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21 de Enero de 2019

Banana Madura

Por Guillermo Bilancio
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Guillermo Bilancio es Profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad Adolfo Ibañez. Consultor en Alta Dirección

Hablar de Venezuela y su crisis interminable, debe hacernos reflexionar acerca de cuál es el foco de la noticia: Su desgobierno o el destino del pueblo.

Algo que parece ir de la mano, no es tan así. La prensa en general se ocupa de los disparates de Maduro, de la inoperancia de la oposición, de inventar algún opositor con alguna luz, del boicot internacional frente a un gobierno legítimamente ilegítimo, pero no se ocupa de explorar alternativas de como solucionar la desdicha de la gente de un país del que ya han emigrado casi 6 millones de venezolanos. Casi un nuevo genocidio.

La noticia debe ser el sufrimiento de la gente, porque de lo contrario, estaríamos haciendo lo mismo que hace ese tonto revolucionario en el poder: Hablar a un rebaño con pretensiones de líder socialista bananero, recitar discursos acerca del poder y olvidarse de la emergencia. Porque a Maduro no le interesa la gente. Es más, la usa como alimento. Genocidio.

Más allá de los intentos pseudo intelectuales de la vergonzosa izquierda latinoamericana para explicar “la revolución”, ya no hay duda que Venezuela vive bajo una dictadura cívico-militar en la que no existe opción de elección. Pero más allá de la dictadura, que de por sí es un calvario y un retraso, esta dictadura tiene la particularidad: Se come a su propio pueblo.

Hay otras dictaduras en el mundo. Podríamos llamar a Putin un dictador “democrático” o que China tiene una dictadura comunista con capitalismo, pero en ambos casos hay una intención de sostener el poder con desarrollo sostenible para el país a partir de interesarse por su pueblo, al menos para que ese pueblo sirva al potencial de la nación. El amo y el esclavo se sirven mutuamente.
Son bestias devastadoras que someten a su manada pero que a su vez las cuidan y protegen al menos en lo mínimo necesario para seguir sosteniendo poder.

Pero la dictadura de Venezuela es jurásica, dónde el tiranosaurio devora a su propia especie sin miramientos en lugar de, al menos, intentar sostenerlos como soporte de su propio poder.

Por eso es indefendible Maduro, tal vez el más tonto de una serie de tiranosaurios mayores que lo usan como títere. Un bureau de dinosaurios que tienen rehenes a los que comen cuando necesitan alimentarse.
No es una dictadura, es un genocidio social, cultura, ético. Por eso, y más allá de las conjeturas de Maduro si o no, si quien tiene el poder o no, si intervención o no, pensemos antes en lo que ese rebaño castigado necesita.

Quiere comer, curarse y educarse, algo tan básico que hasta el mismo pueblo debe estar pidiendo más allá de las formas. Porque es una emergencia.

Claro que hay que elegir libremente, pero se necesita pan, leche y papel higiénico. Claro que deben funcionar las instituciones, pero se necesitan remedios. Claro que se necesita un acuerdo político, pero se necesita educación.
Que la democracia no sea burocracia, sino que sirva efectivamente. Que la democracia no sea para los políticos sino para la gente. Por eso pensemos en la gente, no en los políticos. Pensemos en cómo rescatar a los venezolanos de ese parque jurásico. Y después que se discuta la disputa por el poder. Hagamos una democracia moderna, sin burocracia.

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