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8 de Noviembre de 2016

Ser hombre y el privilegio del no ver

¿Qué atrocidades habremos cometido desde la ignorancia? ¿De qué seremos culpables? ¿Cómo habremos perpetuado la constante violencia machista? Pero es necesario. Hay que aceptar nuestros errores, disculparse y luchar por mejorar. Desde nuestro mismo privilegio podemos luchar con menos represalias.

Por Nicolás Peña
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Nicolás Peña es Ingeniero civil, programador artístico y activista feminista, con estudios en Chile, Canadá y NY. Escribe para el Observatorio Contra el Acoso Callejero de Chile.

Es verdad cuando se dice que ser hombre es más fácil. Querámoslo o no, el mundo ha sido moldeado por y para los hombres (cisgénero y heterosexuales). Pero no siempre nos damos cuenta. Los comportamientos que llevan a esto están tan arraigados en nuestra sociedad que no los vemos. Afortunadamente, es fácil entender porqué esto sucede y cómo podemos evitarlo.

Gran parte de nuestros actos y existencia se dan de forma automática. Comemos, caminamos y manejamos autos sin pensar en todo lo que hacemos. Este concepto fue acuñado por Heidegger como “transparencia”, ya que no lo percibimos hasta que algo nos lo hace notorio. Así como un vidrio que se rompe o ensucia. O como cuando nos dicen que pongamos atención a la respiración; ¡luego no podemos dejar fijarnos en eso! El asunto es que, por más útil que sea desde un punto de vista funcional, mandar cosas al inconsciente hace que nos perdamos fragmentos claves del nuestro alrededor. Así es como los hombres no vemos cómo la sociedad nos hace la vida más fácil.

Podemos aislarnos de un sector de nuestra realidad y no percatarnos que la violencia contra las mujeres está arraigada en nuestra sociedad patriarcal. Algunos hombres no logramos entender por qué es lo que pasan tantas mujeres. No somos capaces de ponernos en su lugar porque no lo vivimos. No sabemos lo que es sentir angustia al salir a la calle, ya que es difícil internalizar que el 97% de las mujeres jóvenes ha sido víctima del acoso callejero en el último año. Los hombres tememos a que nos asalten de noche, las mujeres a que las asalten, pero además, de que las violen. O que algunas son miradas en menos en sus lugares de trabajo, teniendo que dedicar el doble de esfuerzo para ser tomadas en cuenta. Tampoco vemos la violencia ejercida contra otros hombres, ejercerciendo poder sobre otros para demostrar mayor “hombría”. O contra nosotros mismos si llegamos a expresar sentimientos, vulnerabilidad y “debilidad”.

Y en esto consiste el privilegio de los hombres. Son comportamientos apreciados como normales por la sociedad que, aunque nos afecten en cierta medida, son transparentes para nosotros. Tenemos la oportunidad de no verlo. Tenemos la posibilidad de remover dicho elemento de nuestra vida. Tenemos la opción y somos capaces escoger. Sin embargo, tenemos que quitarnos la venda de los ojos y enfrentarnos a la realidad.

Lo primero que podemos hacer es intentar comprender lo que pasa. Y es tan fácil como escucharlas. Prestar atención a sus experiencias. Leer testimonios. No juzgar ni quitar validez a lo que nos dicen. No poner en tela de duda una vida que no es nuestra. Sólo así podremos observar la realidad que nos rodea sin los lentes del privilegio.

Darse cuenta de muchas de estas cosas es incómodo. ¿Qué atrocidades habremos cometido desde la ignorancia? ¿De qué seremos culpables? ¿Cómo habremos perpetuado la constante violencia machista? Pero es necesario. Hay que aceptar nuestros errores, disculparse y luchar por mejorar. Desde nuestro mismo privilegio podemos luchar con menos represalias. Es cosa de comparar las reacciones contra quienes que combaten el machismo: a los hombres los tratan de homosexuales (usándolo como insulto), a las mujeres además las amenazan con violaciones y muerte. Asimismo, parte de la población nos otorga un mayor nivel de credibilidad, siendo que no somos los principales receptores de dicha violencia. Al menos podemos prestar nuestra voz y voto para luchar por una sociedad más justa.

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