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21 de Agosto de 2021

Un frente complicado: el narco

El próximo Gobierno, sin dudas, debe darle tratamiento preferencial esta lacra. No existe forma de extirparla; pero sí debe existir método para que deje de significar un peligro tan flagrante para la sociedad.

Por Tomás Szasz
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Para la próxima administración que tome el mando de Chile en marzo de 2022, una de las más importantes tareas – sin duda entre las primeras – será enfrentar y debilitar a las organizaciones de droga en Chile. Su importancia real escapa a la atención del público: es mucho más influyente en nuestros espectros económico y moral de lo que aparece; según InSightCrime, organización especializada en narcotráfico internacional, es la que más complica el futuro de Chile.

Sin tener cifras de la droga que se produce en, o ingresa a, o se transforma, se consume, o se exporta de Chile, se sabe que su papel es decisivo tanto en el país como en la participación de organizaciones narco chilenas con nada menos que colombianas, bolivianas, peruanas, europeas, del Medio Oriente y del Pacífico. Y su negocio está estrechamente relacionado con el exitoso tráfico de armas, la dispersión y financiamiento del terrorismo y subversión, el control de gobiernos – o sea países enteros – y grandes organizaciones internacionales.

Su poder es el inconmensurable capital del que dispone. Nada en el mundo mueve tanta plata que el narcotráfico. Nada en el mundo genera el porcentaje de beneficios que la droga. Desde la producción, comenzando en selvas con mano de obra casi gratuita, siguiendo en laboratorios de última tecnología, llegando al consumidor por las más inimaginables vías, es el comercio que menos – es decir, cero – impuestos paga y al mismo tiempo más “empleos” produce en nuestro mundo de hoy. Y sus ingresos proceden de los bolsillos de miles de millones de consumidores; ventas “al por menor” a clientes que, una vez probado el producto, están fatalmente atados a su adquisición.

Su crecimiento e influencia en otros tipos de crímenes es evidente: las ya innumerables pandillas, barrios violentos, balaceras, fuegos artificiales, fiestas y entierros en medio de tiroteos, territorios donde la autoridad no puede, no se atreve o no quiere entrar. El narco-crimen crece a la sombra de tanto barullo político y sanitario post 18/O y pre 21/11 sin que se le dé la inmensa importancia que tiene. El narco chileno ya se globalizó mediante su conexión con proveedores, intermediarios, receptores de medio mundo e incluso, últimamente, también hay productores chilenos con última tecnología.

¿Cómo pudo crecer tanto y tan rápido? Enumeraré cosas y causas que se me ocurren: nuestras fronteras con dos de los grandes países productores de droga están con un control tan vulnerable que casi cualquiera puede cruzarlas sin ser detectado; la descontrolada y -hace poco- amparada inmigración no trajo solo refugiados políticos o gente en busca del paraíso chileno sino agentes de subversión, organizadores expertos en el narcotráfico mundial y delincuentes que operan más seguros o impunes que en su país de origen; la corrupción creció tanto porque el crimen organizado invirtió y sigue invirtiendo mucho dinero en ella: funcionarios corruptos de toda gama cooperan con, o por menos cierran los ojos ante la entrada de drogas y armas, su distribución y exportación; la justicia chilena condena por año no más de una docena de delincuentes vinculados al narco y sus bajas penas los dejan sueltos en un tiempo breve; -no existe una fuerza especial que combata específicamente ese crimen organizado: lo hacen, entre otras funciones, el OS7 y el PDI que no tienen ni tiempo, ni suficiente preparación, ni una inteligencia adecuada para controlarlo; -los laboratorios clandestinos funcionan en lugares, generalmente poblaciones, que están bajo control y tutela paternal del narco, vistiéndose de una capa protectora con los mismos habitantes, que actúan bajo amenazas y/o atraídos mediante suministro de bienes.

No caben dudas sobre su férrea asociación con la subversión, el terrorismo y los movimientos políticos que pretenden derrocar la democracia. Al igual que los carteles de droga colombianos con las FARC, los venezolanos con la GNB y la MNB, o los bolivianos con las Milicias Amadas de Pueblo, los movimientos subversivos chilenos también son alimentados por la droga local. Basta el ejemplo de Temicuicui: ni siquiera las fuerzas de orden se animan a entrar a uno de sus sagrados territorios. ¡Cómo es posible que ni con tanquetas logren hacer una detención, sino que retroceden ante los balazos de narcos! A la extrema izquierda le viene al dedillo esa “cooperación”, ¿se acuerdan que los delincuentes son la primera línea, la carne de cañón de la revolución? Creen que una vez en el poder la aniquilarán; pero hasta ahora, donde triunfó, la que realmente tiene el poder es el narco.

Ahora bien, una cosa es clara: no hay venta sin demanda. Si la venta crece exponencialmente, es porque la demanda así lo permite o, más aún, exige. Cito textualmente una parte de lo publicado por Conace: “17,5% de la población urbana del país de 12 y más años había consumido marihuana, cocaína o pasta base alguna vez en su vida; 5,3% lo había hecho el último año y un 2,2% el último mes. Un 44,5 % de los individuos que habían consumido el último mes marihuana, pasta base, cocaína y/o solventes volátiles cumplían con criterios internacionales de dependencia”. ¡Y estas cifras se refieren al año 1998!

Senda revela en enero de 2018 solo sobre la marihuana: “El alza más significativa se manifiesta en la población adulta de 19 a 34 años, alcanzando un 33,3% de personas que la han consumido en el último año.”.

Ahora, si pasamos a la cocaína, según la OEA en 2019 “el 30% de los jóvenes estudiantes de enseñanza media chilenos reconoce consumir marihuana. Respecto a la cocaína, los chilenos secundarios superan el 4%”. ¿Y cómo estamos hoy, en agosto de 2021? Nadie sabe, pero sin duda alguna mucho peor.

No sigo citando cifras: están a disposición de todos en internet. Solo es una pequeña muestra de lo que pasa en el país, advertencia sobre el tremendo peligro que corre nuestro futuro por el aumento del consumo. Muestro la demanda que el narcotráfico supo pronosticar y está impulsando con cada vez más fuerza y éxito. Y no hay estrato en nuestra sociedad que se salve. Cuando el precandidato Joaquín Lavín propuso a los políticos someterse a una prueba de consumo, no escuchamos una sola respuesta al llamado.

El próximo Gobierno, sin dudas, debe darle tratamiento preferencial – y si es que no solucionar, por lo menos frenar, disminuir drásticamente – esta lacra. No existe forma de extirparla; pero sí debe existir método para que deje de significar un peligro tan flagrante para la sociedad. Se intensificó a un grado nunca visto la delincuencia callejera, aumentó de golpe la criminalidad con extrema violencia de malhechores nuevos, muchos de ellos menores de edad, enceguecidos por la droga y usando todo tipo de armas; armas “importadas” por el narco.

La creación de una fuerza antidrogas especial, operando en total cooperación con otras fuerzas del orden es un “must”, una obligación urgente. Debe tener inteligencia y atribuciones especiales, formarse mediante entrenamiento por semejantes fuerzas ya existentes en el mundo. La educación debe explicar desde temprana edad no solo el daño de salud que ocasionan los estupefacientes, sino también sus consecuencias en la sociedad. Las penas por su manejo deben ser drásticas y los juicios eventualmente manejados en tribunales especiales. Esa institución, al mismo tiempo, debe planificar sus acciones especialmente con otra fuerza antiterrorista, que también es menester de instaurar. No podemos seguir viviendo en terror, siendo dependientes del narco.

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