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11 de Julio de 2021

Globalización versus regionalismo: Mercosur y Alianza del Pacífico

Por alguna razón en América Latina no hemos podido avanzar decididamente en materia de integración. La pandemia ha dejado en evidencia que morimos solos, pero que podemos salvarnos juntos y aún así no estamos dando el ancho, como lo demuestran las crisis del Mercosur, de la Alianza Pacífico, a lo que se suma Prosur, criatura que nació moribunda.

Por Juan Pablo Glasinovic
El Presidente Sebastián Piñera, junto al mandatario colombiano, Iván Duque, realizan una declaración conjunta luego de encabezar la XV Cumbre de la Alianza del Pacífico en 2020. AGENCIA UNO/ARCHIVO
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Juan Pablo Glasinovic

Juan Pablo Glasinovic es Abogado

Como sabemos, la pandemia ha desatado y profundizado una serie de fenómenos y fuerzas en los más diversos ámbitos. En lo económico, el modelo de globalización dominante, caracterizado por la amplia libertad de comercio, financiera y de las inversiones, ha comenzado a modificarse hacia un nuevo esquema, en que se supone que lo regional cobrará mayor prominencia.

El propio artífice del modelo económico imperante, Estados Unidos, bajo la presidencia de Donald Trump realizó un pronunciado viraje hacia el proteccionismo, inspirado en el neomercantilismo. Esto implicó, entre otros aspectos, retirarse de ciertas negociaciones de liberalización comercial y renegociar tratados considerados lesivos para su país, notoriamente el NAFTA. A lo anterior se sumó una guerra comercial con China, y el recurso al alza de aranceles y restricciones a las importaciones respecto de varios países, que fueron considerados como competidores desleales.

Esta reversión parcial respecto de la política impulsada en las últimas décadas no será un interludio pasajero. Todas las iniciativas económicas del presidente Biden apuntan a fortalecer el mercado interno. La diferencia está en que el énfasis estará puesto en los incentivos, más que en imponer trabas al comercio. En esa línea, el gasto fiscal pretende ser un gran catalizador del crecimiento doméstico.

Las fuerzas antiglobalización, que venían creciendo políticamente, saborearon sendos triunfos con el Brexit y la victoria de Trump y se han convertido, si es que no en el elemento preponderante, al menos en uno influyente en muchos países. Su influencia se ha instalado también en la cultura dominante, siendo ahora mucho más atractivo ser contrario a la globalización que ser favorable a ella. Sin duda, que ha contribuido a esto la crisis ambiental agudizada por el propio modelo de producción y consumo, así como la ampliación de la inequidad derivada del mismo.

Esta readecuación política y cultural, además de la alteración de ciertos principios y lógicas económicas, está generando cambios en los flujos de producción, comercio y consumo. Esto debiera empujar la relocalización productiva, acercándose a los consumidores, con cadenas logísticas regionales más sustentables y menos expuestas a todo tipo de contingencias.

Esta tendencia en curso coexiste con la dinámica global que, aunque experimentará modificaciones, se mantendrá como consecuencia, entre otras cosas, del desarrollo tecnológico y el predominio de la economía digital.

En este escenario dual, el desafío es consolidar bloques de países que sumen mercado, volviéndose atractivos en el contexto global como socios comerciales y para la inversión. En esa línea, hay una amplia gama de integración, que va desde un mercado común hasta uniones aduaneras, y también acuerdos de libre comercio plurilaterales, como el CPTPP o TPP11 en los cuales hay homologación de normas de origen e incluso acumulación de origen, además de definir estándares comunes.

En este proceso de reconfiguración, América Latina lamentablemente se está quedando atrás. En vez de profundizar su integración, está sometida a fuerzas centrífugas. Es cosa de ver cómo están el Mercosur y la Alianza del Pacífico. Esto obedece tanto a razones económicas como a causas políticas.

En lo que se refiere a los factores económicos, están la persistencia de un modelo exportador basado en las materias primas, así como la dependencia extra regional para vender sus productos y adquirir los bienes de mayor valor agregado.

Vender minerales y productos agrícolas que prácticamente no tienen ningún tipo de transformación, no genera incentivos para integrarse con otros que hacen más o menos lo mismo.

Respecto de los destinatarios de nuestras exportaciones, las últimas dos décadas han catapultado a China como el principal socio comercial de buena parte de los países de la región, concentrando un tremendo poder de compra de materias primas, con todo lo que ello significa por su incidencia en los precios, y los graves efectos que pueden resultar de una súbita disminución de la demanda.

El Mercosur, una unión aduanera imperfecta, ha experimentado esta tensión en forma particularmente intensa. China es actualmente el primer socio comercial de Brasil, Argentina y Uruguay (Paraguay no tiene relaciones diplomáticas con China) y el destino del 25% de las exportaciones del bloque.

El trigésimo aniversario del Mercosur encuentra al bloque con una disminución sostenida del intercambio entre sus socios, en desmedro de mercados externos, y a sus miembros enfrentados respecto del rumbo que debe tomar el bloque. Ya en cumbre del primer semestre bajo la presidencia argentina se produjo un duro intercambio entre los presidentes Fernández y Lacalle respecto de la autonomía de las partes para suscribir acuerdos comerciales, y el nivel del arancel externo común. Los acuerdos del Mercosur impiden negociar individualmente, a menos que todos los otros accedan. La posición del presidente Fernández es que abrir la puerta a las iniciativas individuales terminará siendo un golpe mortal para el bloque. Por su parte, uruguayos y brasileños consideran que el Mercosur se está convirtiendo en una camisa de fuerza y que sigue siendo demasiado proteccionista, lo que atenta contra un mayor intercambio interno, al mismo tiempo que le resta protagonismo a escala global.

En la cumbre de hace unos días, en la cual Argentina traspasó la presidencia del bloque a Brasil, se amplió la grieta que había surgido previamente. Uruguay anunció que buscará suscribir acuerdos comerciales por su cuenta, sin que ello signifique debilitar el Mercosur, porque considera que son dimensiones complementarias y que esto es parte de una adaptación realista. Brasil indirectamente secundó esta escisión, al criticar la falta de progreso relevante en la liberalización arancelaria bajo la presidencia argentina. El presidente Fernández insistió que se deben respetar los acuerdos y que, no hacerlo, afectará gravemente el proceso de integración. También dijo que el bloque ha sido exitoso en promover el comercio intraindustrial y que la unidad es el único camino para avanzar en esa dimensión de agregar valor a las exportaciones.

El Mercosur se encuentra desgarrado porque no está satisfaciendo las expectativas de sus miembros. Su estructura se ha visto sobrepasada por los cambios a nivel global. De ser un potenciador del intercambio, se ha convertido en una limitación a la expansión comercial y para las inversiones.

A las causas económicas reseñadas, se suma la falta de consenso político de sus líderes de un tiempo a esta parte, lo que ha entrabado las reformas necesarias.

Cuando el Mercosur concluyó las negociaciones con la Unión Europea y suscribió un acuerdo de libre comercio, parecía que el bloque renacía y se proyectaba a un nuevo nivel, pero lamentablemente el tema ambiental y la posición de Bolsonaro al respecto lo dejaron en el congelador. Los acontecimientos posteriores, incluyendo la pandemia y el fortalecimiento de la posición antiglobalización en los parlamentos, le otorgan pocas posibilidades de ser ratificado en el futuro próximo.

Si el bloque no se somete a reformas urgentes, que incluyan la disminución de su arancel externo común y desmantelar una estructura creciente de excepciones, que no solamente perforan el arancel externo común, sino que generan áreas sobreprotegidas respecto del resto estimulando ineficiencias, lo que en definitiva perjudica a los consumidores e inhibe el crecimiento, será una estructura más, en la historia de la integración regional. El bloque debe recuperar su atractivo para las partes y respecto de terceros, y eso pasa, en mi opinión, por una mayor apertura, además de revitalizar su diálogo político.

Por el lado de la Alianza del Pacífico, que representaba un aire fresco en iniciativas de integración, anteponiendo la dimensión económica al dirigismo político de otros intentos, como el propio Mercosur, el bloque se encuentra en estado anémico. Ha quedado en evidencia que no es posible separar lo económico de lo político, ahora que México con el presidente López Obrador y Colombia con el presidente Duque prácticamente se han retirado de la instancia para atender sus asuntos internos. Perú y Chile que sostuvieron durante un tiempo el esfuerzo, se encuentran también atravesando complejas turbulencias internas, restando fuerza a su rol conductor, no siendo suficiente el esfuerzo privado para compensar.

Por alguna razón en América Latina no hemos podido avanzar decididamente en materia de integración. La pandemia ha dejado en evidencia que morimos solos, pero que podemos salvarnos juntos y aún así no estamos dando el ancho, como lo demuestran las crisis del Mercosur, de la Alianza Pacífico, a lo que se suma Prosur, criatura que nació moribunda.

Este desafío interpela a nuestros liderazgos y, mientras no lo resolvamos, seguiremos siendo el “patio trasero” de otros. Mientras tanto, el proceso de reconfiguración mundial sigue su curso implacable y como siempre, los primeros en posicionarse serán los más beneficiados.

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