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1 de Marzo de 2019

Volver al Bar

"El camino del testimonio o la renuncia a la vocación de poder se viene observando desde hace algún tiempo en la centro izquierda. Entendiendo la importancia de la defensa de los derechos de las minorías, ello debe compatibilizar con la identificación de las demandas de las mayorías".

Por Sergio España Ramírez
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Sergio España Ramírez es Socio Subjetiva

Casi como deber profesional intento ver el festival de Viña del Mar cada año. Creo que sigue dando algunas luces de lo que sucede en nuestra sociedad, especialmente por el tipo de conversaciones que abre tanto en redes sociales como en la interacción directa.

La actuación de la comediante Jani Dueñas es buen ejemplo de ello. En lo grueso, Dueñas, una de las más exitosas exponente del stand up local, señaló tras su fallida presentación que el “festival era muy grande para mi”, que la audiencia pedía a Marc Anthony o esperaba a David y Bisbal, para concluir que era un momento para “emborracharse, tomarse vacaciones, pero más que eso, volver al bar”, circuito donde Dueñas ha tenido una larga y exitosa trayectoria.

Detrás de sus palabras subyace la idea que hay públicos masivos en los que sus las características nunca tendrá una buena recepción; personas que no manejan los códigos que permiten una conexión básica con la temática de sus rutinas
Una opción legítima: cada artista elige el sello que quiere dar a su carrera. Sin embargo, lo que parece cuestionable es la idea de que hay un público que parece etiquetado y condenado a un cierto tipo de contenidos.

Este discurso se extiende también a la política y particularmente en el discurso que levanta parte del centro izquierda hoy. De este modo, se pregona que las elecciones se pierden porque los electores no valoran lo realizado o tienen limitaciones que les impiden hacerlo o bien responden a motivaciones personales o ajenos al proyecto colectivo. Si en el arte, es legítimo optar por una minoría, en la política simplemente una opción así la desnaturaliza. La política es la lucha por el poder que siempre está en tensión constante con la adscripción a una cierta creencia o cosmovisión. Pero en ningún caso, puede ser testimonial solamente.

El camino del testimonio o la renuncia a la vocación de poder se viene observando desde hace algún tiempo en la centro izquierda. Entendiendo la importancia de la defensa de los derechos de las minorías, ello debe compatibilizar con la identificación de las demandas de las mayorías. En este punto la ausencia de diagnósticos pasa a ser muy determinante. Encerrados en sus círculos (partido, asesores, adherentes, redes clientelares), los actores políticos pierden la capacidad de descubrir lo que marca y articula esas demandas en un escenario tan cambiante. Sin ese diagnóstico es imposible construir relatos que tengan la convocar, tensionar los debates y permitir – finalmente- la movilización ciudadana y electoral.

Lo que cierra este circuito es un creciente desdén hacia el electorado que se ve como ajeno o lejano, que en un sistema de voto voluntario se deja de lado. El facho pobre, la clase media “aspiracional”, la señora Juanita, etc. Todos ellos no entienden la rutina política. Crece la abstención electoral y no hay motivación para salir a la conquista de esos electorados que no van a a las urnas; muchas veces para ganar una elección parlamentaria o local basta con una ínfima cantidad de votos, electores que mantienen fidelidad política, responden a intereses de las minorías o redes.

Las derecha intenta un discurso, con todos sus errores intencionados a no, pero que apela a la conquista de un electorado que le permita por primera vez en más de un siglo que un presidente sea sucedido por otro del mismo sector y consolidarse como alternativa política. La disputa de liderazgos y relatos asociados da cuenta de la vitalidad de la apuesta.

Renunciar a orientarse hacia las mayorías es, de algún modo, renunciar al juego de la democracia. Concentrarse representar solo a una minoría que nos entiende, es renunciar gobernar. Es volver al bar.

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