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9 de Diciembre de 2021

Negacionismo económico

En estos dos años pandemia, nuestros legisladores y comunicadores, en vez de ayudar a encauzar desde su rol la crisis política, sanitaria y social, optaron por aprovecharse y beneficiarse de ella.

Por Erick Rojas Montiel
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Erick Rojas Montiel

Erick Rojas Montiel es Periodista político y económico

El divorcio entre la política y economía le ha hecho un tremendo daño a nuestro país en el último tiempo, especialmente, a nuestros trabajadores, pequeños empresarios y pensionados.

La suerte de negacionismo económico que reina en Chile nos ha llevado a una serie de discusiones bizarras, impensadas, y que han abierto la puerta a los anti expertos del mundo político y de las comunicaciones, que, en tiempos de populismo, se autoconvencieron que son los llamados a empujar soluciones que generan más daños que beneficios, ninguneado, cuestionando y prescindiendo de un mínimo rigor técnico.

En estos dos años pandemia, nuestros legisladores y comunicadores, en vez de ayudar a encauzar desde su rol la crisis política, sanitaria y social, optaron por aprovecharse y beneficiarse de ella. No pocos se erigieron embajadores de los pánicos morales de la ciudadanía y se transformaron en paladines de las causas sociales, enemigos declarados de un sistema político y económico que no cumplió sus promesas, que no dio el ancho, y que, por lo tanto, a su juicio, no merece ser tomado en cuenta, salvo como objeto de crítica. 

La aplastante victoria del Apruebo solo vino a amplificar esta discusión polarizada y profundizó una lógica refundacionista, en nombre de lo colectivo y lo ciudadano, dejando fuera de la conversación pública a los economistas, que durante décadas fueron considerados en Chile como una suerte de “oráculos” y “consejeros de la realeza republicana” en cada una de las políticas públicas económicas y sociales que se implementaron en el país en las últimas cuatro décadas. No había que creerles a raja tabla, pero tampoco anularlos del debate. Pero hoy, en tiempos de la tele-política y de las redes sociales, no hay espacio para los técnicos, sino para filibusteros dispuestos a todo para conseguir el aplauso y el voto fácil.

Es en este contexto en donde el parlamentarismo de facto ha hecho de las suyas y, gracias a su mayoría circunstancial, ha puesto contra la espada y la pared a un régimen presidencialista, que ha sido incapaz de frenar la avalancha de políticas populistas, como los tres retiros del 10% de los fondos de pensiones.

Una breve reflexión. Algunos han dicho que los retiros han sido una política reactivadora en Pandemia, otros que el Gobierno se demoró mucho y, por lo tanto, no quedaba otra alternativa que apoyar esta mala política pública. Argumentos siempre habrá para cualquier cosa. Pero lo cierto es que nuestros representantes políticos nos hicieron pagar de nuestro bolsillo el costo de la crisis y de paso, financiar sus campañas. Lamentablemente ese daño previsional nunca será reparado completamente.

Es verdad, todos tenemos necesidades urgentes, pero es deber del Estado ir en ayuda de aquellos que menos tienen y/o de quienes se encuentran pasando por una situación compleja, como consecuencia o en el contexto de la Pandemia. Otra cosa muy distinta es que nos obliguen a usar nuestro ahorro previsional los que quieren acabar con un sistema por una revancha política y que después las pensiones las pague Moya.

Afortunadamente no estuvieron el viernes pasado los votos en la Cámara de Diputados para aprobar el cuarto retiro, lo que tranquilizó a los mercados y, seguramente, beneficiará a aquellos que, producto de esta situación, no habían podido acceder a un crédito para una vivienda. Pero, como en tiempos de populismo todo vale, los mismos de siempre ya ingresaron un nuevo proyecto de retiro del 10%.

Desde el Gobierno están tratando nuevamente de empujar la reforma corta al sistema de pensiones y seguramente, por un tema ideológico y de miope interés político, difícilmente avanzará durante este periodo legislativo que termina el 31 de enero próximo.

Volvamos al daño previsional que generaron nuestros honorables a millones de chilenas y chilenos. Pasará mucho tiempo, si es que alguna vez se logra, para que los chilenos recuperemos los recursos que teníamos acumulados y la rentabilidad futura que esos recursos hubiesen generado. Se sabe, que el Estado, en Chile y en el mundo, no es capaz de soportar la pesada mochila fiscal que significan los sistemas de reparto o las fórmulas que contienen un alto y creciente componente estatal. Por otra parte, muchas empresas tampoco pueden resistir fuertes aumentos en el costo de contratación, por lo que se deben avanzar en reformas graduales y realistas.

Se requiere una reforma equilibrada, que afecte lo menos posible a las pequeñas y medianas empresas, al empleo, al crecimiento y a la inversión extranjera. Una reforma que frene los intentos parlamentarios por desfondar el sistema privado de pensiones. Al contrario, lo que se necesita es incentivar el ahorro privado, y si eso pasa por cambio profundo en la administración del sistema, que no eleve los costos por un sesgo político, bienvenido sea. El desafío entonces está en el ampliar en monto y cobertura el primer pilar, minimizando las distorsiones y generando mayores incentivos para el ahorro para pensión. Las pensiones no se suben con promesas, las pensiones se suben con medidas concretas que aumenten la asistencia estatal y, al mismo tiempo, el ahorro obligatorio y voluntario de las personas.

La economía es un círculo virtuoso que con los incentivos y regulaciones correctas promueve el crecimiento y el desarrollo inclusivo de los países. Pero que con políticas erradas y un marco regulatorio anacrónico, con cargas tributarias excesivas, puede convertirse en un círculo vicioso que termina por asfixiarla.

Hoy nuestra economía se encuentra sostenida por el consumo, como consecuencia de las ayudades estatales, a través del IFE, y de la liquidación de un monto relevante del ahorro privado que administran los fondos de pensiones, debido a los tres retiros del 10%. El retiro de estos estímulos transitorios, anticipan un frenazo en la actividad para los próximos meses y la alta posibilidad de que caigamos en una recesión.

De ahí la importancia de que nuestros legisladores promuevan políticas públicas responsables y sustentables, que tengan una mirada sistémica, que no atenten contra la salud de nuestra economía, que beneficien al mayor número de personas y que no generen al final del día más daños que beneficios. 

A casi 10 días del balotaje es positivo que nuestros candidatos presidenciales, dejando sus posiciones extremas de lado, hayan comenzado a apostar por el centro y es una mala noticia que el candidato de la izquierda, pese a la recomendación de sus asesores económicos, votara a favor de los retiros del 10%.

También es una buena noticia la necesidad de diálogo y acuerdo que impone la configuración del próximo Congreso para avanzar en cualquier proyecto, lo que deja atrás la retroexcavadora que tanto polarizó y dividió nuestro país.

Paralelamente, es de esperar que nuestros convencionales escuchen el llamado ciudadano expresado en las últimas elecciones, abandonen ese espíritu refundacional y propongan una nueva Constitución que nos represente a todos, y no una versión extremista impuesta por una minoría vociferante.     

Es tiempo que nuestros políticos abandonen el populismo y que vuelvan a conversar y buscar acuerdos con rigor técnico para avanzar en lo esencial, en lo importante, como diría James Carville, estratega de campaña electoral de Bill Clinton, es tiempo de enfocarse en la economía, estúpido. Aún estamos a tiempo de recobrar la cordura y de avanzar con responsabilidad en los cambios y desafíos que nuestro país y los chilenos necesitan. Estamos a tiempo de abandonar ese negacionismo económico que hace tanto daño y que nos puede llevar a dar un salto al vacío.

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