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10 de Mayo de 2016

El necesario fracaso del emprendedor

Además de este recorrido de largo aliento… corrijo: de larguísimo aliento, se necesita un ecosistema que, construido con la colaboración tanto de autoridades como de instituciones privadas y particulares, entregue las herramientas para gestionar el fracaso.

Por Jonathan Levav
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Jonathan Levav es Director académico de Stanford-Ignite, auspiciador de Avonni Educación

Podemos estar contentos. La sociedad occidental está cada vez más abierta a la creación de cosas nuevas –proyectos, servicios y productos–, a la entrada de nuevos actores al mercado, a la posibilidad de hacer las cosas de una manera diferente. Estos son, precisamente, los parámetros que permiten contribuir a generar un entorno cada vez más enfocado a la innovación y al emprendimiento, elementos básicos para avanzar hacia el progreso y el crecimiento de una sociedad que se desarrolla a pasos agigantados.

Sin embargo, se ha tendido a generar una idea romántica del emprendimiento y de la figura del emprendedor. Muchas personas ávidas de nuevos desafíos han alimentado la creencia de que el emprendedor es una persona que nace del empuje por sacar adelante una idea, sea cual sea, teniendo un éxito inmediato y obteniendo rápidamente aceptación y beneficios tras el esfuerzo realizado. Ese es el principal error.

Para ser emprendedor, no basta con tener una buena idea, se necesita también desarrollar y ejecutar un buen plan de negocio –un camino que probablemente será largo y difícil, y en el que se tendrán que superar muchos obstáculos y adversidades–, de acuerdo a las necesidades del mercado en el que se quiere implementar la idea y del innovador producto o servicio que se está ofreciendo, para generar un impacto real en la sociedad.

Además de este recorrido de largo aliento… corrijo: de larguísimo aliento, se necesita un ecosistema que, construido con la colaboración tanto de autoridades como de instituciones privadas y particulares, entregue las herramientas para gestionar el fracaso. Sí, el fracaso: una tesis arriesgada, pero llena de sentido y que se repite a lo largo de la historia de la humanidad.

Por ejemplo, a Thomas Alva Edison, uno de los inventores más prolíficos de la historia y uno de los padres de la vida tecnológica que disfrutamos hoy, recibió muchas críticas por los casi mil intentos fallidos previos a descubrir el filamento de tungsteno que dio lugar a la bombilla. Ante esto, él contestó con la ya célebre frase: “No fracasé, solo descubrí 999 maneras de cómo no hacer una bombilla”.

De la misma manera, el emprendimiento exitoso exige probar todas las posibilidades de realizar las cosas de manera novedosa y, para ello, necesitamos tener una mentalidad que sea disruptiva con el sistema creado, de tal manera que podamos cuestionar constantemente nuestras acciones a favor de la construcción de un sistema mejor. Y esa es una tarea que apela a todos: gobierno, empresas, universidades y personas naturales, para enseñar y dejar como legado que el fracaso no es más que un paso necesario para el éxito.

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