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24 de Octubre de 2016

El fantasma de la baja participación: causas e implicancias

¿Cómo se vincula baja participación con mayor cantidad de incumbentes ganadores? Si los candidatos desafiantes no son capaces de atraer votantes y llevarlos a las urnas, entonces los principales beneficiados son los incumbentes. Los alcaldes ya cuentan con una base de apoyo y disponen de recursos para movilizar votantes el día de la elección. No obstante, el problema no es de quienes tienen el escaño, sino que de los desafiantes que no fueron capaces de convocar personas a votar.

Por Mario Herrera
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Mario Herrera es Magíster en Política y Gobierno, Cientista Político UDP. Actualmente académico de la U. Talca y coordinador del Centro de Análisis Político (CAP-UTALCA). Ha realizado asesorías tanto para el sector público y privado como para fundaciones y ONG. En el plano académico, ha desarrollado publicaciones sobre reformas políticas, trayectorias políticas y vínculos entre representantes y electores

La mayoría de los análisis políticos identifican cinco formas de explicar una elección: número de alcaldes, votación por alcaldes, número de concejales, votación por concejales y porcentaje de población gobernada. Considerando estos puntos, Chile Vamos debiera aparecer como la principal coalición tras la elección de 2016. La coalición con una cifra cercana a los 1,8 millones de votos en alcaldes y 1,6 en concejales, es la ganadora de las municipales de 2016. Si a ello le sumamos que obtiene 4 escaños más que la Nueva Mayoría y que, además, crece en 17 alcaldes respecto a 2012, debiéramos dar por ganador a Chile Vamos en al menos tres de los cinco puntos. No obstante, al comparar los votos obtenidos con respecto a 2012, observamos una caída en la votación de las dos coaliciones, tanto en alcaldes como concejales. La Nueva Mayoría pierde 660 mil votos en alcaldes y más de 1,1 millones en concejales. Chile Vamos, por otro lado, disminuye en 385mil votos en alcaldes y 517mil en concejales. Ello porque la principal cifra de la jornada es, nuevamente, la baja participación. Esta alcanza su mínimo histórico con un 34,9% de los votos.

La baja participación aparece como el principal fantasma de la elección. Esto porque, hay quienes dicen que baja participación va de la mano con una escasa legitimidad de los candidatos electos. Acá el supuesto es que, como los candidatos fueron electos con una baja cantidad de votos, no cuentan con el apoyo mayoritario de las personas en su comuna. Ello, dicen algunos, explicado por el malestar de la ciudadanía y por la creciente crisis de las instituciones. En esta columna me propongo discutir esa idea. Más allá de si la baja participación es mala para la democracia, el estudio debe realizarse sobre las causas e implicancias que tiene la participación. La abstención se explica por causas y trae implicancias en el ordenamiento de las coaliciones y en la posibilidad de que exista renovación en la política.

Al votar se marca la preferencia por alguno de los candidatos. No votar, en cambio, implica que la persona no emitió el sufragio. El principal error está en asignarle una carga valórica al que no vota. Las personas pueden abstenerse de votar por considerar que la elección no es lo suficientemente importante o que su voto no es decisivo para determinar el resultado. En definitiva, dado que no está en juego decidir sobre un modelo económico o político frente a otro, las personas se abstendrían de ir a votar por el bajo interés que tienen en las elecciones y en la política. El argumento parece ser, al menos, lógico. No obstante, las municipales de 2016 mostraron que en aquellas comunas donde la competencia era alta y en las que un voto podía marcar la diferencia, hubo una baja participación. En La Pintana votaron 28 mil personas, equivalentes al 20,71%. En Santiago, Alessandri ganó con un 22,32% de participación. En Antofagasta, la alcaldesa mantiene el escaño con solo el 23,49% de quienes estaban habilitados. En Maipú, Vittori pierde con apenas un 28,1% de participación. En Valparaíso, donde se impuso el independiente Sharp, quien contaba aparentemente con escasas oportunidades de ganar, únicamente votó el 30,91% de las personas.

Este fenómeno es relevante, además, considerando que el 80% de las comunas tiene una participación mayor al promedio nacional, con comunas como Vichuquén, Placilla y Treguaco con porcentajes de votos superiores al 70%. Aunque el dato es llamativo, es fácil de explicar. Los menores porcentajes de participación están, precisamente, en las comunas más grandes del país. Estas son, a su vez, comunas mayoritariamente urbanas. La importancia de esto es que debiera existir menor votación en comunas donde la movilización es más difícil y donde el local de votación está más lejos del domicilio. Hay quienes argumentarán que, en las comunas en que hubo mayores cambios en el padrón electoral, también existió una más baja participación electoral. No obstante, salvo casos emblemáticos como la persona cuyo local de votación cambió a la Antártica o el sacerdote que fue a votar en Ñuñoa, siendo que fue cambiado a Valparaíso, gran parte de las modificaciones son en comunas aledañas. Por lo tanto, el costo de movilización sigue siendo bajo.

La baja participación ha tenido diferentes explicaciones. Si hasta 2012 el argumento del sesgo de clase se asomaba como la principal causa para la abstención, en 2016 esto se diluye. En comunas como Las Condes, donde la participación en la elección pasada estuvo sobre los 70 puntos, en 2016 sólo fue a votar cerca del 35% del padrón, muy similar al promedio nacional. Otras comunas con alto nivel socioeconómico y con una participación considerablemente inferior a la elección pasada son Lo Barnechea y Vitacura, con un 42,38% y 45,08%. Si bien el estudio de casos en particular de ninguna forma rompe con la relación entre ingreso y participación, los datos parecen mostrar que, en comunas emblemáticas con alta participación y baja competencia, las personas votaron en menor medida.

Más allá de los resultados, una segunda invitación es centrarse en las implicancias que una baja cantidad de votantes trae consigo. Por un lado, observamos que en 2016, de los 294 alcaldes que buscaban la reelección, el 71.77 de ellos volvieron a obtener el escaño. Esto implica que el 61,16% de las comunas será gobernada por los mismos alcaldes que detentaban el cargo hasta 2012.

Ahora bien, ¿Cómo se vincula baja participación con mayor cantidad de incumbentes ganadores? Si los candidatos desafiantes no son capaces de atraer votantes y llevarlos a las urnas, entonces los principales beneficiados son los incumbentes. Los alcaldes ya cuentan con una base de apoyo y disponen de recursos para movilizar votantes el día de la elección. No obstante, el problema no es de quienes tienen el escaño, sino que de los desafiantes que no fueron capaces de convocar personas a votar. Parte de la explicación, puede estar en el bajo conocimiento que tuvieron. Esto considerando que la propaganda en elecciones anteriores actuaba como un atajo informacional para las personas, permitiéndoles conocer quiénes son los candidatos que disputan el cargo.

Las municipales 2016 también mostraron cómo, de los seis candidatos con mayor cantidad de reelecciones, que buscaban su séptimo periodo en el cargo, solo tres resultados electos: Luis Mella en Quillota, Sadi Melo en El Bosque y Johnny Carrasco en Pudahuel. El punto en común de las tres comunas es la baja participación electoral. En El Bosque solo el 23,45 de las personas fue a votar, en Pudahuel la cifra alcanza el 24,05%, mientras que en Quillota solo el 33,83% emitió su sufragio. Entre los incumbentes con seis periodos derrotados se observa algo similar. En Macul, donde perdió Puyol, solo el 31% de las personas votó.

La baja participación, entonces, debe ser analizada desde dos miradas. La primera considerando sus causas. La explicación más latente, hasta 2012, era el sesgo económico. En 2016, en cambio, el argumento parece diluirse. La competencia tampoco aparece como una causa fuerte. Si bien existen comunas poco competitivas donde la participación fue baja, conforme a lo esperado, en aquellas con alta competencia y con un escenario previsible incierto, también hubo baja participación. Esto nos lleva a pensar que la incertidumbre no necesariamente se traduce en incentivos para que las personas acudan a las urnas.

En segundo lugar, hay que ver las implicancias. En un escenario con baja participación, aumentan los incumbentes ganadores, indicando que entrar a la política es más difícil cuando la gente no asiste a votar. Finalmente, el principal problema de analizar baja participación es que resulta difícil de distinguir dos fenómenos que, perfectamente, pueden coexistir. Las personas pueden, por un lado, sentir que su voto no es decisivo y estar disconformes con el funcionamiento del sistema.

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