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30 de Enero de 2020

El ethos de lo público

Fijar un “nuevo espacio público” en una Constitución en que, más allá de los mecanismos, cuente con la participación de todos para que goce de legitimidad. Bastó que la calle hablara para que el Parlamento pusiera en tabla proyectos dormidos. Pero los pactos y acuerdos son para cumplirlos y no para hacerse trampa en el solitario.

Por Felipe Matamala Valenzuela
violencia constituyente
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Felipe Matamala Valenzuela es Administrador público, Universidad Mayor. Militante Renovación Nacional.

La semana recién pasada dejaron de respirar dos connotados artistas: Armando Uribe (poeta) y Cristián Boza (arquitecto). El arte está de luto. Chile está de negro; dos luces se han apagado. Pero la vida sigue y hay que encontrar nuevos focos que alumbren la penumbra, la lúgubre realidad de un octubre que no termina.

Uribe y Boza, un par de adelantados, estuvieron despiertos antes de que ese manido eslogan del “Chile despertó” se hiciera famoso. Pero trabajaron siempre de un supuesto individualismo que, muy a pesar de ellos, tuvo
importantes efectos públicos.

El Estado, esa unión política institucional que hace del todo el conjunto de partes que hacen que la sociedad funcione. No hay que olvidar nunca lo que el arte nos recuerda a cada momento: que somos personas que estamos de paso y que, necesariamente vivimos en sociedad, por lo que es importante renunciar a parte de nuestros intereses para fijar un piso; renunciar en ocasiones a nuestras aspiraciones materiales, valorativas y morales. Es imposible funcionar sin esos mínimos comunes denominadores.

Pasaron 30 años en que esos mínimos fueron determinados por un sistema impuesto en dictadura. Bastó el alza en el precio de un medio de transporte público para que detonara una explosión orgásmica de sentimientos difíciles de
agrupar, pero que podría sintetizarse en un “no más abusos”.

No por nada nuestro país, antiguo líder de Latinoamérica, se vio sumido en manos de todo, es decir, de nadie.

Cifras macro nos colocaban en el primer lugar de todos los rankings, pero lo macro mientras no lleguen a lo micro, no sirve.

El 15 de noviembre pasado, en un plazo autoimpuesto, los partidos políticos con representación parlamentaria (evaluados con un 3% de aprobación), llegaron a un importante acuerdo que es valorable: legitimar las bases del nuevo pacto.

Fijar un “nuevo espacio público” en una Constitución en que, más allá de los mecanismos, cuente con la participación de todos para que goce de legitimidad. Bastó que la calle hablara para que el Parlamento pusiera en tabla proyectos dormidos. Pero los pactos y acuerdos son para cumplirlos y no para hacerse trampa en el solitario.

Resulta extraño, entonces, que parte de quienes suscribieron el acuerdo, hoy vayan por el rechazo a una nueva Constitución amparados en argumentos poco claros y una relativa disminución de movilizaciones qué, sin lugar a dudas, son temporales producto de la transversalidad de las rúbricas pactadas en el acuerdo del 15N, en una especie de crédito temporal otorgado a la clase política, pero que es mirado de cerca y con celosa atención por parte de chilenos y chilenas que esperan que los acuerdos emerjan.

Entonces, ¿qué tenemos hoy? Democracia a la vuelta de la esquina, donde cada uno podrá manifestar su postura, con la valentía de no caer en los miedos infundados de izquierda y derecha. ¿Y si gana el rechazo?, será la validación de la actual Constitución y los demócratas deberán aceptarlo.

¿Y si gana el apruebo?, fijemos ese nuevo “Ethos Público” contenido en una Carta Fundamental minimalista que asegure la igualdad entendida como el respeto de la dignidad de la ciudadanía. Uribe y Boza, que hoy decoran el oriente eterno, verán cómo los chilenos volvemos a ser felices por medio del necesario respeto del otro, dejando
en la más absoluta intrascendencia a quienes creen que la violencia es el camino político para la consecución de sus objetivos.

La demanda ciudadana está viva, latente, quiere representatividad de independientes, pueblos originarios y paridad en la nueva constitución. Eso lo ratifican las encuestas.

Demás está mencionar los informes y encuestas de centros de estudios de todo el espectro político que avalan estas posiciones, que se quieran o no, están instaladas en la opinión pública por acción de unos e inacción de otros que no lograron socializar sus argumentos e ideas con la comunidad en el momento requerido. No son tiempos para condescendencia con la clase política, pero sí, aplaudamos a quienes han logrado correr el cerco, pagando
costos personales y políticos en sus respectivos sectores, dialogando, cediendo y alcanzando acuerdos claves, interpretando a una sociedad que reconstruye y resignifica su propio discurso y que desea con esperanza que los costos de esta crisis, al mirarla en retrospectiva, no hayan sido sino la oportunidad que generó un país mejor.

Necesitamos recuperar “El ethos de lo público” extraviado en el nihilismo político y el individualismo de un modelo, que, si bien trae progreso material y económico, no ha logrado calar en lo profundo del sentir ciudadano.

No más abusos ni violencia, libertad por sobre todo, pero con límites consensuados que el sano vivir implica y exige dentro de una sociedad variada y profundamente diversa. Ya lo hace el jazz en sus composiciones que parecen, a veces, ininteligibles, pero siempre dentro de estructuras que permiten moverse por un fin común que es la composición. Y la vida en común es eso, una composición.

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