huevitos en manos de organizaciones de la sociedad civil, con personalidad jurídica y sin fines de lucro, que se comprometan a darles visibilidad, accesibilidad y conservación en el corto, mediano y largo plazo.

Porque los huevitos son patrimonio y nos importan. A todos.

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