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3 de Noviembre de 2016

Inconsecuencias en representantes de la Iglesia: soy un pecador

Fantuzzi reflexiona sobre la prohibicion de la iglesia a esparcir las cenizas de los difuntos: "Mediante reglas impositivas no se va recuperar la fe que se ha perdido por actos de sus mismos representantes".

Por Roberto Fantuzzi
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Roberto Fantuzzi es Ingeniero Comercial de la Universidad de Chile, pero más allá del cartón, su profesión a lo largo de su vida ha sido la de un emprendedor innato. Junto con la sangre italiana, por sus venas corre un sentido de representatividad y lucha por los empresarios pymes de Chile, cuestión que lo llevó en 1984 a asociarse con algunos de sus pares y dar vida a Asexma, desde donde intenta dar voz a los exportadores.La creatividad es una de sus principales banderas de lucha. Gracias a esta característica, este “mono porfiado”-como él se autodefine- es recordado por los particulares regalos que ha enviado a diferentes autoridades con el propósito de que atiendan las necesidades del país.

Hablar de temas que involucran a alguna religión nunca es fácil, es como “meterse en las patas de los caballos”. Sobre todo porque muchos de quienes profesan alguna creencia tienen una posición un tanto inflexible con respecto a ciertos temas. Pero antes de empezar, quiero aclarar que no me considero adepto a ninguna religión, pues una serie de dudas y cuestionamientos han generado que no me incline por algún tipo de creencia.

Con este escrito no pretendo poner en duda la fe ni el actuar de sus feligreses, pero sí hacer un análisis sobre algunas inconsecuencias que han demostrado algunos de sus más importantes representantes. En el caso específico de la Iglesia Católica,  siempre se habla de la figura de un Dios amoroso y receptivo. Por lo mismo, me causó extrañeza la decisión anunciada por el Vaticano al indicar que se prohíbe la práctica de esparcir las cenizas de incineraciones y de conservarlas en algún hogar, y más extrañeza me causó saber que esta regla buscaba reafirmar la doctrina cristiana.

Primero que todo, quisiera señalar que a mi parecer ese camino debe ser elegido por la misma persona antes de fallecer o por el círculo familiar más cercano a esta. Una Institución que dice “ponerse en el lugar de la gente” no puede pasar por sobre los deseos personales de sus seguidores. Ya hemos visto que la Iglesia Católica ha manifestado una postura firme en temas como el matrimonio, el aborto o la familia, y no digo que esté mal. Pero si el fallecimiento de un ser querido ya es una situación bastante compleja, me parece un tanto equívoco poner a prueba el compromiso de las personas con la religión si no se cumple con las nuevas reglas.

Hace poco, recuerdo la  crítica que recibió una diputada que propuso eliminar de forma definitiva la invocación a Dios en el Congreso. Esta propuesta generó una serie de repercusiones -negativas y positivas- que llamaron mucho mi atención, pues creo que pese a que muchos puedan ser creyentes, también hay quienes no, y es en este aspecto donde nuevamente caemos en materias de intolerancia y poca flexibilidad, ya que no hay buena disposición para discutir sobre estos temas.

Yo no creo que uno deje de ser menos creyente si no menciona a Dios en cada acto. Para mí  hay un Dios que está implícito y no se necesita invocar. Creo que el gran error de la religión católica ha sido que sus seguidores vivan con miedo y culpa, cuestionando si sus actos o pensamientos son correctos. Y eso para nadie es sano.

Quizás con este escrito me estoy arriesgando y muchos me tratarán de pecador u ofensivo, pero tengo claro que quizás las Iglesia y algunos de sus seguidores deben estar más abiertos a ciertos temas de interés. No todo es un ataque y una agresión hacia Dios la Institución. Mediante reglas impositivas no se va recuperar la fe que se ha perdido por actos de sus mismos representantes.

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