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26 de Mayo de 2017

13 Reasons Why: más presente (y pasado) que nunca

"Tal como le pasó a Hannah, el episodio del rumor surgido de aquella fiesta no fue el único atentado a mi integridad personal que debí enfrentar mientras duró mi etapa escolar".

Por Yasmin Gray
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Yasmin Gray es Abogada Universidad del Desarrollo

Cuando yo tenía 16 años, una noche fui a una fiesta organizada por un colegio vecino al mío. Un muchacho me invitó a bailar, nos pusimos a conversar y simpatizamos de inmediato. No pasó mucho tiempo antes de que me diera un beso, el cual yo, inocentemente, le respondí, sin saber que ese simple beso iba a dar pie a generar los más absurdos rumores sobre lo que fue mi comportamiento esa noche, el que supuestamente había sido, a vista y paciencia de todos los asistentes a esa fiesta, totalmente indecoroso. Esa fue la versión estándar -porque hubo variaciones peores- de un chisme que prácticamente arruinó mi vida en ese entonces, al punto que casi perdí el año escolar por la desmotivación que me causó todo ello.

Por eso fue que el inicio de la serie 13 Reasons Why, que muestra a una Hannah Baker también de 16 años, haciendo frente a un cruel rumor iniciado en base a una foto tomada por un joven con el cual salió y que se sacó de contexto, me impactó sobremanera. El punto de partida de la tragedia que llevó a Hannah a decidir quitarse la vida, se parece dramáticamente a lo que acabo de contar, sólo que en mi época no había -afortunadamente- teléfonos celulares con cámara y conexión a internet, con los cuales mi vivencia pudo haber sido mucho peor. Mal que mal, uno de los puntos fuertes de la historia es mostrar cómo la tecnología se ha convertido en una suerte de verdugo para millones de adolescentes que no parecen responder a los cánones exigidos por sus pares. La adolescencia es y será una etapa complicada, pero es en esta premisa en la que muchos se escudan para excusarse por la vileza con que han actuado o actúan durante ella, teniendo en cuenta que desde pequeños estamos expuestos a la -supuesta- permeabilidad de la enseñanza de los valores y principios que rigen la ética a nivel universal.

El esparcir rumores malintencionados, evaluar y clasificar a las personas en base a sus atributos o defectos físicos, la actitud predatoria, cosificadora y agresiva de los hombres hacia las mujeres, y la mínima intención de empatizar con el sufrimiento del otro, al privilegiar la diversión a costa de lo que sea, son antivalores que, si ya en pleno año 2000 (año en que me tocó enfrentar esto) hacían nata en la sociedad adolescente y no tan adolescente de ese entonces, en la actualidad siguen vigentes, y con consecuencias dramáticas para quienes son sus víctimas: soledad, adicciones, abusos sexuales, depresión, problemas de autoimagen y conductas suicidas. El ejercicio ficticio de Hannah Baker de dejar en claro quiénes fueron los causantes ya sea humanos o ambientales de su muerte, debería ser suficiente para tomar conciencia del daño que se infringe a los demás cuando sólo velamos por nuestra satisfacción social o personal sin importarnos qué siente el otro.

No me cabe duda que mientras escribo estas líneas, y también mientras ustedes las leen, millones de jóvenes están siendo hostigados, golpeados, amenazados o abusados por tener características que, a los ojos de sus pares, los hacen merecedores de ser chivos expiatorios, haciendo de sus vidas una pesadilla que muchos, sin duda, intentarán terminar de la peor manera: acabando con ella. Y teniendo todo esto presente y a la vista, es insólito que haya quienes reaccionen bajando el perfil a lo que sucede, argumentando que son “cosas de la edad”, que las víctimas son “hipersensibles” o peor aún, que quienes se han suicidado por esta causa han sido nada más que “débiles y reinas/reyes del drama”. Para nadie a estas alturas es misterio que la empatía es uno de los valores más escasos en la sociedad contemporánea, pero es francamente desesperante que a muy pocos parezca importarles.

Tal como le pasó a Hannah, el episodio del rumor surgido de aquella fiesta no fue el único atentado a mi integridad personal que debí enfrentar mientras duró mi etapa escolar. La diferencia es que yo estoy acá para contarlo, y ella, al igual que muchas otras Hannah de la vida real, no.

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