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16 de Octubre de 2018

El nuevo progresismo es el culpable de Kast y Bolsonaro

¿A qué mundo político responsabilizo entonces? Al progre.  Al nuevo progresismo que ha ocupado el lugar de una izquierda real en muchas partes del planeta, no logrando ofrecer nada más que reprimendas morales a quienes se salgan de los márgenes beatos que han establecido.

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Periodista, columnista.

Podría comenzar esta columna hablando sobre el peligro de Jair Bolsonaro y José Antonio Kast para Brasil y Chile respectivamente; podría hacer un listado con sus frases más xenófobas, homofóbicas y racistas para ganarme un aplauso fácil de quienes ven justificadamente esto con espanto y gritan a los cielos su desesperación,  sin que haya en ellos antes la menor intención de hacerse una autocrítica por su responsabilidad en el fuerte resurgimiento del populismo de derecha.

No me refiero con esto a la manoseada corrupción de la izquierda tradicional sudamericana, ni a la del Partido de los Trabajadores en Brasil, debido a que la popularidad del expresidente de ese país, acusado y hoy preso por esos delitos, Lula da Silva, nos dice que esa no sería la única razón de cierto desencanto. Él representa un sector popular y aún era el único que podía, debido a los resultados de su gobierno, entregar certezas a un electorado y ganarle al que ahora es el más posible nuevo mandatario del gigante de Sudamérica.

¿A qué mundo político responsabilizo entonces? Al progre.  Al nuevo progresismo que ha ocupado el lugar de una izquierda real en muchas partes del planeta, no logrando ofrecer nada más que reprimendas morales a quienes se salgan de los márgenes beatos que han establecido.

Aunque no tengo tan claro cuál es el grado de penetración de lo “políticamente correcto” en el país de Bolsonaro, es claro que en muchos lugares, incluido nuestro Chile, quienes dicen abrazar nuevas ideas progresistas se han negado a mirarse al espejo y a preguntarse por qué aparecen figuras tan radicales a combatirlos a ellos bajo la excusa del “digo lo que pienso” como valor. En cambio, Solo se quedan en un rincón, quejándose porque sus oídos tuvieron que escuchar las brutalidades de estos nuevos fenómenos, sin siquiera tratar de entender qué es lo que representan estas y por qué hay gente que se siente identificada. Y es que hacerlo, significaría entrar en la problemática discusión sobre las banderas de lucha que han enarbolado y las formas en que las han enarbolado. Y pareciera que hacer este mínimo raciocinio es complejo, porque los podría llevar a dudar, cuestión que parece prohibida por estos días.

¿Qué quiero decir con esto? Simple: que hay una nueva especie de izquierda (o que por lo menos se atribuye ese domicilio político) que se ha quedado detenida asumiendo la defensa de la individualidad, sin ser capaz de salir a defender una totalidad en la que todos pertenezcan. Ha levantado una causa tan importante como la de la diversidad, pero lo ha hecho desde el resguardo de las identidades particularidades, dejando de lado una visión universal del mundo, la que sea capaz de involucrar a todo del mismo lado, dando como resultado que haya un sector de clase media y baja que ha desviado la mirada hacia lugares que los hagan pertenecer a algo.

Aunque nos moleste a muchos el relato que levanta, este nuevo populismo ha sabido entrar en los lugares en los que los progres no entran. Ha sido capaz de dar un significado a la “patria” estableciendo enemigos, rivales políticos y culturales sobre la base de la discriminación y el prejuicio. Esto, aunque suene mal, hace que haya gente que se sienta parte de esa totalidad extraviada, ya que no hay mejor manera de establecer una identidad colectiva que unirla en contra de algo. Y el nuevo progresismo no lo hace porque se olvidó de la lucha de clases, porque las estructuras dejaron de incomodarle.

Cuando se les recuerda esto, por lo general los nuevos progres, como siempre, se ofenden. El lugar de víctimas les queda mejor que cualquier otro, ya que desde esa esquina no están obligados a actuar, sino que a quejarse y echarle la culpa a los demás. Como hijos del individualismo excesivo y triunfante por estos días, quienes aún creen que defienden derechos, se han dedicado a pensar en cómo cualquier cosa les afecta a ellos y no al sistema democrático. ¿Por qué? Porque no entienden la democracia, ya que esta requiere de una visión larga, grande, que abarque a toda una población y los derechos de quienes se ven vulnerados a diario.

Mientras estos nuevos intentos de luchadores por la justicia se refugian en el lenguaje, en los términos y en la especulación sobre lo que puede significar o no lo que alguien les quiso decir, el populismo sigue avanzando en los lugares que fueron dejados de lado por un discurso extremadamente buenista y autocomplaciente, aunque se vista con ropas autoflagelantes.  Y esto no se solucionará mientras no se quiera ver lo que está ahí, frente a sus narices, y prefieren obviar.

Por el momento, seguimos escuchando gritos de auxilio y vemos  gente horrorizada que se tapa la sin querer entender lo que, en el fondo, es evidente. Pero decirlo en voz alta les resulta doloroso. Porque, al romper sus burbujas, lo cierto es que muchos se encontrarán con que lo único que ha cambiado ha sido sus sensibilidades ante ciertos temas, ya que las injusticias y los excesos de poder no han retrocedido ni un poco.

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