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23 de Octubre de 2016

La abstención y la mala solución de la obligatoriedad

Si hubiesen candidatos más atractivos, un gobierno con más aceptación, parlamentarios con buena percepción, sin crisis política, probablemente la cifra de abstención hubiese sido menor que del 2012.

Por Ernesto Evans
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Ernesto Evans es El Dínamo.

Para pocos, quizás, fue una sorpresa la baja en la participación en las recientes elecciones del 23 de octubre. Cerca de 4.900.000 fueron a votar, aún cuando el padrón supere los 13.000.000 de personas habilitadas para ejercer el sufragio. Algunos dirán que fue por culpa del error del Servel, y su ineficiencia computacional al no detectar a tiempo el cambio de domicilio, además de no disponer de una adecuada interconectividad con el Registro Civil, lo que hizo de la última semana, previa a las elecciones, una pesadilla política.

Otros dirán que se debe al desencanto con la política, el descrédito por falta de renovación, la baja del gobierno, y, sazonando todo lo anterior, los casos de financiamiento irregular de la política. Y, por último, quienes no encontraron ningún atractivo en la “oferta política” comunal.

Pero el riesgo es que algunos quieran reponer la obligatoriedad. En el 2012, los votos emitidos válidamente fueron 5.338.088, los nulos 246.96 y los blancos 185.369. Ahora, fueron cerca de 4.900.000 de votos válidamente emitidos. Obviamente hay una baja, y es un fenómeno preocupante. Desde el 2012 hay votación voluntaria. ¡Pero por favor no vayamos a la solución fácil de modificar el voto voluntario¡, y volverlo a hacer obligatorio. El voto voluntario supone algunas cosas importantes, por lo que es fundamental mantenerlo. Razones:

1. Existe en muchos países el voto voluntario: Colombia, Chile, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos; en Europa, España, Reino Unido, Francia, Noruega, Ucrania. En Asia, Japón, Rusia, etc. No es necesario enumerarlos todos, pero ejemplos hay varios. ¿Es la democracia más solida porque el sufragio es obligatorio? No lo creo, o, al menos, hay que discutirlo.

2. El voto voluntario no ha sido una debacle. Si analizamos las cifras del SERVEL sobre elecciones de diputados del 2013, hubo 6.220.222 votos válidamente emitidos; en las elecciones de diputados del 2009, hubo 6.615.856 de votos válidamente emitidos. Pero, si vamos más atrás, el 2001, hubo 6.144.003 votos, y eso que era obligatorio.

Creo que este análisis es más correcto que otros que miran los votos validos sobre el padrón, sobre todo porque el actual padrón, según cifras del SERVEL, es de 13.000.000 aproximadamente (aumento por la inscripción automática), y si se fracciona votantes por el padrón, se presenta una calamidad de participación. Lo correcto es el análisis de la evolución histórica, donde el voto voluntario no ha sido un desastre en cuanto a participación según datos del SERVEL. Respecto de la elección de Senadores, -los promotores de la idea de ir al voto obligatorio-, en el 2013, los votos válidamente emitidos fueron 4.509.114 (regiones pares y metropolitana); el 2001, fueron 4.770.981. Pero en 1997, hubo menos votos y había obligatoriedad: 4.239.366.

Luego, no ha habido un efecto dramático sobre los votos válidamente emitidos si analizamos la evolución histórica de los mismos.

3. Pero lo más importante: obliga a mejorar la “oferta” política. Sobre los potenciales 13 millones y medio de votantes en Chile, si hubiesen candidatos más atractivos, un gobierno con más aceptación, parlamentarios con buena percepción, sin crisis política, probablemente la cifra de abstención hubiese sido menor que del 2012. Y también la crisis de la Nueva Mayoría, que se manifestaron en una mejor votación para la oposición, pero también un castigo para un gobierno que propuso igualdad reformista a mata caballo, y terminó con 20% de apoyo ciudadano. Ese el desafío nacional, y no el camino fácil de reponer la obligatoriedad.

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