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23 de Abril de 2021

¿Y si le ofrecemos a Elon Musk la nacionalidad y lo llevamos a la Constituyente?

Musk nos muestra que es posible que los empresarios no se dediquen sólo a hacerse ricos en base a la explotación de recursos naturales o a especular con empresas creadas por otros, y también que quienes pisan otro país en busca de mejores oportunidades, pueden ser visionarios que pueden abrir nuevas oportunidades para el desarrollo.

Por Ricardo Neira
La Convención Constitucional no debe dejar de lado el debate sobre el futuro y revolución industrial 4.0. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Ricardo Neira

Ricardo Neira es Ingeniero civil

Cada día me asombro más con la historia de Elon Musk, uno de los hombres más ricos del mundo, físico, emprendedor por naturaleza, cofundador de múltiples empresas, pero -por sobre todo- un visionario con la mirada puesta en el futuro. Y cada día me pregunto, con horror, cuántos Elon Musk habrán nacido en nuestro país y se estarán dedicando a ser choferes de Uber porque nuestras políticas sociales, culturales, educacionales, industriales, científicas y tecnológicas no les dan la oportunidad de soñar y crear.

Pero, ¿quién es Elon Musk? Nacido en Sudáfrica, en 1971, desde pequeño mostró gran curiosidad por la programación, logrando en la década de 1980 vender un programa de videojuego por 500 dólares a la revista PC and Office Technology. Tal vez esto marcó en alguna forma su camino, llevándolo a considerar, desde muy joven, que los grandes desafíos a enfrentar son la Internet, las energías renovables y el Espacio, y, en consecuencia, a apostar fuerte por fórmulas disruptivas, que a la postre son las que le han dado los réditos más elevados.

Valga un paréntesis para decir que, en paralelo, en Chile, en la década de 1980 se levantaban iniciativas para enseñar el programa Logo —sistema pionero para aprender programación y muy fácil de entender—, las que (seguramente se asombrarán) no prosperaron.

A principios de la década del 90′, Musk terminó sus estudios de economía y física en la Universidad de Pensilvania gracias una beca. Poco después, como inmigrante con visa temporal en Estados Unidos, junto a su hermano Kimbal —que estaba ilegalmente en ese país—, crean la compañía Zip2, un proyecto que se anticipó a lo que hoy conocemos como Google Maps. Ambos vivían en la oficina de Zip2, de 36 m2, y se duchaban en un establecimiento de la YMCA.

A fines de la misma década, venden la compañía y Elon recibe 22 millones de dólares, parte de los cuales destina a la creación de X.com, génesis de PayPal —por todos conocida—, continuando con su objetivo de invertir siempre en empresas tecnológicas, disruptivas, con una mirada empresarial moderna, no rentista o de extracción de recursos naturales, como pudiera haber hecho en su Sudáfrica natal, sin llamar la atención de nadie.

En 2002 Ebay compró PayPal por 1.500 millones de dólares, lo que trajo a Musk una ganancia de 180 millones de dólares, lo que le dio los recursos necesarios para iniciar la creación de empresas insertas en las áreas de su interés: Internet, las energías renovables y el espacio. Así, funda las compañías que tanto éxito le ha deparado, como SpaceX, StarLink, Tesla, SolarCity, Halcyon, Tesla Energy, Neuralink, OpenAI, entre otras. Y, con el paso de los años, Elon Musk no deja pasar oportunidad de invertir en sectores de futuro tan diversos como la inteligencia artificial, la biotecnología y el software.

Pero no es un inversor cualquiera, no compra para vender y simplemente llenarse los bolsillos, sino que invierte con la mirada puesta en construir el futuro. Desde la carrera espacial, con SpaceX, construyendo cohetes propios y naves para misiones espaciales, manteniendo una estrecha colaboración con la NASA; pasando por la construcción de vehículos eléctricos con Tesla Motors, que en 2010 ya superaba a automotrices clásicas como Ford y General Motors en el mercado bursátil, lo que le ha significado entrar con fuerza al mercado mundial, tocando hasta el mercado automotriz de China —donde prohibieron a sus funcionarios que utilizan sus automóviles por supuesto espionaje de sus movimientos—; por la construcción de trenes de altísima velocidad con Hyperloop; por la fabricación y venta de productos que funcionan con energía solar, como paneles y baterías (de litio) con SolarCity; y por la inteligencia artificial, con Neuralink, que se ha hecho famosa en el mundo con la noticia de que han implantado un chip inalámbrico en el cerebro de un mono que le permite jugar a un videojuego con la mente. Además, Elon Musk apuesta fuerte por la consolidación de los bitcoins como moneda al anunciar que en los próximos meses sus autos Tesla podrán ser adquiridos con ellos.

Pero sus desafíos no se quedan allí. Starlink entregará Internet a todos los lugares que no pueden obtener conectividad de la forma tradicional —incluyendo al sur de Chile a fines de este año—, transformándose en la primera compañía en ofertar altas velocidades y bajas latencias. Esto se logrará con la órbita de 42 mil satélites alrededor de la Tierra. Sin embargo, no estará solo y tendrá una fuerte competencia de Omnispace. Valga señalar que en este proyecto, Musk se enfrenta a la Rusia de Vladimir Putin, quien amenaza con aplicar multas de hasta 13.500 dólares a las empresas que utilicen los servicios de Starlink.

Igualmente, Musk también ha incursionado en la educación, creando su propio modelo educativo en el colegio Ad Astra, donde tiene como principios que la educación debe adaptarse a los niños, a sus aptitudes y habilidades; que se debe enseñar cómo resolver problemas, poniendo el enfoque en el problema y no en las herramientas; y donde no se olvida, sino que se da mucha importancia a temas como la ética, que se debate en forma de escenarios reales que se les plantean a los estudiantes.

Este resumen de la vida de Musk nos muestra que es posible que los “empresarios” no se dediquen sólo a buscar fórmulas para hacerse ricos lo más rápido posible en base a la explotación de recursos naturales no renovables y a la venta de materias primas, o a especular con empresas creadas por otros, a robar ideas o a coludirse para obtener pingües ganancias a costa de consumidores sin opción. Y también, que es posible que quienes pisan otro país en busca de mejores oportunidades no sean “personas de segunda clase”, “delincuentes” o “gente que viene a quedarse con el trabajo de los nacionales”, sino realmente emprendedores y posibles visionarios que pueden abrir nuevas oportunidades para el desarrollo humano.

Y cómo no preguntarse por qué, en el país de la libre empresa y el “emprendimiento”, se tiende a colocar más barreras que ayudas, más limitaciones que impulsos, con dirigentes políticos, empresariales y sociales llenos de miopías tecnológicas y de futuro. ¿O será, simplemente, que estamos acostumbrados a mirar el futuro a través de los espejos retrovisores?

Ya es tiempo de que nos sentemos al volante y usemos el mejor parabrisas, a que aspiremos —entendiendo que tenemos muchas urgencias que se deben enfrentar para modificar las grandes desigualdades y falta de oportunidades que asolan a nuestra sociedad, y que día a día se siguen profundizando—, a que junto con buscar fórmulas para que podamos construir una sociedad más justa y digna para todos y todas, la próxima Convención Constitucional no deje de lado el debate sobre el futuro, sobre la nueva revolución industrial 4.0 que ya se ha iniciado, las transformaciones que ella traerá al mundo del trabajo, y las oportunidades que la inversión en ciencia y tecnología pueden abrir.

Lamentablemente, estas temáticas no están presentes ni en los discursos de los candidatos presidenciales ni en los de los candidatos a la Constituyente. Entonces, cómo no soñar con que un inmigrante como Elon Musk pudiera tentarse de hacerse chileno y participar en la elaboración de nuestra nueva Constitución.

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