Tercer tiempo, por favor
Estamos frente a la oportunidad de establecer las bases de un país que busque la paz social y el progreso como fin último. Démonos un tiempo más. Un tercer tiempo para que se ajusten y corrijan las inconsistencias que surgen de la pasión o las revanchas, y hagamos un proyecto constitucional compartido que todos aprueben.
El rugby es un deporte violento jugado por caballeros. Se juegan dos tiempos de 40 minutos de alta intensidad, donde se necesita técnica, inteligencia y predisposición para el contacto físico, que generalmente es violento. Pero esa lucha titánica que se da en dos tiempos donde se busca doblegar al rival, se ve compensada al final del juego por un espacio de integración, de comprensión y de buena predisposición que permite una vivencia compartida entre los equipos, es el llamado tercer tiempo, donde se juega el final del partido. Un tiempo de reflexión después de la batalla que hace al rugby, efectivamente, un deporte que une a la pasión, con la razón y la convivencia.
Esta introducción, o como quiera que la denominemos, resulta ser un ejemplo que ayuda a analizar el presente de la Convención Constituyente y sus posibilidades de éxito, que parecen no ser las esperadas en un principio y que pueden ocasionar la frustración de no poder construir esa nueva Constitución que satisfaga al presente y al futuro de chilenos, chilenas y de quienes habiten en este país.
Y la analogía con el rugby está en que, por favor, intentemos plantear un tercer tiempo, un espacio adicional que permita reflexionar, retomar aquellos temas en los que la pasión superó a la razón y recuperar una conversación constructiva, con espíritu de cuerpo, sin divismos ni protagonismos que hacen demasiado ruido y resuelven poco.
El objetivo superior que debiera considerar la Convención, es acordar una Constitución que en el plebiscito resulte aprobada por el 78% de los votantes, sin otro margen posible. En definitiva, aprobada por todos quienes en su momento eligieron el camino de la evolución y del cambio a partir de una Constitución renovada, progresista y que cumpla con las expectativas que todo cambio genera.
Por otra parte está claro que el 22% que no quiere evolucionar ya dio su veredicto en el plebiscito anterior. El rechazo reaccionario que implica retraso, las palabras más desesperanzadoras, es lo que en esta etapa de la vida cívica de Chile debiera evitarse si se pretende paz, progreso y convivencia social.
Desde políticos como el ex presidente Lagos, que declara la necesidad de resolver inconsistencias en lo redactado para que todos voten apruebo (Entrevista en La Tercera), hasta empresarios como Andrónico Luksic que pide no desaprovechar esta oportunidad de evolucionar, la sociedad toda está esperando un proyecto constitucional que permita una visón y un propósito compartido.
Pero eso requiere de una conversación superior y un espacio de acuerdo político responsable entre los integrantes de una Convención que ha sido constituida de una manera muy diversa. Lo preocupante es si esa diversidad se torna confusa, porque el resultado de su trabajo también lo será.
Hasta el ex presidente uruguayo José Mujica, se expresó respecto a la Convención como “una bolsa de gatos” de la que dudosamente podía alcanzarse un proyecto interesante, a menos que se tomen los tiempos necesarios que todo cambio profundo necesita. No es cuestión de velocidad, sino de claridad. Y el contexto no ayuda.
Los reaccionarios adeptos al rechazo por el rechazo mismo, apuran los tiempos a partir de una campaña mediática que atrasa los relojes. Los partidarios del apruebo esperan confiados el final, esperando que el propio Gobierno sea quien le dé el impulso mediático y de manifestación popular de último minuto. Los “amarillos” (un color bastante poco estético), intentan apropiarse de un protagonismo intelectual cuya mirada crítica plantea que es necesario un cambio pero no tanto…siempre lo tibio ni calienta ni enfría…la revolución desde el living.
Está a la vista de todos que este proceso es confuso, competitivo, áspero, y hasta violento, como los dos tiempos de un partido de rugby. Ahora, después del enfrentamiento, es imprescindible llamar a la reflexión, quitarse el barro del partido y con mayor vocación por escuchar comenzar un tercer tiempo de acuerdos de alta política. Esto implica hasta corregir los métodos, que hoy casi parecen los de un trabajo grupal de universidad en lugar de un foro político que decide el destino de los ciudadanos.
Porque es la política y nada más que la política la que resuelve esta encrucijada.
Estamos frente a la oportunidad de establecer las bases de un país que busque la paz social y el progreso como fin último. Eso implica contar con bases sólidas que defiendan los derechos sociales fundamentales (educación, salud, seguridad, etc.), que diseñen un marco institucional que garantice justicia y equidad, y que también promueva el desarrollo sostenido en lo económico y social. Porque la Constitución debe ser para todos; para las nuevas generaciones, para los que quieran habitar en libertad el suelo de Chile.
Démonos un tiempo más. Un tercer tiempo para que se ajusten y corrijan las inconsistencias que surgen de la pasión o las revanchas, y hagamos un proyecto constitucional compartido que todos aprueben. Vamos a andar.