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Tenemos lectura obligatoria

La cuestión es ¿cuántos lo leerán realmente? ¿Masticándolo y entendiéndolo desde el sentido común y pensando en el bien de todos a la hora del sufragio? 

No hay excusa; ahora se trata de leer. 

Leer los 499 artículos aprobados por la Convención Constitucional que pueden reducirse en algo tras la revisión que debe hacer la Comisión de Armonización: ideas repetidas, redundancias varias, problemas de concordancia, contradicciones. En suma: edición de estilo y de contenido. Son 40 lectores encargados de revisar lo escrito, que recibieron esa tarea con el patrocinio de 4 constituyentes cada uno, a excepción de los representantes de escaños reservados, que sólo necesitaron de 3 auspicios para estar ahí. 

Así se armó el grupo que parte su trabajo hoy y debe terminarlo en tres semanas, el 9 de junio. Cometido relevante, aunque muy menor frente al ambicioso e imperioso deseo de que lo lean los más de 15 millones de chilenos que deberán aprobar o rechazar el contenido del texto constitucional propuesto, ahora que el voto será obligatorio. Una salvedad importante es que de ahí no saldrá nada distinto ni mejorado; saldrá la versión en limpio del borrador aprobado, así es que podemos empezar a leer ahora. Y pensar, y evaluar, y votar responsablemente el 4 de septiembre. 

La cuestión es ¿cuántos lo leerán realmente? ¿Masticándolo y entendiéndolo desde el sentido común y pensando en el bien de todos a la hora del sufragio? ¿Cuántos se dejarán llevar por los titulares, por la dicotómica discusión en redes sociales, por el populismo bien o mal pensante de tanto personajillo irresponsable y populista levantado por los matinales, por la manipulación de los creadores de fake news o por las campañas en favor de una u otra opción, que ya están desatadas? 

Una salvedad importante es que de ahí no saldrá nada distinto ni mejorado; saldrá la versión en limpio del borrador aprobado, así es que podemos empezar a leer ahora”.

En 2019, una investigación de la Universidad de Chile señalaba que sólo la mitad de los chilenos leía con regularidad. El resto, ni por si acaso. El confinamiento a causa de la pandemia mejoró esa estadística. Durante mayo de 2020, se solicitaron 61.824 libros digitales en la Biblioteca Pública Digital, 106% más que en el mismo mes de 2019, cuando totalizaron 29.975, pero la vuelta a la normalidad nos está devolviendo a los viejos hábitos. 

Todos los estudios indican que los chilenos no sólo leemos poco, sino que no entendemos lo que leemos, cuestión mucho más grave. Los estudios indican que sólo un 2% comprende el texto escrito, y esto incluye desde manuales de instrucciones de electrodomésticos hasta novelas, pasando por etiquetas de productos, poemas y cómics. Ni hablar de qué pasará con textos constitucionales.

En las redacciones de los cada vez más escasos medios escritos, los periodistas sabemos que un modesto texto de 3 mil caracteres de longitud es equivalente a lo que antaño era una novela rusa. Una carilla es lo más que logra digerir el público promedio, habituado a reaccionar frente a los titulares. 
Los que vivimos de lo que escribimos, estamos claros que la gran mayoría se queda sólo con el título de una entrevista, por ejemplo, sin entrar a las sustancia. Y muchos, a partir de eso, multiplican prejuicios, insultan al que habla y opinan sin entender ni hacer el más mínimo ejercicio de empatía con lo que expresa el otro.  

Hagan el ejercicio de leer –esos son textos cortos– los comentarios a entrevistas, reportajes, columnas para entender a qué me refiero. 

Son –en su mayoría– vómitos. 

Ojalá que el texto sobre el que finalmente votemos el 4 de septiembre pase por el cedazo de la lectura reposada, la razón y la búsqueda del bien común de cada uno de los ciudadanos y el resultado no sea un vómito, alentado por los agresivos y vociferantes que quieren imponer visiones ideológicas por sobre el ideal de un Chile en paz y que nos contenga a todos. 
 

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Daniel Lillo