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7 de Julio de 2022

Mario Góngora: legado y actualidad

¿Se encuentra el Estado en crisis? ¿Se encuentra la nación chilena en crisis? ¿Existe verdadera unidad entre el Estado y la nación?

Frente a estas preguntas, cabe advertir que los mecanismos establecidos en el borrador constitucional para la solución de dicho vacío solo ahondan en la destrucción de la comunidad nacional.
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Un 22 de junio de 1915, nació en Santiago uno de los historiadores chilenos más relevantes del siglo XX. Premio Nacional de Historia en 1976, Mario Góngora fue una de las figuras que –mediante una serie de ensayos, libros, publicaciones en revistas y participación en el debate público–, marcó el desarrollo intelectual del país. De esta manera, influyó en diversos espacios públicos y nos legó una interpretación de la realidad que merece ser atendida en momentos como los que vive hoy nuestro país.

Una vocación impresa en el espíritu

En su juventud, Góngora fue estudiante de Derecho en la Universidad Católica de Chile, entre 1932 y 1936. Estando en dicha facultad, recibió influencia tanto de parte de célebres formadores, donde resaltan figuras como las de Jaime Eyzaguirre, el sacerdote Francisco Vives y Pedro Lira Urquieta; como por una serie de autores a los que leyó con incansable interés –destacándose las lecturas de Spengler, Chesterton, Maritain y San Agustín, entre muchos otros-. Es dicha formación, vinculada a la inquietud vocacional de aquel joven universitario, la que derivaría en que, pese a ser Góngora el alumno más destacado de su promoción, siguió los sucesivos cursos de la carrera sin un mayor entusiasmo. Como señala Leonidas Morales, “estudió derecho sin una verdadera identificación vital con cada una de las problemáticas de esos cursos y su posterior función profesional”, marcando, de esta manera, una ruta vocacional íntimamente relacionada al estudio y a la reflexión. Esto lo llevó a desvincularse del mundo jurídico y a dedicarse a lo que más tarde daría nacimiento a uno de los académicos más notables de la historia nacional.

Una vez egresado, incluso sin haberse titulado de abogado, Góngora decidió dedicar su vida al estudio de la historia, para lo que decidió estudiar dicha disciplina en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, titulándose como Profesor de Estado en 1944. De esta manera, pudo desarrollar una profunda vocación que lo haría reconocido hasta el día de hoy por sus notables obras y la lucidez de las interpretaciones que desarrolló sobre el desenvolvimiento histórico del país.

El Ensayo histórico y sus principales conceptos

Una de las obras más célebres de Mario Góngora fue el Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. A la luz de la conclusión establecida en dicho libro, surgen una serie de preguntas en cuanto a la realidad del Estado y la nación chilena hoy, la crisis por la que transitan, y las posibles “soluciones” -o disoluciones- que se han establecido en el borrador constitucional. 

En aquella obra Góngora, desde la crisis que vivía el Estado en aquellos momentos, reflexionaba sobre la realidad de dicho concepto, sobre la importancia que había tenido el Estado en la formación de la nacionalidad chilena y su posterior devenir histórico. El historiador aseguraba que “los ensayos sobre el Estado Nacional Chileno… tuvieron su origen en los sentimientos de angustia y preocupación de un chileno que ha vivido en la década de 1970 a 1980, la más crítica y grave de nuestra historia. Esos sentimientos me han forzado a mirar y a reflexionar sobre la noción de Estado, tal como se ha dado en Chile, donde el Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado, que la ha configurado a la largo de los siglos XIX y XX”.

En relación a aquella tesis, Góngora especula desde una posición crítica ante quienes concebían al Estado a partir de una perspectiva mecanicista, por lo que sostuvo que “el Estado, para quien lo mira históricamente –no meramente con un criterio jurídico o económico- no es un aparato mecánicamente establecido con una finalidad utilitaria, ni es el Fisco, ni es la burocracia”, apuntando así, a una reflexión profunda y completa, en la cual su concepción con respecto al Estado, se enfocaba en concebirlo como una realidad que ha impulsado el progreso material y espiritual de las personas. De esta manera, buscaba alejarse del profundo materialismo que prevalecía en las interpretaciones teóricas de aquella época y que, como veremos, hoy permanece. En palabras de Ricardo Krebs “frente a tales interpretaciones, Mario Góngora sostiene el valor propio del Estado como potencia ordenadora y fuerza moral que posee una dignidad propia y que, más allá de los intereses de grupo y de las prestaciones utilitarias, es capaz de configurar procesos históricos”.

Por otro lado, cabe destacar que la posición de Góngora con respecto a la relación entre el Estado y la nación no estuvo exenta de críticas. Autores como Gonzalo Vial o Bernardino Bravo Lira, sostuvieron interpretaciones diferentes, pero reconocieron la importancia capital del Estado como componente cultural, y de la trascendencia de este en la configuración -o el fortalecimiento- de lo que sería la nacionalidad chilena. Como señaló Bravo, “en lugar de formar una nueva nacionalidad, el Estado chileno del siglo XIX contribuyó poderosamente al robustecimiento y expansión de una nacionalidad, ya constituida, cuyas raíces se remontan al siglo XVII”.  Por otro lado, Gonzalo Vial establecería que “en mi concepto, el Estado Republicano explicita y asegura los rasgos nacionales de Chile, pero no los ‘crea’: existen anteriormente, y se van generando y afirmando con el tiempo, a partir del siglo XVII”. 

Otra de las críticas a las que se enfrentó el libro dentro de lo que podríamos denominar la discusión académica – incluso pública- que se generó en torno a la tesis de Góngora, versó sobre la inexistencia del desarrollo del concepto de nación, y su posible confusión con lo que Góngora interpreto como el Estado. Para el autor, siguiendo lo postulado por Spengler, “El verdadero Estado es la fisonomía de una unidad de existencia histórica” con lo que le dio al propio Estado características que bien podrían relacionarse con la idea de nación o, incluso, de sociedad. En cuanto a lo relatado, Alejandro San Francisco estableció que corresponde a “una curiosa e inexplicable omisión” el hecho de que Góngora no hubiera ahondado en torno al concepto de nación en el ensayo. Como planteó en un artículo en Bicentenario. Revista de Historia de Chile y América, “¿Cuál era la idea de nación de Mario Góngora? No queda claro al leer su obra. Así como algunos asimilaron su concepto de Estado al de sociedad -refiriéndose a Arturo Fontaine-, nosotros -bajo un determinado punto de vista- podemos homologar el Estado y la Nación. Así… coincide la idea de nación con la definición que Góngora o Burke asignan al Estado”. Estableciendo, de esta manera, que Góngora tendió a atribuirle al Estado un componente espiritual que más bien correspondería a elementos como la patria o la nación. Aquellos elementos, se comparta o no el enfoque de Góngora, hoy los podemos advertir en grave crisis por lo que cabe destacar la reflexión de dicho autor y su influencia en la actualidad.

El legado de Góngora y su actualidad

A la luz de lo anterior, pese a las polémicas, discusiones y comentarios que se han dado al alero del libro, cabe destacar un elemento fundamental que la historiografía nacional hereda del pensamiento de Góngora: la importancia que, aún hoy, tiene el Estado con respecto al desarrollo de la nacionalidad chilena, y como la reflexión en torno a este puede ser fundamental en tiempos de crisis como los que vive hoy nuestro país.

Las reflexiones expresadas con anterioridad se hacen más pertinentes que nunca dentro de un contexto donde el término plurinacionalidad ha sido contemplado en el borrador de la propuesta constitucional. El texto desconoce la íntima relación entre el Estado y la nación chilena, y establece que en Chile cohabitan una serie de naciones diferentes con derecho a la autodeterminación, tanto colectiva, como individual. Lo expuesto se ha planteado como una solución a la existente crisis del Estado, o bien, de la nacionalidad, pero cabe preguntarse si efectivamente se trata de una solución, o será más bien una profundización en aquella crisis en la que nos encontramos sumidos. 

En primer lugar, cabe destacar que el concepto de plurinacionalidad planteado por la Convención Constitucional termina con la concepción histórica de nación, ya sea desde la perspectiva presentada por Góngora, como desde la posición de quienes han planteado su existencia con anterioridad a la del Estado Republicano. Lo que, hasta el día de hoy, se tendió a entender como una unión espiritual, integradora de diversidades en función de un pasado y un futuro común; hoy se desmiembra en una serie de comunidades que pretenden divorciarse de aquella unidad espiritual, buscando sustentar aquellas posiciones en argumentos emanados desde la política de la identidad y la búsqueda de la destrucción de aquella historia colectiva.

Por otro lado, como señalábamos con anterioridad, optar por la plurinacionalidad supone elegir una concepción completamente diferente del Estado, quitándole a este todo elemento de carácter trascendental y todo vínculo con aquella esencia espiritual a la que llamamos nación. Lo anterior supone que en el Chile de la hipotética nueva constitución lo único que será común entre todas aquellas naciones que lo conforman, será una mera estructura económica y administrativa denominada Estado, que por lo demás no tendrá iguales atribuciones en todo el territorio. Dicho elemento será necesario para entregar sustento jurídico a aquella agrupación de naciones, pero se encontrará desprovisto de todo carácter trascendental, de todo aquello que Góngora, en razón de lo planteado por Edmund Burke, establecía como sus elementos trascendentales. Como señalaba el británico, el Estado -o, más bien, la nación- “no es una sociedad sobre las cosas al servicio de una gran existencia animal, de naturaleza transitoria y perecedera. Es una sociedad sobre toda ciencia; una sociedad sobre todo arte; una sociedad sobre toda virtud y toda perfección. Y como las finalidades de tal sociedad no pueden obtenerse en muchas generaciones, no es solamente una sociedad entre los que viven, sino entre los que están vivos, los que han muerto y los que nacerán”.

A raíz de lo anterior, cabe volver a hacerse aquellas preguntas que tanta amargura produjeron en la figura de Mario Góngora, y sobre las cuales reflexionó a lo largo de todo su ensayo ¿Se encuentra el Estado en crisis? ¿Se encuentra la nación chilena en crisis? ¿Existe verdadera unidad entre el Estado y la nación? Frente a estas preguntas, cabe advertir que los mecanismos establecidos en el borrador constitucional para la solución de dicho vacío solo ahondan en la destrucción de la comunidad nacional. De esta manera, y de forma paradójica, se plantea un Estado más dotado de atribuciones constitucionales y con mayor presencia en las diversas actividades sociales, pero se termina con el sustento espiritual que lo fundamentaba hasta el día de hoy, se termina con la unidad propia de la chilenidad y con la autoridad presente en el desarrollo institucional de la historia nacional, para dar cabida, de esta manera, a una diversidad de naciones que lo único que tienen en común es la intención de no querer ser parte de una nación que comparte una historia, un presente y un futuro en común.
 

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