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17 de Junio de 2020

La lucha contra la desertificación y la sequía

Cuando un territorio es abandonado por desertificación y las recurrentes sequías, pierde su tejido social, el cual es la base para cualquier estrategia de lucha ya que por la gravedad del problema las soluciones individuales no son opciones ni efectivas ni plausibles.

Por Nicolás Schneider Errázuriz
Sequía
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Nicolás Schneider Errázuriz es Fundación Un Alto en el Desierto

Si bien cada 17 de junio -desde el año 1995- se conmemora a nivel mundial el Día de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, esta fecha no goza de gran popularidad: los gobiernos no realizan grandes conmemoraciones, las escuelas tampoco, quizás porque no haya nada que celebrar.

La desertificación es un enemigo silencioso que, según Naciones Unidas, ha llevado a que unas 2.000 millones de hectáreas que antes eran productivas, a nivel mundial, hoy se encuentran degradadas. Este dato explica de manera simple lo que es la desertificación, sinónimo del avance de los desiertos llegando a un tercio de la superficie total del planeta.

Lamentablemente, Chile no se queda atrás en esta crisis planetaria, incluso se encuentra liderando este problema. Casi 7 millones de personas, un 22% del territorio nacional, y 156 comunas del país, según cifras oficiales, se encuentran afectadas por la desertificación muy condicionadas por el cambio climático, lo que está haciendo estragos visibles en territorios olvidados como son los secanos del Norte Chico: parte importante de las regiones de Atacama, Coquimbo, Valparaíso y Metropolitana (Til Til), o en territorios costeros de la Región de O’Higgins en comunas como Litueche, La Estrella, Marchigüe, entre otras, siendo evidente su avance hacia el sur del país.

En estas zonas, y a modo de ejemplo, los terrenos que antes eran productivos para trigo, cebada, legumbres hoy ya no producen debido a una progresiva disminución de precipitaciones y el agotamiento del suelo.

A esto se suma el carácter abierto de la economía nacional sustituyendo productos agrícolas nacionales por importados y la pérdida de sus fuentes de agua por una baja de los niveles freáticos, o por la adquisición de derechos de agua por parte de grandes empresas agroindustriales, forestales o mineras en los mismos acuíferos.

Esto no solo tiene un efecto en términos productivos, tiene un efecto humano. En estos secanos solo va quedando gente de la tercera edad, muy vulnerable, en condiciones de extrema pobreza, convirtiéndose en territorios de abandono para la población económicamente activa y sus jóvenes, quienes no ven oportunidades de tener una vida digna, siendo verdaderos refugiados climáticos, que muchas veces migran y pasan a engrosar los bolsones de pobreza en nuestras ciudades.

Cuando un territorio es abandonado por desertificación y las recurrentes sequías, pierde su tejido social, el cual es la base para cualquier estrategia de lucha ya que por la gravedad del problema las soluciones individuales no son opciones ni efectivas ni plausibles.

Hoy, el país no está haciendo nada que impacte significativamente para frenar la desertificación. Hay miles de diagnósticos acerca de lo que hay que hacer, pero por una extraña razón nunca se aplican.

¿Será que tenga que llegar una tormenta de arena a Santiago para que despierten con el tema de la desertificación? ¿O que los oscuros y críticos escenarios hídricos por parte del World Resources Institute para la Región Metropolitana, de los años 2030 y 2040, sean un aliciente para recién actuar en serio? ¿Seremos tan obstinados que recién cuando no tengamos agua realmente la valoremos?

Mientras se decidan a hacer algo significativo para luchar contra la desertificación y las recurrentes sequías, nosotros seguiremos haciendo un alto al desierto.

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