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26 de Abril de 2020

Construyendo Acuerdos con el Enemigo

Por último, estos esfuerzos son dirigidos hacia un resultado concreto o en dirección a una respuesta a un problema determinado, sin un diagnóstico previo y compartido.

Por Carlos Portales
18-O
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Carlos Portales es Profesor Escuela de Administración UC Director de DataLab

Chile requiere de una nueva constitución. El país también necesita cerrar las brechas en desigualdad material y de trato que gatillaron el estallido social del 18-O. Aunque la coyuntura sanitaria ponga un freno, dichos desafíos deben enfrentarse en “el día después”. Ambas tareas requieren una conversación política reflexiva y pactos amplios y transversales con los que hoy no contamos.

Los esfuerzos de diálogo realizados hasta ahora, no han fructificado. Liderados por autoridades, gremios o grupos de interés ellos provocan un resultado falto de transversalidad y legitimidad. Los participantes conforman un conjunto homogéneo, lo que impide que entusiasmen a un público más diverso. Solo en ocasiones hay incorporación de diversidad mediante la presencia de “otros improbables” en estas conversaciones. Suele haber muchos “representantes” y pocos actores “representativos” muchas veces olvidados (miembros de centros comunitarios, comunidades indígenas y juntas de vecinos, pequeños comerciantes, ambientalistas, reos, trabajadores de plataformas digitales, por mencionar algunos), de la diversidad del país. Se apela al trabajo en equipo y a la colaboración, olvidando la multiplicidad de intereses y el profundo conflicto que entre ellos existe. Por último, estos esfuerzos son dirigidos hacia un resultado concreto o en dirección a una respuesta a un problema determinado, sin un diagnóstico previo y compartido.

Para reflexionar sobre una nueva constitución y pensar en un pacto político y social que permita a Chile cerrar sus heridas abiertas, se requieren otro tipo de conversaciones.  Las formas tradicionales de diálogo no sirven, ya que requieren niveles de confianza mínimos, con los que hoy no contamos. Las conductas observadas, a todo nivel durante la crisis social y luego la sanitaria, pulverizó la poca amistad cívica con que contábamos. Por su parte, el poder está fragmentado y falto de legitimidad y por ello nadie, por sí solo, es capaz de movilizar los cambios a los que aspiramos. Por eso mismo, las convocatorias a “expertos” y grupos con cierta visión compartida tampoco ofrecen una solución, en medio de la amplia diversidad y polarización en la que vivimos. Así mismo, conformamos parte de una sociedad en que los adversarios se tratan como enemigos y con ello la pura colaboración es ineficaz.

En este sentido, el análisis de las experiencias de pacificación en naciones azotadas por el abuso, la desconfianza y la violencia, y lo vivido en procesos de diálogo laboral y social en sectores conflictuados en nuestro país, pueden entregar claves para avanzar en la conversación política que necesitamos. Chile reclama un diálogo amplio y multicolor, con presencia de líderes tradicionales y personas representativas de todos los rincones de nuestra sociedad. Es necesario invitar a los pacíficos, pero también a quienes apoyan la violencia, recordando que, entre nosotros, casi la mitad valida la agresión física como método para expresar las demandas sociales, como lo mostró la reciente encuesta Espacio Público-Ipsos. En los métodos, debemos apelar menos al “buenismo” del trabajo en equipo colaborativo tradicional, y estar dispuestos a tener que co-construir con el enemigo. A ello le llamamos coopetencia: cooperar de manera pragmática para imaginar un futuro compartido, sin escandalizarse porque al día siguiente, incluso agresivamente, algunos compitan con sus contrapartes. Por último, la invitación debe ser a una conversación política abierta, a comprendernos mejor, a imaginar en conjunto, Chiles Posibles, antes que plantear verdades absolutas y formular respuestas “expertas”. Ayudarían al proceso preguntas como ¿qué ocurre en el país hoy? ¿a partir de dónde estamos hoy, qué país podría ser Chile en 2025? ¿es posible construir, incluso con nuestros enemigos, un escenario constituyente constructivo? ¿qué podríamos hacer cada uno para que ello ocurriera?

Y así fue como Sudáfrica comenzó a dejar atrás el apartheid, Colombia terminó con una guerra civil, México intenta combatir sus 3 íes: la ilegalidad, la inseguridad y la inequidad, y varios sectores y organizaciones de nuestro país han logrado la pacificación laboral y social construyendo diálogos coopetitivos. Si algo de ello ocurre en Chile, el esfuerzo habrá valido la pena.

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