Realidad “poeiana”
Nuestra juventud se ha comportado como verdaderos “Prósperos”: indiferentes ante la desgracia, planificando fiestas entre el dolor y la muerte y, tal como en el relato de Edgar Allan Poe, introduciendo a la misma enfermedad al interior de sus seguras burbujas.
Benjamín Cofré es Investigador de la Fundación Jaime Guzmán
Imaginar escenarios improbables para generar una crítica contemporánea, esa es una de las misiones de la literatura fantástica, de la ciencia ficción y, por supuesto, del terror. Aún con todo, al tomar un escrito de un destacado autor como Edgar Allan Poe sabemos que, a pesar de lo real de la crítica, el planteamiento expuesto debiese ser irreal, pero a la realidad le encanta superar a la ficción.
Uno de los viajes narrativos de Poe nos lleva al reino del príncipe Próspero, descrito como alguien “intrépido, feliz y sagaz”, quien decide enclaustrarse en una lujosa abadía con otros nobles escapando de la “Muerte Roja”, una peste mortal que asola el planeta. En su cuarentena, y con total indiferencia de lo que ocurre fuera de las gruesas paredes, deciden esperar que todo simplemente se acabe.
Luego de un tiempo encerrados, Próspero tiene la osada idea de realizar una fiesta, una mascarada, un baile con máscaras común en las historias góticas. Siendo injustos con Poe,―y alertando un destripe de la narración―, mientras se realiza la juerga, aparece a media noche un invitado cuyo disfraz le molesta al príncipe Próspero por ser una alegoría a la “Muerte Roja”.
En una persecución catártica en la lectura, Próspero finalmente cae muerto, y el resto de los cortesanos se dispone a descubrir la identidad del asesino. Tras la máscara y el traje no se encontraba nadie, dándonos a entender que era la mismísima muerte que estaba dentro de la seguridad de los muros y, en consecuencia, debido al contacto con el ente viral, caen enfermos los invitados, falleciendo ante la inevitabilidad de la parca.
Nuestra juventud ―“intrépida, feliz y sagaz”― se ha comportado como verdaderos “Prósperos”: indiferentes ante la desgracia, planificando fiestas entre el dolor y la muerte y, tal como en el relato, introduciendo a la misma enfermedad al interior de sus seguras burbujas, a sus hogares y a sus cercanos.
Las fiestas clandestinas en las diferentes comunas del país, o las apabullantes esperas masivas por comprar un calzado nuevo, o para ingresar a parques de diversión, son expresión de que, a pesar de las advertencias, poco se colabora en mantener protocolos sanitarios, cuya contraparte es un Estado cada vez más exigente, que ha resuelto tomar medidas más restrictivas de nuestras libertades.
Quizás Poe fue inspirado por la juventud de su época respecto de la tuberculosis que, recordemos, le quitó a Poe al amor de su vida y a gran parte de su familia. La realidad nos dice que, al igual que al final del texto del autor norteamericano, la felicidad, la alegría y la algarabía hoy parecen cesar… “y las tinieblas, y la ruina, y la Muerte Roja tuvieron sobre todo aquello ilimitado dominio”.