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29 de Agosto de 2018

Mirar el pasado para inspirar el presente: Sol Serrano y el Premio Nacional

Para muchos, lo más importante de este reconocimiento será que, tras 44 años desde su creación, el Premio Nacional de Historia ha sido concedido por fin a una mujer. Otros tantos preferirán enfatizar la fuerza de la obra de Serrano.

Por Rodrigo Mayorga
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Rodrigo Mayorga es Maestría en Historia PUC, Estudiante de Doctorado en Antropología y Educación, Teachers College, Columbia University.

El Premio Nacional de Historia ha recaído este año en Sol Serrano. A pesar de la polémica que muchas veces rodea a estos galardones, pocos serán los que esta vez podrán dudar de los méritos de la premiada. Académica de la Universidad Católica y autodefinida como una ‘historiadora política’, su trabajo ha contribuido enormemente a la historia del Estado, la Iglesia, la Educación y a la disciplina histórica en su conjunto, tanto desde la orilla de la investigación académica como desde las aulas universitarias y el debate público.

Para muchos, lo más importante de este reconocimiento será que, tras 44 años desde su creación, el Premio Nacional de Historia ha sido concedido por fin a una mujer. Otros tantos preferirán enfatizar la fuerza de la obra de Serrano: su sólido sustento empírico, profundidad analítica, escritura cautivante y capacidad de iluminar problemáticas actuales de nuestra sociedad. Ambos puntos son de enorme importancia en nuestros días: el primero, porque tiene que ver con una deuda que el mundo académico posee con las mujeres que le dan vida y que aún está lejos de ser subsanada; el segundo, porque apunta a la importancia de contar con investigación que cumpla con estándares rigurosos de calidad pero que a la vez tenga sentido más allá de los journals científicos y las paredes de las universidades. A ellos quisiera agregar otros dos elementos que creo no pueden estar ausentes de esta conversación, dos razones más que hacen de este premio no sólo merecido si no también relevante para repensar el rol social de historiadores y académicos.

Lo primero es que Sol Serrano es, antes que cualquier otra cosa, una mentora, algo que bien saben los numerosos historiadores e historiadoras que a lo largo de los años nos hemos formado bajo su tutela. En tiempos donde nuestras universidades parecen a veces estar más preocupadas de que sus docentes publiquen bastante – y ojalá en los medios más prestigiosos que existan –, se requiere de una valentía especial para priorizar a los propios estudiantes y su formación. Una valentía que supone creer en aquellos a quienes se forma y en lo que pueden alcanzar, así como en darle las oportunidades para que lo demuestren. Si Sol Serrano ha formado escuela en este país, no ha sido sólo por su capacidad de educar en la disciplina histórica. Lo ha sido ante todo por creer en sus estudiantes, a veces incluso más que ellos mismos.

La segunda razón que hace de este reconocimiento tan importante es más difícil de definir. Pocos días atrás, me tocó estar presente en el Tercer Congreso de Educación y Patrimonio, organizado por el Programa de Archivos Escolares UC en el Liceo Abate Molina de Talca. Allí, en un teatro lleno de estudiantes secundarios y profesores, se lanzaba el último libro de Serrano, El Liceo. Relato, memoria, política. Lo que más me impactó en esa oportunidad, no fue la claridad de las ideas expuestas o la complejidad de las reflexiones compartidas. Fueron más bien las palabras del presentador del libro, ex director y también ex liceano, emocionado hasta las lágrimas al reconocer en estas páginas no una historia ajena y distante, sino su propia experiencia y memoria escolar. Me impactaron también las intervenciones de los y las estudiantes asistentes, que en esa presentación reconocían que sus historias individuales pertenecían a una historia mayor, construida por otros en el pasado y que ellos mismos debían y querían seguir construyendo en el presente. En el mundo académico no es poco común encontrar gente brillante, capaz de elaborar buenas ideas e incluso de transmitirlas con cierta eficiencia. Menos son, sin embargo, quienes tienen la capacidad de inspirar, de que su trabajo no solo sea comprendido racionalmente por quienes lo reciben, si no que los mueva y los impulse a actuar en el presente. La obra de Serrano logra eso, porque no es historia de anticuarios ni de teóricos alejados del suelo que pisamos, sino una historia que nace de las preocupaciones del mundo de hoy y que invita al lector a hacer de éste uno más propio y más cercano a aquel con que se sueña.

La labor de los historiadores no es sólo ayudarnos a comprender mejor el pasado, sino permitirnos reconocer en éste el camino de quienes somos. Es también proporcionarnos las herramientas para hacernos cargo de nuestro presente y construir el futuro que queremos habitar. Por eso necesitamos más académicos que crean en sus estudiantes y que sean capaces de inspirarnos, y necesitamos también que nuestras universidades e instituciones públicas reconozcan con cada vez mayor fuerza este tipo de trabajo . Por eso, y por tanto más, es que nos hace tan bien a todos que el Premio Nacional de Historia lleve hoy el nombre de Sol Serrano.

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