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17 de Mayo de 2017

2001, (casi) 50 años después

Kubrick llegó a decir: “no me gusta hablar tanto de 2001, porque es, en esencia, una experiencia no verbal… hay varios que quieren entender lo que dice la película y acá no hay tanto por escuchar sino para ver”.

Por Pato Cuevas
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Pato Cuevas es Periodista autónomo, profesor malhablado.

Revisé cómo iba la demanda de 2001 Una Odisea del Espacio en varias funciones y salas en las que se exhibe, a casi 50 años de su estreno. Muchas están repletas o agotadas. Continúa la fascinación. Se traspasa de padres a hijos, se comenta con amigos. Hay alumnos míos que la vieron ebrios, volados, o ebrios y volados. Hay gente que la subió a Youtube con ‘Echoes’ de Pink Floyd sincronizado. Así uno confirma, sin muchos datos duros la verdad, la fascinación popular por una película supuestamente sesuda, supuestamente intelectual.

Y su director, Stanley Kubrick, es un tipo mucho más presente que ausente en la forma que tiene de contar la historia. Para 2001 esto es evidente porque el protagonista es abstracto. Más importante que el simio que recibe la inteligencia del monolito, más relevante que el Dr. Heywood Floyd llevando el secreto a escondidas de los rusos (qué foto de la guerra fría es esa), más dramático que la decisión del computador Hal 9000 de tomar control de la misión y asesinar a los astronautas, más gravitante que el destino abierto del Dr. Dave Bowman en su reencuentro, muerte y renacer: el protagonista de 2001 es la inteligencia; cómo la obtuvimos, cómo la usamos, cómo la desperdiciamos. Ahí está el retrato del hombre moderno y su fascinación consigo mismo. El triunfo y el fracaso.

Pues bien, nada sería posible si Kubrick no hubiese estado a cargo y no hubiese corrido los riesgos que corrió. Entonces, el punto por discutir no es si el popular lo considera poco menos que un pensador o un filósofo (hay críticos que se dejan llevar por ese distractor y quisieran competirle… la inteligencia está tan sobrevalorada estos días). El punto es que negoció de manera correcta, rentabilizó lo que ganó con sus películas anteriores y así obtuvo control total respecto de qué hacer, cuánto demorarse y cómo contar la historia que quiso hacer; una historia que no es suya tampoco sino de Arthur C. Clarke, con quien desarrolla el guión.

En Hollywood, Kubrick no hubiese podido tomar estas decisiones para poder hacer 2001. Después de realizar Espartaco en 1962, declaraba que estaba cansado de lidiar con sonidistas, cinematógrafos y actores que se creían directores. Eso lo traslada a Inglaterra, donde cada oficio era sólo eso, los equipos eran más pequeños y nadie opinaba si no se lo pedían.

Para 2001, la independencia monetaria y el control del proceso le permitieron a Kubrick construir escenarios atrevidos, como el interior de la nave Discovery. Estudió mucho tiempo con qué posibilidades fotografiar la idea de la ausencia de la gravedad y el vacío del espacio. Se dio la maña de detallar la tecnología como una especie de elogio a la inteligencia (otra vez) y filmó, como contrapunto, un final de 25 minutos en el que todo lo anterior es despojado del lenguaje, donde todo queda abierto, donde la crítica naufragó y lo sentenció.

El resultado refleja a un tipo minucioso, obsesivo, detallista, enfermo por la verosimilitud, un tecnófilo y tecnófobo; un egocéntrico. Pero también un cineasta con una fe ciega en el montaje como articulador de la historia, como experiencia visual. Contrario a lo que algunos establecen, Kubrick no subestima la experiencia de la sala oscura ni al público que paga por ver sus películas.

Cuando la crítica discutió la película en 1968 fueron los jóvenes (hombres en su mayoría) los que llenaron las salas de cine y esparcieron el rumor de la experiencia de ver 2001. Kubrick llegó a decir: “no me gusta hablar tanto de 2001, porque es, en esencia, una experiencia no verbal… hay varios que quieren entender lo que dice la película y acá no hay tanto por escuchar sino para ver”.

Así, cuando vayas al cine a ver 2001 de nuevo (mi caso) es para re encontrarte con algo de lo que te apropiaste, de lo que significa. Para los que no la vieron, es una experiencia que vale la pena en la era de las series televisivas.

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