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27 de Febrero de 2019

Jani Dueñas y la revolución feminista que nunca llegó

"La reacción ante esta derrota escénica fue totalmente machista. Todo el mundo tenía responsabilidad de lo sucedido menos la persona, la mujer, el sujeto que estaba sobre el escenario. Al contrario, ella era la víctima, el objeto de una cantidad de problemáticas sociales que se estaban liberando frente a ella".

Por Francisco Méndez
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Francisco Méndez es Columnista.

Jani Dueñas fue pifiada por un público que no le tuvo paciencia. Su rutina era demasiado lenta para quienes esperaban reírse rápido, como en la televisión, sin pausas y ni siquiera con un espacio para escuchar. Parecía que para hacer eso se necesitaba tener algo más allá de una postura “rebelde” o “provocadora”; se necesitaba tener más oficio del que ella tenía o, si es que somos más realistas, respirar comedia, como lo hace Felipe Avello.

Dicho esto, lo que presentó Dueñas nadie habría podido esperarlo. Nadie, ni siquiera los más fervientes seguidores de sus causas, habría tenido paciencia ante esa postura que prometía algo que no llegaba; algo que amenazaba con una rebeldía con la que muchos esperaban encontrarse. Porque no había nada de eso. Solo (al menos eso parecía) existía la sensación de que esta mujer creía que iba a ser aplaudida solamente por lo que se sabía que ella pensaba; porque no hacerlo, hoy en día, era algo que no se podía permitir nadie. El supuesto “cambio cultural” estaba de su lado.

Nada de eso pasó. Las pifias crecieron y Jani siguió adelante esperando que la gente se compadeciera de ella por lo que representaba y lo que, supuestamente, venía a mostrar. Ellos eran los equivocados y no ella. El patriarcado había trabajado demasiado bien en las cabezas de esas personas, incluso mujeres, que querían que se fuera. Que querían que no siguiera haciéndolos esperar algo que nunca llegaría.

Una vez fuera del escenario, en su conferencia de prensa, la comediante estaba estupefacta. No estaba enojada, porque parece una persona bastante inteligente. Pero sí lucía como quien no entiende lo sucedido; no sabía cómo era posible que ella, quien encarnaba el humor que estaba triunfando hace años en Viña del Mar, hubiera sido denostada de esa forma por un público que no la conocía, que no sabía lo que había hecho, y al que, incluso, ella quiso educar al comienzo contándole sobre su trayectoria.

Pero eso no fue todo. En las redes sociales comenzaron a circular todo tipo de especulaciones, elucubraciones y teorías sobre por qué lo que esperaba ser un gran éxito, terminó siendo un fracaso estruendoso. Unos (que pueden tener razón) decían que era algo contra el feminismo; otros, que a mucha gente le parece insoportable ver a una “mujer empoderada”; y algunos, con una imaginación bastante importante, señalaban que este era un plan contrarrevolucionario en contra de una supuesta revolución feminista. Esto último me quedó dando vuelta, no porque no crea en la importancia de ciertas revoluciones, y más aún en la de una feminista, sino que porque aún no veo ninguna.

¿Por qué digo esto? Porque la reacción ante esta derrota escénica fue totalmente machista. Todo el mundo tenía responsabilidad de lo sucedido menos la persona, la mujer, el sujeto que estaba sobre el escenario. Al contrario, ella era la víctima, el objeto de una cantidad de problemáticas sociales que se estaban liberando frente a ella. Tal vez le podríamos encontrar razón a esto último si es que nos detenemos un poco más, pero ¿realmente queremos creer que Jani Dueñas solo fue víctima de algo lejano a ella? ¿En serio nos atrevemos aún a imaginar a las mujeres como objetos y no como sujetos con errores y falencias? Sería bueno que nos lo preguntemos. Sobre todo en estos días en que no nos preguntamos nada; en momentos en que estamos demasiado sometidos a nuestros pequeños microclimas y, al igual que la comediante, nos sorprendemos cuando salimos de este.

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