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25 de Abril de 2021

SOS Tierra

Ojalá que en 50 años más digamos, este fue el momento en que enmendamos el rumbo y actuamos como se debe frente a una madre, respetándola y cuidándola, la Madre Tierra.

Por Juan Pablo Glasinovic Vernon
La oportunidad de este hito debiera impulsar el progreso de los objetivos para la COP 26 en noviembre. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic Vernon

Juan Pablo Glasinovic Vernon es Abogado

Este jueves 22 se conmemoró el Día de la Tierra. Su denominación oficial es Día Internacional de la Madre Tierra, y se instauró en 1970 a instancias del senador demócrata estadounidense Gaylord Nelson, preclaro testigo de la crisis ambiental mundial en ciernes, para crear una conciencia común a los problemas de la sobrepoblación, la contaminación, la conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales y en definitiva para proteger nuestro hábitat.

Medio siglo después, el sentido de urgencia estuvo presente en esta fecha, con una cumbre virtual para el clima, convocada por el presidente Biden y a la cual concurrieron 40 jefes de Estado y gobierno, incluyendo a los países más relevantes. También participó el Papa Francisco, quien llamó a no perder tiempo en evitar una catástrofe global.

El encuentro duró 2 días y fue la cumbre virtual más masiva realizada hasta la fecha, debiendo hacerse cargo, en ese formato, de una infinidad de encuentros y conversaciones en paralelo a la agenda oficial, como suele suceder en el contexto de estos eventos multilaterales.

La cumbre se anota varios éxitos importantes. En primer lugar, es una confirmación de la absoluta prioridad que le ha asignado Biden a la lucha contra el calentamiento global, tanto en su agenda doméstica como en a nivel internacional. Recordemos que una de sus primeras designaciones al asumir, fue la de John Kerry como delegado presidencial para el clima. Simultáneamente tomó una serie de medidas como la de reintegrar a EEUU al Acuerdo de Paris y suspender el proceso de concesiones de extracción de hidrocarburos en las tierras federales. A lo anterior se adicionan 2 paquetes nacionales de ayuda y estímulo económico que suman 4 trillones de dólares y uno de cuyos pilares es la variable ambiental, especialmente en lo que se refiere a la generación y transmisión de energía, el transporte, el sector inmobiliario y la infraestructura. El objetivo es que estos recursos federales y estaduales sean funcionales a inducir y acelerar cambios profundos en los sectores reseñados, de manera de catapultar al país a la primera línea de la sustentabilidad, al mismo tiempo que potencia su liderazgo en la nueva economía. Cuando se aprobó el último paquete en marzo, Biden dijo “si actuamos ahora, en 50 años la gente mirando hacia atrás dirá: ese fue el momento en que Estados Unidos ganó el futuro”.

Otro mérito del encuentro es haber reunido a los líderes de las principales potencias, a pesar del contexto pandémico y las tensiones y malas relaciones que existen entre algunas, especialmente entre EEUU y China y Rusia. Biden enfatizó desde el inicio que la lucha contra el cambio climático es un tema que requiere de la cooperación de todos, de ahí que podía abordarse colaborativamente por una cuerda separada. De hecho, esto posibilitó el primer encuentro entre Biden y Xi Jinping. También participó Putin.

En lo que se refiere a los resultados, la intención de Biden, en consonancia con otros países, fue acelerar los compromisos bajo el marco del Acuerdo de Paris y elevar el nivel de ambición de las partes. Para ello, EEUU se comprometió a reducir al 2030 sus gases de efecto invernadero en un 50% respecto de las emisiones del 2005. Por su parte, la Unión Europea anunció su intención de ser “el primer continente carbono neutral” al 2050, con la novedad de que este objetivo quedará por primera vez refrendado en una ley del Parlamento Europeo y de los parlamentos de los estados miembros. Otros participantes como Japón, Canadá y el Reino Unido también incrementaron la ambición de sus procesos de descarbonización. Este último país será sede en noviembre de la nueva reunión de las partes del Acuerdo de Paris (COP 26 en Glasgow).

China, la principal fuente de las emisiones de carbono del mundo y el último actor relevante en comprometerse con una fecha para llegar a la neutralidad (2050), mantuvo su posición, invocando que su industrialización más tardía ameritaba un plazo distinto. Reiteró entonces su compromiso de alcanzar el peak de emisiones al 2030 para después contraerlas a cero en 2 décadas.

Brasil, país que tiene el principal pulmón del mundo con la porción mayor de la Amazonía y que, con Bolsonaro, retomó una desenfrenada deforestación, se mostró abierto a revertir el proceso, dejando eso sí bien en claro que la comunidad internacional deberá contribuir financieramente a la protección y ampliación de la selva amazónica. El ministro del ambiente brasileño dijo que su país presentó a EEUU un plan ejecutable a 12 meses, que en ese período podría cambiar la actual tendencia, con sus requerimientos monetarios.

Aunque a la fecha solo un tercio de los 200 signatarios del Acuerdo de Paris ha respondido a los llamados de incrementar su reducción de emisiones, esta cumbre deja un balance positivo al alinear en un nivel de ambición mayor a un grupo influyente de países, encabezados por EEUU y la Unión Europea. La oportunidad de este hito debiera impulsar el progreso de los objetivos para la COP 26 en noviembre, el próximo encuentro multilateral.

El presidente Biden ha arrojado todo el peso de su país y su sello personal en esta carrera contra el tiempo. Su apuesta es que ello no solamente signifique un punto de inflexión en el esfuerzo multilateral contra el calentamiento global, también apunta desde esta plataforma a recuperar el liderazgo político y económico de su país en el mundo. En un complejo contexto general, el tema ambiental es uno de los pocos que puede convocar a todos, y por eso puede ser para EEUU un “fast track” para recuperar influencia. Además, requerirá una completa transformación de nuestro sistema productivo y de los patrones de consumo, lo que abre inmensas oportunidades para aquellos que desarrollen tempranamente tecnologías, servicios y productos de mínimo impacto ambiental. Con un gran soporte financiero y un activo rol estatal, confía, en primer lugar, en acelerar y expandir radicalmente la transformación económica estadounidense, para desde ahí contribuir a definir las características del nuevo modelo económico y productivo mundial, posicionando en la primera línea a sus empresas.

En el plano interno, también polarizado y dividido, Biden espera emular una suerte de “New Deal” de F D Roosevelt con la bandera ambiental, en lo que ha denominado el “Green New Deal”. En esa lógica, el plan de Roosevelt sacó del país del marasmo y profunda crisis en la cual se encontraba, para convertirse en la principal potencia del mundo y un faro de la democracia y libertad (más allá de numerosas contradicciones en su conducta doméstica y externa). 90 años después, Biden quiere replicar esa dinámica, pero esta vez en un contexto mucho más complejo y apremiado por una circunstancia supranacional y transversal: la amenaza de destrucción de nuestra única y común casa: la Tierra.

Pero más allá de las intenciones e iniciativas de los distintos gobiernos en el mundo, cuáles más o menos comprometidos con este urgente objetivo, la pregunta realmente apremiante y determinante es ¿qué estoy haciendo para evitar un cambio climático irreversible con sus gravísimas consecuencias? Igualmente urgente es la acción como respuesta. Ojalá que en 50 años más digamos, este fue el momento en que enmendamos el rumbo y actuamos como se debe frente a una madre, respetándola y cuidándola, la Madre Tierra.

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